La democracia en familia
La democracia en familia
“¡La familia no es una democracia!”, he escuchado decir a más de algún adulto, con cierta frecuencia y en tono de queja. Y es que existe gente que achaca los problemas de la sociedad al hecho de que en los últimos tiempos existen familias donde los gritos, regaños, castigos y amenazas no forman parte de los recursos disciplinarios o educativos.
Casi tres décadas atrás, en 1991, el pediatra estadounidense, Benjamin Spock, cuyas ideas acerca del cuidado infantil permitieron a varias generaciones de padres ser más flexibles y afectuoso con sus hijos, identificó tres reacciones en los padres ante la evidencia de que las niñas y niños poseen una fuerte tendencia interior a madurar y desarrollarse y de que es posible educarlos insistiendo en el respeto mutuo, en lugar de la corrección y el castigo:
1) Algunos acogieron con agrado la nueva filosofía y trataron a sus hijos de manera más amistosa y con más confianza en ellos, lo que estimuló la respuesta recíproca de sus hijos. Al mismo tiempo, supieron preservar el respeto que se debían a sí mismos y ganarse el respeto de sus hijos. A este enfoque lo denominó del respeto mutuo y da como resultado niños cooperativos, flexibles, educados y cariñosos.
2) Otros padres se sintieron intimidados ante la evidencia de las buenas intenciones de sus hijos y se angustiaron tanto al pensar en cómo se abusaba de los niños en otros tiempos que, inspirados por un sentimiento de culpabilidad, elevaron a sus hijos por encima de sí mismos, moralmente hablando. Tales padres tendían a proporcionarles más posesiones y privilegios de lo prudente. A esto lo llamó superpermisividad, y produce niños ultradiscutidores y ultraexigentes, carentes de cortesía y nada cooperativos.
3) Un tercer grupo de padres estuvieron absolutamente convencidos de que los niños serían perezosos, destructivos, desobedientes y malos a no ser que se les mantuviera en la senda recta y estrecha mediante advertencias y castigos continuos. Se alarmaban mucho ante la opinión de los profesionales y de otros padres que confiaban principalmente en el amor y la comprensión. Sus actitudes disciplinarias producían niños con tendencia a la excesiva mansedumbre o hacia la agresividad, con un grado inferior a la media de cordialidad y flexibilidad.
La democracia en familia
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La democracia en familia
Ocho décadas atrás, los investigadores Lewin, Lippit y White (1939), encontraron que cuando un líder de grupo creaba un ambiente social democrático, actuando como un compañero dispuesto a ayudar a los demás y no como un dictador, los niños se hacían más productivos, tenían una mayor cohesión de grupo y tendían a ser más creativos.
Dos décadas después, G.H. Elder (1963) demostró que cuando los padres ejercen un poder legítimo (democrático) sobre sus hijos adolescentes y les explican la razón de sus peticiones, estos suelen imitar la conducta de sus padres, tienden a ser independientes y a tener confianza en sí mismos (a tener confianza en sus propias opiniones), suelen asociarse con compañeros aprobados por sus padres y tener una motivación académica muy intensa.
Vivimos una época en la que coexisten los tres estilos disciplinarios clásicos en la literatura: autoritario, democrático y permisivo. De los tres, el democrático es el que reporta mayores beneficios. Vale aclarar que democrático no significa dejar que los niños hagan todo lo que quieran, cosa que suelen pensar muchos adultos contemporáneos (esto sería permisividad).
Los padres democráticos tienen valores altos en cuanto al afecto y el control. Cuidan de sus hijos y son sensibles hacia ellos, pero colocan unos límites claros y mantienen un entorno predecible. Los niños de estos padres son los más curiosos, los que más confían en sí mismos y los que funcionan mejor en la escuela. Son niños con buenos niveles de autocontrol y autoestima, capaces de persistir en las tareas, hábiles para las relaciones personales; independientes, con un sistema moral propio.
Entonces, lo mejor que puede pasarle a un niño, es contar con unos padres democráticos, después de todo, crecerá en una sociedad democrática, para lo cual se requieren habilidades sociales que le permitan integrarse de una manera adecuada: diálogo, resolución no violenta de los conflictos, negociación, mediación, resolución de problemas, autorregulación, convivencia, postergación de deseos, escucha y un largo etcétera.
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JRP