Miércoles, 12 Marzo, 2025

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Magnos festejos por la proclamación del Rey Carlos IV

Opinión

Editor Web

En un tablado instalado en la Plaza Mayor, el Alférez Real hizo la proclamación así: “Castilla, Castilla, Castilla y la Ciudad de Santa Fe, Real y Minas de Guanajuato por el señor Rey Don Carlos IV, a quien Dios guarde”. La multitud respondió con muchas vivas, las cuales aumentaron al correrse la rica cortina que cubría los retratos de sus majestades. De fondo, el repique general de las campanas y las salvas de la tropa. Como era tradición, al final se arrojaron al pueblo las monedas de oro, plata y cobre que se habían acuñado para este acto.

Nacido en Nápoles en 1748, Carlos IV ha pasado a la historia como un rey blandengue, en nada parecido a su padre y antecesor Carlos III. Ciertamente el contexto histórico que tuvo le fue adverso; pero ante los retos que ponen a prueba la grandeza de los hombres, Carlos IV vaciló, huyó y, en el peor de los casos, dejó en manos de gente incompetente la toma de decisiones.

Casado con María Luisa de Parma, incluso en su hogar sus ministros se impusieron, al grado de atribuirse a la reina amoríos con Manuel Godoy, influyente funcionario que llegó a gobernar detrás del trono.

Así, bajo el influjo de Floridablanca, el conde de Aranda y el propio Godoy, la política española de aquel tiempo fue de tumbo en tumbo: se opuso a la Revolución Francesa e hizo lo posible por salvar la vida de Luis XVI; luego se mostró complaciente ante las ambiciones de Napoleón y permitió la invasión de las tropas francesas.

Ante situación tan extrema, Carlos IV se vio obligado a abdicar a favor de su hijo Fernando. Los planes de Napoleón eran, sin embargo, diferentes y presionó al nuevo monarca para devolver la corona a su padre; sólo para que éste, de manera por demás ignominiosa, cediera sus derechos a José Bonaparte… Todo ello mientras el pueblo español brindaba su sangre en defensa de la patria.

Estos acontecimientos tuvieron como escenario el año de 1808 y fueron el detonante de los movimientos independentistas en América Latina, donde de pronto las colonias españolas se quedaron sin un rey español que las gobernara, con una metrópoli invadida y la oportunidad de decidir su futuro por ellas mismas.

Carlos IV sufrió el exilio y terminó su vida en Roma, en 1819, con la satisfacción de ver libre su nación; pero con el dolor de haber contribuido a la ruina de su inmenso imperio, el cual para entonces se desmoronaba.

Años atrás, todo era diferente, Guanajuato vivió el 27 de diciembre de 1790, la fastuosa celebración del ascenso de Carlos IV al trono. Ese día se reunieron los Regidores, los llamados Reyes de Armas y Mazeros, y acompañados de timbales y clarines pasaron a la casa del Alférez Mayor, el segundo Marqués de Rayas, para que tomara el Real Pendón. Ya con el estandarte, la comitiva se amplió en la Sala Capitular con otros funcionarios y, por supuesto, el Intendente Pedro José Soriano.

En un tablado instalado en la Plaza Mayor, el Alférez Real hizo la proclamación así: “Castilla, Castilla, Castilla y la Ciudad de Santa Fe, Real y Minas de Guanajuato por el señor Rey Don Carlos IV, a quien Dios guarde”. La multitud respondió con muchas vivas, las cuales aumentaron al correrse la rica cortina que cubría los retratos de sus majestades. De fondo, el repique general de las campanas y las salvas de la tropa. Como era tradición, al final se arrojaron al pueblo las monedas de oro, plata y cobre que se habían acuñado para este acto.

En la noche hubo iluminación general de la ciudad y el tránsito del numeroso gentío por las plazuelas y callejones, además de la alegría de los grupos musicales. Los días posteriores tuvieron actos religiosos, fuegos artificiales, peregrinaciones de los diferentes gremios acompañados de danzas, su carro triunfal y su mojiganga. También se realizaron corridas de toros en la Plaza de San Diego, comedias en el Teatro del Coliseo y, al final, un suntuoso baile en las Casas Capitulares.

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