Viernes, 10 Enero, 2025

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El presidente que idealiza al pueblo…

Opinión

Jorge Luis Ramos Perez

El presidente que idealiza al pueblo…

Solo con el paso de los años se podrá saber si el modo como parece interpretar la realidad el presidente López Obrador es estrictamente su convicción y su mirada sobre el país que gobierna, o junto a eso el uso de determinados conceptos también responde a una estrategia para sortear los vendavales de sus opositores y así lograr su propósito de edificar durante su mandato el piso de lo que él define como una ‘revolución de las conciencias’ y una ‘regeneración de la vida’ pública, que por el desastre en que está sumido el país solo puede concebirse muy a largo plazo, y al modo de una de esas utopías inspiradoras pero etéreas que remolquen la historia, aunque es impredecible cómo y cuándo logran algún aterrizaje entre nosotros los mortales.

Pero sean sus convicciones, o eso junto a una mezcla de habilidades para manejar la coyuntura política, ese concepto vertebral en su gestión del ‘pueblo honesto, justo y sabio’ que para él es una de sus mayores fortalezas, visto desde otra perspectiva también es una de sus grandes fragilidades.

Cierto es que su osada y tenaz trayectoria siempre ha estado abrazada por la plaza pública pletórica de consignas y que sin las multitudes movilizadas no hubiera llegado al poder, ni tampoco en los últimos 50 años se habrían propiciado los cambios institucionales que fueron creando las condiciones para que en su tercer intento tuviera un respaldo masivo en las urnas. Se comprende su saldo de gratitud hacia la gente por esa circunstancia y más cuando de modo atrabiliario y rapaz sectores poderosos del país durante dos décadas trataron de detenerlo y destruirlo, pero ni aun con eso se justifica que en su oratoria cotidiana idealice y cubra con un manto de divinidad y nobleza sin matices a lo que llama ‘pueblo’, pues tan solo por la composición del México actual el concepto en sí mismo es ambiguo y excluyente.

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Ahora bien, esto sería anecdótico si solo fuera una metáfora como las que se pueden encontrar en los poetas de las primeras décadas del siglo pasado o en nuestras tradiciones musicales y líricas post-revolucionarias que aluden al mexicano heroico y desamparado, o si se tratara de un gesto retórico como los que tienen todos los días quienes se dedican a la política, pero aquí estamos frente a una noción de la realidad que no solo es declarativa, sino que pretende permear y guiar las instituciones del país.

La inseguridad y delincuencia…

Una de las realidades más complejas y lacerantes que todos los días está poniendo en entredicho esa visión del presidente respecto al ‘pueblo bueno’ es el modo como ha enraizado la delincuencia en todos los estratos y en todos los rincones. Y es que a contrapelo de su optimismo eso tiene además como fondo y soporte una capa de corrupción generalizada que sigue vigente y creciendo, pero que además con variadas formas no solo atraviesa al poder público sino que se ha enquistado en todas las capas sociales.

Es improbable que antes de terminar su mandato vayamos a escuchar que en afán autocrítico el presidente alguna vez diga que mucho de ese pueblo que él considera ‘justo y sabio’ también se ha vuelto corrupto o está involucrado con la delincuencia de múltiples y hasta sorprendentes maneras. Sin embargo, cualquier persona que vive a ras de suelo puede percibir cómo las estructuras, las redes, la base social que la delincuencia ha creado en cada calle, barrio o ranchería, a estas alturas tienen tanta eficiencia y articulación como quizás solo suelen tenerlas las estructuras de la Iglesia Católica, o por ejemplo, no se necesita mucha sapiencia para observar como ningún programa de la Secretaría de Cultura federal -o de sus pares estatales como aquí el Instituto de la Cultura de Guanajuato- se equipara con la fuerza de penetración que tiene la así llamada narcocultura que vuelve héroes a los malhechores y construye la narrativa y las atmósferas emocionales que legitiman las prácticas ilegales, y en todo este entramado está involucrado una parte considerable de ese ‘pueblo bueno’ al que siempre alude el presidente.

No tiene límites el cinismo y desvergüenza de las cúpulas del PRI, PAN o PRD para asumir esa pose de paladines de la justicia y la tranquilidad social con la que engañan a muchos ilusos sin memoria histórica, pero tampoco todos los males del mundo pueden adjudicarse a los ‘conservadores’, ni es un invento mediático que en donde quiera predomina el sentimiento de temor e inseguridad, como tampoco hay indicios objetivos de que los programas para la redistribución del dinero público implementados en este gobierno federal estén siendo la fórmula más eficaz para construir en las localidades muros de contención frente al imparable cáncer delincuencial que se ha convertido en un monstruo de mil cabezas y formas infinitas.

Por otra parte, no deja de ser contradictorio que una persona con tanto pulso y sensibilidad hacia el ciudadano de a pie como Andrés Ma-nuel López Obrador -que además como pocos mandatarios abreva genuinamente en la energía de las calles y los caminos- excluya de su discurso esa vertiente crítica cuando se refiere al ‘pueblo de México’.

El presidente que idealiza al pueblo…

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