El milagro de la OSUG, 70 años
Roberto Beltrán Zavala – Director de la OSUG
Ya desde los años del barroco temprano, a inicios del siglo XVII, se gestaba un fenómeno que cambiaría para siempre el pensamiento musical de occidente: nacía, poco a poco, la idea de lo que hoy conocemos como orquesta. ¿Qué es una orquesta? ¿Un gran grupo de músicos que en conjunto interpretan una obra? Aparentemente, así es, pero el milagro de una orquesta es un fenómeno extraordinariamente complejo, que trasciende por mucho esa supuesta simplicidad.
Previo a aquellos años del barroco temprano, los compositores solían pensar en instrumentos independientes que interactuaban en un contrapunto. Muchas veces, incluso, solo pensaban en “voces” que podían ser interpretadas por cualquier instrumento que estuviera a la mano. Con el nacimiento de la orquesta, el proceso compositivo cambió radicalmente, y los compositores dejaron de pensar en voces para poner su atención en el sonido específico de cada instrumento y, aún más importante, en el sonido resultante de la combinación de ciertos instrumentos. Fue así que un grupo de músicos, cada uno con un instrumento diferente, se volvió parte agente de un ‘macroinstrumento’; la orquesta se transformó en el instrumento.
Desde ese momento existe, entonces, un objetivo conjunto (la obra), de una manera integral, indivisible y con elementos irremplazables. Los elementos, en este caso los músicos, deben buscar la unidad más estrecha posible, una atmósfera común; abrir y cerrar juntos la misma ventana en el tiempo. Deben respirar, sufrir, disfrutar y correr riesgos juntos, y crear ese espacio espiritual entre ellos que los vulnera por completo; una intimidad que generan en el escenario y que comparten con un público, lo que demanda, un enorme esfuerzo de disciplina, sensibilidad, amor, y un sacrificio considerable del ego. Una orquesta es un potente ejemplo de amor; cuando funciona bien en el escenario, hace que el mundo cambie un poco, para bien.
Nuestro país cuenta con varias decenas de orquestas profesionales, de todos tamaños y perfiles. Una de las más importantes, sin duda, es la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG). En 1952, José Rodríguez Frausto, un visionario armado de entusiasmo, amor y valentía, decidió dejarlo todo para apostar por su sueño: fundar una orquesta. Su locura entusiasmó a las autoridades y hoy, setenta años más tarde, estamos aquí, agradecidos, celebrando la iniciativa de ese loco valiente y del privilegio de ser hoy parte de esa ilusión. Ese amor, ese entusiasmo y esa voluntad por arriesgarse son fundamentales para el arte, y son también, afortunadamente, el ADN que da hoy a la OSUG personalidad, carácter y temperamento únicos.
A lo largo de siete décadas, varias generaciones de músicos, directores, solistas, técnicos, administrativos y un público ávido de música han contribuido al crecimiento del proyecto de aquel hombre. Durante ese tiempo, cientos de personas han sido parte esencial en su desarrollo, haciéndolo más grande, más robusto, más colorido, más potente. Un amplio repertorio, más y mejores conciertos, mayor afluencia de público. Hoy, la OSUG es una extraordinaria orquesta de artistas comprometidos con la eterna y necesaria ambición de ser mejores cada día, que han tenido el valor de subirse al escenario y correr el riesgo de vulnerarse en esa intimidad espiritual.
Nuestra responsabilidad como músicos es la de hacer siempre la mejor música posible, la de generar ese espacio de amor, de empatía y de reflexión con integridad, convicción y disciplina.
Es impensable traicionar aquel sueño que le dio vida a esta familia de la que hoy somos parte. Debemos mantener viva esa ambición, y hacer siempre nuestro mayor esfuerzo para que, cada vez que subamos al escenario, el mundo cambie un poco, para bien.
Ha sido, es y será por el resto de mi vida, un honor poder ser parte de este sueño.
¡Larga vida a la OSUG!