La Guerra fallida que nos dejó Richard Nixon
Hay una fecha en la que las banderas de muchos países l at i n o a m e r i c a n o s debieran ondear a media asta: el 17 de junio. Sin embargo, es muy probable que el día pase desapercibido para muchos de nosotros. En esa fecha, hace cincuenta años, Richard Nixon declaró la guerra contra las drogas. En medio siglo, ha habido balas, mucha sangre derramada y muy pocos éxitos.
Todos los días, leemos noticias sobre el avance del crimen organizado. Los criminales tienen una forma de agruparse y reagruparse que puede dejar con la boca abierta a las organizaciones más prestigiosas del mundo. Su forma de operación es digna de analizarse ya que son capaces de reordenarse, casi en forma instantánea. Si les cortan la cabeza, les salen dos o tres más. Tienen brazos más largos que los de la ley y un negocio rentable que no están dispuestos a abandonar.
Desde que 17de junio de 1971, Richard Nixon declaró a las drogas como el enemigo público número uno de los Estados Unidos, los países latinoamericanos entramos en un remolino descendente en el que nos ha tocado poner más de lo que hemos recibido. Nuestros cementerios están llenos de víctimas mortales, nuestras calles han perdido la seguridad, muchos nuestros pueblos se han convertido en barriles de pólvora, el brazo corruptor del crimen ha llegado a lugares indecibles, los buenos se han hecho malos y lo malo se vuelve un aspiracional. En fin, si hacemos un balance, podemos concluir que no nos ha ido bien.
A los latinoamericanos y en especial a los mexicanos se nos legó la era más negra. Siempre ha sido al sur del Bravo donde se encuentran los carteles, la maldad y la capacidad de corromperse. Mientras en los países al norte de la frontera mexicana, se quedan con la insaciable necesidad de drogarse, no pueden con el peso de sus vidas y buscan una realidad distinta, alterando sus conciencias con sustancias que siguen siendo ilegales en su país. Unos son los malvados y otros son enfermos.
No obstante, a los estadounidenses se les ha estado cayendo la venda de los ojos. Poco a poco se dan cuenta de que sus vicios no están exentos de consecuencias, que las drogas que traspasan las fronteras no tienen patitas ni se mueven con autonomía: allá también hay cárteles, funcionarios corruptos y empiezan a entender que ellos también son parte actuante del problema.
De hecho, hay la creencia de que, por cualquier lugar de Honduras, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Argentina o Méxio que uno camine, lo más probable es que se encuentre en territorio del narcotráfico. Desde hace medio siglo, la base latinoamericana del tráfico de drogas y el crimen organizado ha penetrado toda la institucionalidad. Si un hondureño se topa con alguna autoridad — policía, alcalde, diputado…— es muy posible que esta responda a intereses del crimen organizado. Aquí el narcotráfico se ha movido al ritmo de los intereses de Estados Unidos.
La guerra que nos dejó Richard Nixon ha sido una guerra fallida. Es necesario que lo digamos alto y claro para que encontremos una verdadera solución. Mientras un joven se droga en Missouri, uno pierde la vida en Guanajuato y hay familias infelices en ambos lugares. ¿Dónde está el éxito? No me imgino que nadie se sienta feliz de tener un hijo encadenado por un vicio o enganchado por el crimen organizado.
De todos los legados de Richard Nixon, este ha sido uno de los peores. Nuestras banderas debieran recordar el 17 de junio con las banderas a media asta, pero la fecha pasa desapercibida. Es momento de elevar la voz y buscar mejores soluciones.