Mirar las estrellas mejor que la NASA
Me parece que nos hace falta elevar la mirada al cielo. Imagino aquella primera vez en que por primera vez nuestros ancestros primitivos decidieron dejar de arrastrarse por la tierra y ponerse de pie. Sospecho que una de las sorpresas más grandes que se llevó fue descubrir la bóveda celestial y darse cuenta de que hay algo superior a nosotros, algo tan grande y que formamos parte de ello.
Es seguro que, al dejar de ver el suelo, este primer ser humano se preguntó qué era aquello, por qué era azul y no color de arcilla como la tierra bajo sus pies, le intrigó saber la razón del cambio de tonos: unas veces oscuros y otras claras, unas tan negras y tenebrosas, otras tan claras, unas vacías y otras llenas de cuerpos celestes. Estoy cierta que en algún momento se preguntó cuál era su participación en ese concierto universal.
Sí, alguna vez fuimos hielo cósmico. La superficie de pequeñas partículas sólidas que llamamos polvo interestelar es el punto en el que comienza el viaje de la vida en el universo. Cada grano de polvo del tamaño de una bacteria lleva una delicada capa de hielos encima, como si se tratara del merengue de un pastel. Y de la misma forma en la que los hielos del ártico ofrecen una historia para que podamos leerla con nuestros telescopios, así cada titilar de los cuerpos celestes nos dicen algo en particular a cada uno de nosotros.
Pero, por alguna extraña razón, hemos decidido jorobar la postura y engarrucharnos tanto que parece que volveremos a arrastrarnos por el piso como aquellos austroplopithecus de los albores de la Humanidad, sólo que ahora nos atarantamos con lo que pasa en la pantalla de un aparato electrónico en vez de embelesarnos con los misterios de la tierra. Me sorprende ver como muchas personas se pasan el tiempo contemplando una pantalla que en realidad no dice nada, como si estuvieran esperando una señal tan importante que se decidió dedicar la vida a esa tarea incomprensiblemente relevante para ellos. Tanto así, que se pierden de lo real y concreto que les rodea.
Estamos distraídos y perdemos de vista lo que existe. Y, no me refiero a la situación del mundo que es compleja ni a la crisis alimentaria ni a que la inflación de alimentos llega a niveles de 32% anual, sino a algo más inmediato y tangible. Nos perdemos del aquí y del ahora. Seguimos apretando botones como changuitos que fuimos amaestrados en esta tarea tan divertida. Y, es verdad que Vladimir Putin atacó el puerto de Odesa después de firmar un pacto para desbloquear el cereal, que la sequía de este verano ha afectado severamente los ciclos ecológicos, que el fenómeno de La Niña está elevando las temperaturas y que tenemos tanta información a la mano que nos perdemos en un laberinto de datos.
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Nos hace falta elevar la mirada, erguir la postura y mirar al cielo. Hay enigmas mucho más seductores que lo que sucede en redes sociales, mucho más interesantes que fotos con rostros tan poco naturales y tan llenos de filtros. Pareciera que en la cotidianidad del día a día no somos capaces de mover la cabeza y ampliar el radio de nuestras miras. Las imágenes que nos llegan gracias al telescopio espacial James Webb nos permiten desplegar misterios del universo, casi podemos descifrar el origen de todo.
Asistimos a una revolución científica que comenzó a fraguarse en 1996 con una el entonces director de la NASA sobre la posible construcción de un telescopio espacial de 4 metros que trabajara en el infrarrojo, comentó: “¿Por qué pides una cosa tan modesta?, ¿por qué conformarnos con cuatro y no pedimos seis o siete metros?”. Lo que buscaba era entrar en la profundidad del universo.
Queremos ir a las honduras del cielo. No obstante, nos convertimos en seres brumosos, ultradifusos. Por estar enrollados atendiendo nuestra pantalla, dejamos de ver lo que sucede a nivel de la tierra y nos olvidamos de mover la nuca hacia atrás para contemplar lo alto. Y, me temo que si lo hiciéramos, resolveríamos muchos de los problemas que aquejan al mundo y atormentan a muchos seres humanos.
Si lográramos elevar la mirada al cielo; si dejáramos descansar nuestras espaldas y en vez de hacerla gancho, nos enderezáramos; si nos permitiéramos sentir que somos parte de algo más grande; si pudiéramos ver las estrellas mejor que la NASA; si invocáramos a lo alto; estoy segura de que la Humanidad entraría en un rumbo mejor.
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JRP