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Inflamar el odio

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

El discurso de odio tiene resultados inmediatos y de amplio espectro, no obstante, hay que hacerse cargo de que sus efectos son como un cuchillo de doble filo y cortan lo mismo al entrar que al salir. Es fácil insuflar odio para llevar ovejas al redil, pero luego no nos sorprendamos porque el tejido social se rompa. El odio tiene muchas consecuencias que asustan: se incrementa la violencia, justifica el crimen, apela al fanatismo y se aleja de la virtud.

Quienes se apegan al discurso de odio lo hacen por un fin meramente utilitario: saben que es una herramienta efectiva, pero dejan de ver el corto plazo. Los regímenes más autoritarios en la historia de la humanidad han usado la palabra para agitar el encono. Son ese tipo de dictaduras que aplicaron el terror para controlar a la gente, para dividirla y someterla. Lo hicieron personajes como Mussolini o Stalin.

En el libro, El ruido del mundo, Julian Barnes narra como un ciudadano fue llamado a los despachos de Stalin. El hombre traspasó el umbral de aquella oficina temblando y castañeteando los dientes. El Zar Rojo —como se le conocía en aquellos tiempos— miró a su invitado, agitó la cabeza como diciendo que no y al pobre visitante se le aflojaron los esfínteres y se ensució. Cuentan que esas instalaciones estaban dotadas de un baño especial ya que esos incidentes eran muy comunes.

Eran los tiempos del culto al personaje, en el que se fomentaba la devoción al Hombre-Estado y el odio entre los compatriotas. Cualquier falla, tropezón o incluso gesto que pareciera —los criterios jamás estuvieron claros— que iban en contra del pensamiento oficial terminaba con colocarle una bala en el cráneo al traidor. Se pasaba del hecho a la ejecución en un instante. Nadie estaba autorizado a disentir, a opinar distinto, a tener gustos diferentes y el atrevido que se animara, sabía las consecuencias que podían enfrentar. Muerte a los traidores, cualquier cosa que eso significara, cualquiera podía llegar a engrosar esas filas. Fueron tiempos duros y de mucho sufrimeinto.

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El propio Nikita Jrushchov se apartó de las condiciones ideológicas extremas de su antecesor. Es que Stalin justificaba sus modos a partir de la creencia de que él estaba enfocado a la generación del hombre nuevo. Eran los tiempos en los que pensar distinto te podía llevar al paredón de fusilamiento. Años en los que la gente vivía en zozobra porque era muy fácil caer de la gracia de un mandatario. Una época que acabó para descanso de todos los que la padecieron.

Parece que Mario Delgado ve aquellas épocas con una nostalgia algo extraña porque él no es ruso, no vivió en el régimen estalinista de la URSS o, tal vez, sea el desconocimiento de los niveles de angustia que se generaron en aquellos días lo que lo lleva a promover un fusilamiento de los legisladores de la oposición en la plaza pública. Se le ve feliz de la vida, agitando el avispero, aplaudiendo con entusiasmo infantil sin caer en la cuenta de que semejante temeridad es algo tan inteligente como escupir al cielo y quedarse contemplando la acción con la boca abierta.

Delgado inflama el odio de los fanáticos de la 4T que responden a sus arengas sin detenerse a medir que sus hechos y sus dichos caen en una tierra fértil para la violencia. ¿Querrá provocar una tragedia? Porque Mario Delgado es un hombre informado y tiene que saber que en este país mueren once mujeres víctimas del crimen todos los días, que las bandas delictivas van ganando terreno y se expanden como una gota de tinta sobre una hoja de papel de china, que más de la mitad de la población infantil es pobre y que la mayoría viven en pobreza alimentaria, que hay mucha gente enojada y esperando un pretexto para desbordarse.

Delgado debe saber que ya va el cuarto año de gobierno de la 4T y que al presidente López Obrador se le acaba el tiempo, que muchos de los que votaron por él están desencantados porque no cumplió con las promesas que generó. Lo sabe y está preocupado, por eso recurre a inflamar el odio, para ganar votos. Porque Delgado debe saber que si la población se pone atento, analiza y compara lo que se prometió y lo que se ha logrado, la desilusión y el desencanto les quitará votos.

Mejor que eso, proponer pasar al paredón de fusilamiento a todos aquellos que no piensan igual que ellos, tal como lo hicieron Mussolini y Stalin. Cuidado, el discurso de odio es un cuchillo con doble filo. Es fácil insuflar encono para llevar ovejas al redil, pero luego no nos sorprendamos porque el tejido social se rompa. Ya está muy rasgado.

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