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Las cosas que sin existir, existen

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Las cosas que sin existir, existen

La muerte de la Reina Isabel II ha desatado los nudos de aquellas situaciones que, sin existir, existen. Me explico, en Gran Bretaña, ha habido un tufillo de declive en el aire durante mucho tiempo, temporalmente enmascarado por el aroma sintético del gobierno animador de Boris Johnson. Pero ahora es evidente y esos olores recorren el globo terráqueo. La gente solía decir que la Reina era admirada porque “hace el trabajo muy bien”. Nunca entendí lo que eso significaba. Tal vez, no lo entienda por no ser británica. Por lo que se puede ver, su trabajo era simplemente aparecer, pasar por protocolos y no seguir el guión que le dictaron toda la vida lo mejor posible. ¿Qué hacía la reina? Algo que, según la opinión de los británicos, hizo muy bien.

Aparentemente, sus súbditos vieron que ella fue un símbolo de confianza, coherencia y continuidad cuando en el país que ella reinaba había poco de eso. La suya fue una presencia que su pueblo agradeció en un contexto de guerras, crisis económicas, Brexit y Covid. ¿Qué hizo? Estar allí para el apoyo moral en tiempos de emergencia nacional, y mantenerse al margen en momentos de agitación política. Lo cierto es que cuanto menos decía, o cuanto más no decía, más envolvía al país en un abrazo somnoliento y cálido de irrealidad. Eso se ha ido ahora. ¿Podrá Carlos III continuar haciendo eso cuando su imagen no es ni de cerca la de su madre?

Es curioso, dondequiera que vayas en el mundo o en cualquier punto que visites en la historia, llegan al mismo concepto de una fuerza superior. Esa necesidad de un guía, un tlatoani, un líder moral, los humanos necesitamos imponer un sentido de lógica y un propósito superior. La casi deificación de la reina se intensificó a medida que el reino se separaba. Así pasa en gobiernos que no tienen realeza y se aferran a sus dictadores como si se tratara de santos a los que se les debe devoción.

El papel más importante de la reina, fue ser esa Britannia todavía imperiosa. Fue ser lo contrario a los políticos grises de la posguerra que lidiaban con la austeridad en casa y la pérdida del estatus de superpotencia de Gran Bretaña en el extranjero. En la riqueza, la pompa y la grandeza de la familia real, perduró suficiente residuo de ese estatus tan vital para la identidad de Gran Bretaña. La joya quedó en su corona, no en el imperio. La gente mira para arriba un símbolo que existe flotando en la irrealidad. Curioso que cuanto más se desgastaba ese estatus, más protegía la reina la identidad del país.

Las cosas que sin existir, existen

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Las cosas que sin existir, existen

En realidad, siendo honestos, no existe ese imperio unido ni una Commonwealth agradecida. Eso, me temo que siempre fue una ficción. Los países de la Commonwealth comenzaron a destituir a la Reina como su jefa de Estado en cuando los llamados a ser más honestos sobre el pasado comenzaron a hacerse más fuertes. La familia real comenzó a ser un símbolo poco noble que representó las causas de la supremacía blanca, las desigualdades por vasta la riqueza heredada de dudoso origen, parte de ella vinculada al comercio de esclavos, la deferencia de clase desposeída, el derecho de línea de sangre y la falta de rendición de cuentas.

Más curioso resulta que cuanto más exigía el cambio en la cultura, la estructura de clases y el perfil económico del país estas confrontaciones con la realidad, más se convertía la reina en un refugio. Una representación de ficción en la que las cosas aparecen más sencillas: mientras la Reina existió, también lo hizo ese reinado. ¿Podrá seguir así?

A la distancia se ve que, así como el noble imperio, ese reino nunca existió realmente. Y durante el reinado de la reina, la visión de la nación de sí misma también se cuestionó por su propia gente, incluido su nieto. Pero estos desafíos nunca se atrancaron. Y tener a la Reina siempre fue un consuelo, con su sonrisa, su ropa, sus broches y su ritual, todo congelado en ámbar, sin dejarse arrastrar por nada de eso. Eso que existió sin existir fue suficiente para sus súbditos.

La sociedad ha cambiado. La lejanía de una familia que no se ve tan distinta a las demás que habitan en el mundo pero que vive de los privilegios dinásticos, tal vez ya no sean de tanto consuelo. Carlos III y su esposa Camila no son tan populares, sus primeros destellos despóticos no se comprenden. Sin embargo, ahí están. Siguen existiendo sin que entendamos mucho. Son figuras que sin existir, existen.

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