Las campañas: un espejo desolador
Ganaron unos y perdieron otros, pero al final del camino como colectividad el saldo no es alentador. Si bien en esta región del estado no se registraron hechos de violencia extremos como en otros rumbos de la entidad, los usos y costumbres políticos que hemos vuelto a observar durante estos meses exhiben una vez más que quienes buscan retener el poder o conquistarlo carecen de límites éticos, pero también nos da un retrato del tipo de sociedad en que nos hemos convertido. La combinación de políticos sin escrúpulos con una comunidad a la que mayoritariamente ya no le indigna ser representada por personas muchas de ellas indecentes, refleja con crudeza el abismo y decadencia en que nos encontramos.
Y a eso habrá que sumar las debilidades institucionales. De poco o nada sirven legislaciones electorales que en el papel se presumen de vanguardia, si en los hechos quienes deben ejecutarlas no tienen la integridad y decisión para que esas herramientas jurídicas acoten la irracionalidad y falta de probidad con la que se disputan los puestos de elección popular.
En el noreste, las escenas fueron de lo patético a la bajeza: candidatos que ofrecieron pelucas y pirotecnia verbal en lugar de propuestas con sustancia, protagonistas de la vida pública con lastres documentados de corrupción predicando valores humanistas desde los escenarios; otros, expertos en hacer negocios al amparo del poder hablando con cinismo de honestidad en las plazas públicas; unos más con trayectoria de ineficacia y turbiedad trepados en el púlpito de la 4T para denostar a sus adversarios, candidatas buscando ganar la elección con un coaching de cabecera pero desconectadas de la realidad. Candidatos que por la noche pregonaban una ideología y al día siguiente ya enfundados en playera de otro color defendían lo que horas antes criticaban. Oportunistas y vividores convirtiendo las reformas legales en salvoconducto para gastar suela dos meses y sentarse a cobrar tres años desde una regiduría.
Y por dentro, en lo que se entreteje en las alcantarillas de los partidos y los grupos políticos, lo mismo de siempre: dinero de contratistas y proveedores circulando en las campañas, las estructuras de gobierno convertidas en un brazo operador electoral, componendas con el clero, compra de voluntades con efectivo, con materiales de construcción, despensas, vales, calentadores solares, con promesas de empleo.
Y las nuevas tecnologías puestas al servicio de las viejas formas de hacer política. Multiplicación de cuentas falsas de Facebook versión moderna de los anónimos que antes se metían debajo de las puertas en altas horas de la noche. La falta de gallardía y honor para confrontar al adversario político con argumentos, de frente, con altura, y en cambio proliferación de testaferros y versiones pueblerinas mal hechas de Anonymous. La política convertida en producto chatarra que en la disputa de la clientela experimenta envolturas según alcance el presupuesto del candidato, pero al final en cualquiera de sus presentaciones todo resulta igual de falso y vacío.
Y los partidos, en su peor momento como instituciones, convertidos en cascarones, franquicias al mejor postor, sin ninguna autoridad moral para representar a nadie. Todos controlados por sus respectivas élites que les han arrancado cualquier rasgo de congruencia y democracia interna. La verticalidad y las componendas cupulares ahora se llaman encuestas o decisiones por consenso.
No hay duda que el reino del presidente de la República López Obrador no es de este mundo. En el de él ya se desterró la corrupción, no hay fraude electoral y su partido es distinto a todos, pero en el mundo terrenal de nosotros los mortales estas elecciones han transcurrido igual que siempre: Morena colgándose de las estructuras federales como lo hizo antes el PRI o el PAN, los gobernadores opositores al régimen haciendo lo propio en sus islas que defendieron hasta con las uñas. Alcaldes por igual jugando a preservar el poder para los suyos al costo que sea. Una danza de partidos satélites que son negocios familiares capeando sobras y advenedizos para mantener el registro y que el dinero público no deje de chorrear a sus cuentas bancarias. Y a ras de calle, mucha gente sin más opción que dirimir sus acertijos históricos locales bajo la sombra de esa partidocracia, que cerrado el proceso electoral se olvidará de los problemas reales.
Con la nobleza de siempre, muchos hombres y mujeres de buena voluntad acompañaron el desarrollo de la jornada como funcionarios de casilla. Las autoridades saldrán a decir que fue un éxito porque “la elección estuvo en manos de los ciudadanos”.
Es una valiosa conquista social que los votos se cuenten bien y que existan candados suficientes para otorgar el triunfo a quien obtiene la mayoría de sufragios, pero ese ya no es el dilema principal del sistema electoral mexicano, el punto fino (no resuelto) es toda la mugre y el lodazal que anteceden al momento en el que los ciudadanos depositan su voto en la urna.