La madurez emocional
“La madurez no llega con la edad, sino con la conciencia que se tiene de la edad y con lo que esa conciencia nos lleva a hacer de nuestras experiencias”, afirma uno de los más lúcidos pensadores de las problemáticas cotidianas, Sergio Sinay.
Así es, una cosa es crecer y otra madurar. Lo primero es un efecto de la biología y el tiempo. Basta alimentarse para crecer. Es un proceso del orden orgánico. En cambio, madurar implica crecer, pero con conciencia para decidir, por ejemplo, no sólo como comer, sino qué comer. Vivir con conciencia implica estar en el aquí y el ahora, sintiendo y pensando los sucesos y experiencias de la vida cotidiana, haciendo de cada suceso un aprendizaje que aumenta la sabiduría propia, haciendo de los eventos adversos de la vida una ocasión para el afrontamiento, para la activación de la creatividad que permita encontrar la salida, para sacar fuerza que permita ejecutar el plan. Incluye también la capacidad de, una vez superada la adversidad, aprender de ella, lograr eso llamado resiliencia.
“La madurez es un fruto que no cosechan quienes se empeñan en permanecer detenidos en una edad temprana e incompleta”, advierte Sinay. Significa que madurar implica una tarea propositiva para ir dejando la dependencia normal de la larga infancia y adolescencia para lograr una autonomía progresiva que en algún momento toque la plenitud, inaugurando así, la etapa de adultez, una etapa donde la posición de “recibir” propia de la infancia y aun de la adolescencia cambia hacia la posición de “dar”.
En el siglo XXI vemos personas adultas que se resisten a madurar. Sus cuerpos crecieron, pero su mente no. Serio problema, porque aún con su inmadurez asumen roles complejos y trascendentales para la vida de las personas y sociedades, por ejemplo, roles de padre/madre, pareja, gobernante, trabajador/trabajadora, etcétera. Al mismo tiempo que se vuelven en referentes de las nuevas generaciones.
Valores morales y espirituales de la educación, un libro que forma parte de los programas de las escuelas de Los Ángeles, en California, destaca algunas características de la madurez emocional, compiladas por Sinay en su obra La sociedad que no quiere crecer, características y atributos que tienen que ser promovidos por los procesos de educación y socialización. Veamos, pues, la persona emocionalmente madura:
- Acepta que se le critique y aprovecha las críticas para superarse.
- No se entrega a la autocompasión. Ha empezado a creer que las leyes de la compensación funcionan en todas las cosas de la vida.
- Nunca espera ser tratada como alguien especial por otras personas.
- Se enfrenta a las emergencias con serenidad.
- No se deja herir fácilmente en sus sentimientos.
- Acepta la responsabilidad de sus propios actos sin escudarse en excusas.
- Ha superado la etapa de pretender de la vida “el todo o el nada” y reconoce que ninguna situación o persona es totalmente buena o totalmente mala; además, ha empezado a apreciar las ventajas del “justo medio”.
- No se impacienta ante retrasos razonables. Ha aprendido que no es el árbitro del universo y que frecuentemente tendrá que ajustar su voluntad a la conveniencia de otras personas.
- Sabe perder. Puede tolerar la derrota y la decepción sin quejas ni lloriqueos.
- No se preocupa indebidamente por las cosas que no puede remediar.
- Se alegra sinceramente ante el éxito o la buena suerte de otros. Ha superado los sentimientos de envidia y de celos.
- Tiene la suficiente amplitud mental para escuchar reflexivamente la opinión de otros.
- No busca continuamente defectos en otras personas.
- Planea con anticipación en vez de confiarse en la suerte o en la inspiración del último momento.
- Se considera con una parte integral de la Humanidad y se preocupa por contribuir positivamente en los grupos de los que es miembro.
El nivel de madurez de una sociedad está en función de la madurez que sus miembros adquieren gracias a la calidad de la crianza y educación, así como de las oportunidades del entorno. Mejoremos la crianza para mejorar nuestras sociedades.