José Mariano de Sardaneta y Llorente, un marqués con espíritu insurgente
José Mariano, pese a las enormes pérdidas materiales que sufrió como efecto de la lucha, manifestó en repetidas ocasiones –algunas veces de manera imprudente– su simpatía con el movimiento independentista, y acompañó sus palabras con acciones, remitiendo valiosos recursos a los líderes insurrectos.
Nacido en 1761 dentro de una familia con tradición minera que tuvo la fortuna de su lado, José Mariano de Sardaneta y Llorente fue nieto de José de Sardaneta y Legaspi; ingenioso y enriquecido personaje que aplicó en su mina de Rayas el uso de la pólvora y la explotación por tiros.
Dos de los hijos de don José destacaron en diversas actividades: el religioso José Joaquín, primer rector del Colegio Jesuita que se estableció en Guanajuato, y su hermano, el minero Vicente Manuel, heredero de la pericia paterna al grado de ser nombrado Marqués de San Juan de Rayas por sus contribuciones económicas a la Corona y los servicios prestados a la sociedad desde los cargos que ocupó: el de alcalde provincial, alguacil mayor del santo oficio, diputado de minería, procurador general y tesorero de las municipalidades de Irapuato, León y Guanajuato.
José Mariano, hijo único de Vicente Manuel y tema del día de hoy, llegó así al mundo en un ambiente privilegiado, como segundo Marqués de Rayas, rodeado por una parentela no sólo rica, sino también estimada por la comunidad. Recibió una educación particular de calidad que se complementó en las reuniones de intelectuales que se organizaban en su casa. Estudió a los clásicos grecolatinos y a los escritores europeos contemporáneos, interesándose especialmente por las ciencias naturales. “Fue –según la opinión de sus biógrafos– una excepción honrosa entre los hombres de su clase, ordinariamente flojos, disipados e ineptos”.
Por ello, José Mariano Sardaneta y Llorente fue apoyado para ocupar distintos cargos públicos, como el de regidor vitalicio que tuvo desde los 25 años. En todos ellos cumplió con admirable responsabilidad, sin descuidar por supuesto la minería, fuente de su riqueza personal y sostén del desarrollo regional. En ella hizo diversas aportaciones técnicas y destacó además como un administrador escrupuloso.
También se dedicó a la agricultura, como actividad complementaria al trabajo minero, cultivándose en sus haciendas especies nuevas o poco conocidas, en la comarca: la vid, los olivos, las alcachofas y las tunas de Alfajayucan.
Como sus antepasados, fiel a los principios cristianos, fue caritativo con los desposeídos, lo mismo en casos aislados que ante las necesidades de la comunidad. Sus relaciones con el gobierno español fueron, por lo demás, muy buenas, lo cual le valió el nombramiento de alférez real y el ser distinguido con la cruz de Carlos III.
Esta postura política, sin embargo, se vió modificada con el estallido de la Guerra de Independencia, suceso que transforma la vida del marqués y que nos permite apreciarlo en una actitud reformista, discordante con su clase social; pero identificada con los ideales nacionalistas de su generación, compuesta después de todo por los Allende, los Aldama, los Bravo y tantos otros valerosos caudillos.
José Mariano, pese a las enormes pérdidas materiales que sufrió como efecto de la lucha, manifestó en repetidas ocasiones –algunas veces de manera imprudente– su simpatía con el movimiento independentista, y acompañó sus palabras con acciones, remitiendo valiosos recursos a los líderes insurrectos.
Animado por la promulgación de la Constitución de Cádiz (1812) él mismo se lanzó a la arena política, resultando electo como diputado a las Cortes por su provincia; pero no pudo trasladarse a España por no haber recibido del gobierno virreinal los viáticos necesarios.
Ya con la fama de sospechoso, aunque protegido por su prestigio y patrimonio, las autoridades le respetaron hasta que, con la captura de José María Morelos, aparecieron documentos que lo incriminaban directamente. Esto provocó su prisión en enero de 1816, las gestiones de sus familiares para obtener el indulto y la recuperación de su libertad dos meses más tarde, condicionada a vivir desterrado en España.
Para cumplir con este castigo se trasladó a Veracruz, más no abordó embarcación alguna; sino que, argumentando estar enfermo, solicitó y obtuvo una prórroga que se fue alargando hasta 1820. En este año, gracias al liberalismo triunfante en la península, se le otorgó la amnistía y retornó a la ciudad de México y a Guanajuato.
Fue luego miembro de la diputación provincial y de la corte, siendo en esta última integrante de la Junta de Censura, donde se distinguió como apasionado defensor de la libertad de imprenta, dándose el caso de abogar por artículos escritos por él mismo bajo ingeniosos pseudónimos.
Admirador de Agustín de Iturbide, formó parte del gobierno provisional al triunfo trigarante y tuvo el honor de firmar el acta de independencia. Posteriormente fue diputado del primer congreso mexicano, diputado en la legislatura de nuestra entidad federativa y consejero de la misma hasta 1830, cuando en razón de su edad y un tanto decepcionado de la vorágine desatada por los nuevos gobernantes, se retiró de la actuación pública.
José Mariano de Sardaneta y Llorente falleció el 9 de enero de 1835, siendo sepultado en el Templo de San Diego, cuya reconstrucción había financiado, y donde aún ahora su tumba nos invita a reflexionar sobre la singularidad de cada personaje histórico.