Sábado, 11 Enero, 2025

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La falta de regulación emocional

Opinión

Jorge Luis Ramos Perez

La falta de regulación emocional

En una ocasión conducía mi automóvil por un boulevard de la ciudad. Al acercarme a la esquina la luz del semáforo cambió a amarillo. El automóvil que iba delante de mí decidió cruzar. Yo opté por frenar. No obstante, el chofer del automóvil que venía detrás de mí, hizo sonar su claxon con furia. Por el retrovisor vi su rostro de reclamo y desprecio hacia mí que había decidido manejar con precaución. En cuanto el semáforo se puso en verde avanzamos, inmediatamente me rebasó por la derecha, se emparejó conmigo para hacerme un ademán con el dedo medio de su mano derecha, al mismo tiempo que dijo algo que no alcancé a escuchar pero que definitivamente no era amistoso, sino rabioso, así lo dejó ver su gestualidad. Se trató de un hombre joven, no más de 25 años.

En otra ocasión parados en un semáforo, el conductor que estaba delante de mí avanzó unos centímetros. Yo interpreté que estaba facilitándome el paso por su costado izquierdo, el cual se había estrechado por la arquitectura de la vía. Con precaución y lentitud lo rebasé por dicho costado. Aun así alcancé a rozar su espejo lateral con el mío. De inmediato su rostro se desencajo y muy enojado me hizo ademanes nada cordiales. Yo retrocedí, lo vi de frente, vi su retrovisor al mismo tiempo que le preguntaba si lo había dañado y le pedía disculpas. Él prefirió gritarme con rabia –mientras su compañera copiloto metía su cabeza en el smartphone como apenada por la reacción ofensiva de su compañero–; yo, pensando que no me había escuchado volví a disculparme y agregué: “Me alegra que no le haya dañado su espejo, nuevamente le pido una disculpa”. Sólo se tranquilizó un poco, muy poco. Emprendimos la marcha y su piel blanca que se tornó roja lo denunció furioso por un detalle que fue accidental y sin consecuencias, su gesto era de reproche y hasta odio hacia mí, un rostro de hombre maduro –cerca de 40 años, según mis cálculos– que realmente me produjo miedo.

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Relato dos escenas de las muchas que vivimos en el día a día, que tienen algo en común: la dificultad para regular las emociones, sobre todo la ira. Las dos escenas me provocaron cierto enojo, pero sobre todo cierto temor al constatar que detalles tan pequeños producto de decisiones acertadas de mi parte (la primera donde conduje con precaución) y desacertadas (mi error de cálculo al rebasar y rozar aun sin consecuencias el espejo del automóvil de al lado) fueron el detonador de reacciones de alto nivel de furia y hasta odio.

El temor no sólo lo provocó la reacción iracunda de este segundo conductor, sino también el hecho de imaginar el nivel de reacción que hubiera tenido si su espejo hubiera tenido algún daño.

Ambas escenas me dejan pensando con preocupación en la dificultad de muchos adultos de nuestra sociedad para regular sus emociones.
La regulación emocional se define como el proceso de iniciar, mantener, modular o cambiar la ocurrencia, intensidad o duración de los estados afectivos internos y los procesos fisiológicos, a menudo con el objetivo de alcanzar una meta (Thompson,1994). Actualmente se considera una habilidad fundamental para la vida, la puerta a la salud y la felicidad, pues somos seres emocionales con capacidad de raciocinio. Los hechos estresantes o atemorizantes detonan nuestra emocionalidad de manera automática, como una reacción encaminada a la sobrevivencia. Al mismo tiempo que contamos –o deberíamos contar– con un cerebro capaz de gestionar esa emoción de manera constructiva.

La regulación emocional es el resultado de un proceso de crianza respetuosa e inteligente donde los cuidadores –padres, maestros y toda persona encargada de acompañar la vida de los niños y niñas– tienen la capacidad para ayudarle a esos seres recién llegados al planeta con un cerebro emocional (hemisferio derecho) más desarrollado que el racional (hemisferio izquierdo) a encontrar el equilibrio.

Me preocupa constatar, sobre todo en carne propia, que los adultos de hoy no gozamos del nivel más alto de inteligencia emocional, lo cual trae como resultado los niveles de violencia que hoy nos aquejan. Me preocupa que no seamos portadores de las habilidades sociales suficientes para resolver los conflictos y tensiones interpersonales de maneras no violentas, debido a la falta de habilidades sociales y emocionales. Urge criar con inteligencia, sensibilidad, amor y respeto para construir cerebros plenos, integrados y equilibrados capaces de hacer posible la vida en comunidad.

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