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Daños a la democracia

En un tiempo ordinario, ninguno de estos comentarios de funcionarios republicanos sería digno de mención. Sin embargo, en estos momentos, habría que ponerles atención. Por ejemplo, Asa Hutchinson, gobernador de Arkansas expresó: “Espero que Joe Biden sea el próximo presidente de los Estados Unidos”. No fueron pocos los republicanos que pensaron que el presidente Trump tiene todo el derecho de impugnar los resultados en la Corte, pero no se da cuenta del daño que le está haciendo a la democracia de los Estados Unidos.

Hutchinson no fue el único en pensar así. El gobernador de Ohio, Mike DeWine, declaró: “Joe Biden es el presidente electo”. En Michigan, la senadora estatal Ruth Johnson opinó: “tenemos que seguir adelante”. En Georgia, el secretario de Estado, Brad Raffensperger, declaró: “La gente va a tener que aceptar los resultados. Soy republicano. Soy demócrata. Creo en elecciones justas y seguras”.

A lo lejos, en el extranjero se aprecian las cosas de diferente manera. La opinión general es que complaciendo las mentiras tóxicas del señor Trump sobre una elección robada se golpea fuerte y en forma innecesaria una democracia que ya dejó de ser un modelo para el mundo. El daño está hecho y esperamos que no sea de amplio espectro. En privado, opositores y correligionarios hablan del presidente como si fuera un niño petulante que no logró enfrentar la dura verdad a la vez. El problema es que tantos votantes desconfían de los resultados y creen que Donald Trump debería seguir con sus intentos en los tribunales. 

Pero, ¿por qué tanta gente sospecha en primer lugar? Porque el presidente Trump ha estado sembrando dudas sobre las instituciones democráticas de la nación desde antes de las elecciones, y sus admiradores excusan y amplifican sus mentiras. La gente, desde el día de las elecciones, creyó en las afirmaciones de que la votación fue amañada y lo peor es que no ven que se trataba de declaraciones descaradas de un hombre berrinchudo. 

Cada día que los republicanos dignificaron las rabietas de Donald Trump, fue como si se clavaran un tenedor en el ojo.  La noción de que la elección fue robada se afianzó aún más entre sus partidarios y se avivó la ira, el encono y la división. El único resultado plausible, como bien se entiende, es que una gran parte del electorado considerará ilegítimo al presidente electo Joe Biden y al sistema electoral de la nación.

El trabajo sucio que se hace para desprestigiar a las instituciones que se encargan de dar legitimidad al proceso electoral que devendrá en gobierno legítimo es un puntapié que recibe la democracia. Una autoridad coja evidencia la improcedencia de un gobierno legítimo. Un pueblo que no confía en sus autoridades no se puede llamar democrático. Algo anda mal cuando los votantes sienten que fueron engañados. Se ataca el tejido que debiera sustentar el esqueleto que da apoyo al acto de gobernar.

El principal responsable de la erosión de la confianza que seguirá es, por supuesto, el señor Trump. Pero, no se hizo daño nada más a él, con sus actitudes huracanadas se sigue llevando entre sus vendavales a sus correligionarios y la credibilidad de la democracia de la nación. Trump perdió, al igual que sus colegas. Los republicanos se acobardaron, fallaron en la prueba más básica y por esto, la democracia estadounidense se verá dañada.

Hay quienes piensan que aceptar una derrota es caer en las redes del conformismo, es agachar la cara sin dar batalla. Pero, una táctica de guerra es elegir las luchas que valen la pena y sustentar las estrategias con base en la realidad. Si las evidencias están dando pruebas de que los resultados fueron adversos, no hay caso de seguir neceando. Lo honorable es aceptar que ganó el adversario y felicitar su resultado.

Eso es lo que hace un verdadero demócrata. Lo demás son quimeras personales y egos dolidos que no pueden tolerar que no se tuvieron los arrestos para ganar por la buena. Lo demás es darle golpes a la democracia y eso no lo hace una persona que en verdad quiere hacer la voluntad del pueblo. Pero, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

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