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La solución somos todos

Opinión

Tomás Bustos - Reflexión ciudadana

LA SOLUCIÓN SOMOS TODOS.

Hay ocasiones en el desarrollo de los Estados, que se necesita un consenso casi unánime, para enfrentar un problema. Hay países que se han visto en vueltos en guerras con otras naciones; otros, han librado guerras intestinas por siglos y no han conocido espacios de paz, suficientes para dirimir sus conflictos. 

Nuestro propio país, ha sufrido periodos de enfrentamientos armados, que han costado miles de vidas, acaso millones y, además de la vida, perdimos un millón cuatrocientos mil kilómetros de territorio. 

En todos los casos, la sociedad fragmentada no ha podido superar sus crisis, hasta que se recuperó la concordia y, mediante el diálogo, se reencontrara el camino. A nuestro vecino le afligió una grave crisis, cuando libró la cruel guerra de secesión, a cuyo término, se abrió camino para encontrarse la sociedad, en la aceptación de los valores de empatía y solidaridad, promovidos por leyes que hicieron posible erigir un Estado, en el que, accede a una paz duradera, protegida por el progreso compartido. 

El producto del trabajo de una generación debe ser utilizado para que la sociedad avance, en la vigencia de valores que eleven la calidad humana de la sociedad. De ahí la necesidad de fomentar la unidad por medio de una conducta que acepte, desde la infancia, la igualdad del ser humano, entendida como la dignidad de la persona, para que, además de comprender las necesidades de la naturaleza de cada uno, sea capaz de aportar, para que la racionalidad se ejerza como instrumento de liberación. 

La solución somos todos

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La solución somos todos

La liberación se logra, cuando quienes integran una comunidad humana, comprenden sus necesidades, sean capaces de mitigarla y, a la vez, entiendan que quienes le rodean, tienen también necesidad de hacer realidad, sus posibilidades de desarrollo como seres humanos. El concepto de prójimo implica la empatía, es decir, entender al otro y tratarlo como quisiéramos ser tratados. 

Lo anterior implica también la solidaridad, pues no sólo debemos mirar la desgracia del otro, sino empeñarnos, con trabajo, en ayudarle mitigarla y de ser posible se reintegre a quienes no han tenido el infortunio de caer en ella. 

Quienes piensan que: “cada quien debe rascarse con sus uñas”, forman en una ideología, que utiliza la desigualdad como una forma de estimular la superación. Esta forma de pensar nos lleva a la conclusión de que no debemos propiciar la debilidad, sino combatir al débil e ignorante, para que sobre él triunfe el más apto. 

El número de pobres que ha generado nuestra forma de organización económica debe hacernos reflexionar sobre si el valor de una política, ajena a la empatía y la solidaridad, puede mantener la paz, en las calles y en nuestra conciencia. 

El consumismo nos ha llevado a una crisis de valores que deprime la calidad humana de la sociedad en general y, en particular, la de quienes, privilegiados por la naturaleza, consideran al pobre como un desecho o, en el mejor de los casos, una mercancía. 

Hay que recordar con frecuencia la pregunta: ¿de que sirve al hombre, ganar todo el mundo, si pierde su esencia? 

La solución somos todos

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