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El padre ‘Garcilita’, Rosas y Rubí al frente de las guerrillas insurgentes

Opinión

Artemio Guzmán - Consumación 2021

Desaprovechada la ocasión para fortalecer el movimiento, ‘Garcilita’ y su gente emigraron al sur y se pusieron bajo el mandato de Morelos. Inicialmente fueron bien acogidos; pero luego causaron la irritación del caudillo por intrigar con Ignacio López Rayón y con medio mundo. Posiblemente reanudaron su labor en otro lado, siendo útiles, pese a todo, a la causa popular.

De acuerdo a una cita hecha por Francisco Caudet, “Hidalgo resolvió sublevar contra el yugo extranjero una población que desde hacía mucho tiempo temblaba de cólera”, esta cólera -justo es decirlo- tenía su origen en el despojo sufrido por los pueblos indígenas, en la esclavitud de los negros, en la discriminación que sufrían incluso los criollos, descendientes de los propios conquistadores.

La furia desatada por Hidalgo le sobrevivió y levantó partidas de guerrilleros por el territorio colonial; entre ellos, varios sacerdotes que, siguiendo el ejemplo de Hidalgo, cambiaron la sotana por el fusil, como Rafael García, ‘El Padre Garcilita’.

Garcilita’ fue originario de Salamanca. Se manifestó a favor de la independencia desde el paso de Hidalgo por esa población (1810) en conjunto con otros partidarios. Con el tiempo formó una partida en unión con otro religioso, fray Santiago Rodríguez, y con ella acosó al mineral de Guanajuato.

Una de sus mayores hazañas fue el participar en el ataque a Valladolid en julio de 1811. El 19 de ese mes, el michoacano Manuel Muñiz, ‘Garcilita’ y otros guerrilleros lograron reunir casi diez mil hombres y 40 cañones alrededor de la actual Morelia, escasamente defendida por 700 soldados y ciudadanos voluntarios dirigidos por Torcuato Trujillo.

El día 21 se ordenó el avance sobre la ciudad, el cual se realizó por diversas vías tomando las posiciones defensivas. Sin embargo, la valentía mostrada por el batallón virreinal de San Carlos, al mando del capitán Miguel Michelena; así como las diferencias surgidas entre los insurgentes por la distribución de armas y municiones, hicieron fracasar la empresa. Los guerrilleros se retiraron abandonando numerosos heridos y varios cañones.

Desaprovechada la ocasión para fortalecer el movimiento, ‘Garcilita’ y su gente emigraron al sur y se pusieron bajo el mandato de Morelos. Inicialmente fueron bien acogidos; pero luego causaron la irritación del caudillo por intrigar con Ignacio López Rayón y con medio mundo. Posiblemente reanudaron su labor en otro lado, siendo útiles, pese a todo, a la causa popular.

Contemporáneo del anterior, Fernando Rosas era sargento del batallón de infantería de Guanajuato cuando se involucra en la conspiración de Querétaro. Delatado al descubrirse la conjura, es llevado a prisión con otros implicados; pero recobra la libertad al tomar los insurgentes el real de minas.

Integrado al ejército insurgente, participa en las diversas batallas que se libran, siendo apreciado por su formación militar. A la muerte de los primeros caudillos, se une a José María Cos y más tarde organiza un disciplinado contingente al que llama “Infantería fija de Dolores”.

En 1814 encabeza un asalto a la villa de Salamanca que no logra su objetivo. En febrero del año siguiente consigue escapar milagrosamente al ser sorprendido por los soldados de Orrantia en el cerro de El Gusano.

Con el grado de brigadier, Fernando Rosas recibió el nombramiento de intendente y comandante general de San Luis Potosí, gozando de la admiración y el respeto de los otros guerrilleros, pues le tenían por veterano.

En agosto de 1815 es perseguido por Higinio Juárez, vencido y aprehendido en Rancho Redondo con decenas de sus colaboradores –entre ellos, el capitán Francisco Pérez–. Algunos de ellos fueron pasados por las armas en Vilella; pero los de mayor rango fueron trasladados a San Luís Potosí. Allí el 22 de agosto se cumplió la pena de muerte contra el jefe Rosas.

Por su lado, Juan Rubí es citado frecuentemente entre los guerrilleros guanajuatenses; aunque con datos biográficos confusos, quizás porque sus hazañas no fueron pormenorizadas o porque existieron dos insurgentes con el mismo nombre…

De él sabemos que en 1812 enfrentó al guerrillero Albino García, cuyo liderazgo se negó a reconocer. Sabemos así mismo que en septiembre de ese año ocupó, junto con Antonio Julián Velasco, la población de Yuriria, derrotando a los realistas que se protegieron en el convento agustino del lugar.

En enero de 1813 se menciona a Rubí en otro ataque importante; esta vez sobre Celaya, en compañía de José María Liceaga y otros cabecillas. Al frente de centenares de hombres, consiguieron en una primera ofensiva dispersar a los defensores, causando la muerte de muchos –como el religioso Manuel de Santa Bárbara–. Pero, con la llegada de refuerzos procedentes de Apaseo, los rebeldes fueron derrotados en la batalla de Peña Colorada.

Poco después, Juan Rubí fue sorprendido cerca de Urireo por algunos jinetes mandados por Orrantia en su búsqueda. Preso, fue conducido a Salvatierra, donde se le fusiló en los primeros días de septiembre de 1813.

Por cierto, buena parte de la imprecisión que rodea a Rubí tiene que ver con su muerte, ya que un comunicado del oficial Porlier la ubica en la barranca de Tecualoya durante un enfrentamiento armado… ¡en enero de 1812!… lo que hace suponer que se trata de una información falsa o del fallecimiento de un homónimo.

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