Ola migratoria
Uno de los fenómenos sociales que distingue al siglo XXI es la movilidad de las personas. En teoría, el progreso y los avances tecnológicos nos han dado a la Humanidad la posibilidad de desplazarnos por el mundo gracias a los trenes, aviones, autos, barcos e infraestructura de transporte. Tanto es así que la ola migratoria que estamos experimentando no tiene precedentes en la Historia. La población fija de nacimiento extranjero en las naciones del mundo está rompiendo récords.
Las curvas de crecimiento migratorio se han incrementado sustancialmente en las últimas dos décadas de acuerdo con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en cuya cumbre anual se está tratando el tema. No solamente ha crecido el fenómeno de migración, también se ha transformado. Muchos países cuyos pobladores decidían irse, se han convertido en naciones anfitrionas o de paso. Tal es la situación de México o de España. En el fondo hay preocupación dado que, en la mayoría de los casos, los inmigrantes no se ven con simpatía y cuando el flujo de personas de otro lugar llega en forma descontrolada, se generan problemas que afectan a los pobladores originales.
El que migra lo hace porque tiene diversas razones para abandonar la tierra que lo vio nacer. Unos, buscan mejores oportunidades de vida: un trabajo con mayores ingresos, un lugar en donde desarrollarse como deportista, un ámbito en el que pueda estudiar; otros huyen de regímenes totalitarios, de la guerra, de bandas delictivas. Cada persona tiene motivos tan válidos que lo obligan a despedirse de sus orígenes y desprenderse de sus raíces, lo que es un denominador común es la esperanza que tienen de concretar sus aspiraciones.
Por supuesto, el que migra se pone en una situación de desigualdad desde que da el primer paso. Sin importar el nivel socioeconómico del que decide irse, al llegar lo hace a un lugar nuevo del que tendrá que aprender usos y costumbres: se tendrá que adaptar. La adaptación no es un asunto sencillo, siempre habrá resistencias y añoranzas. Siempre habrá retos. El problema está en que el migrante no siempre será bienvenido. La impopularidad para los migrantes es una tendencia que va al alza, especialmente cuando las naciones anfitrionas sienten que los que llegan, violaron la ley para asentarse ahí. Dan la impresión de que la ley no les importa. No obstante, muchos migrantes que han cumplido con todos los trámites, tampoco son recibidos con los brazos abiertos. También está la idea de que los que llegan, están quitando oportunidades a los de casa, que hacen uso de infraestructura que no les corresponde. Su presencia se percibe como un abuso y se pasa por alto las contribuciones que también hacen.
Además, los migrantes de cuello blanco y los trabajadores de salarios mínimos saben que pueden enfrentar circunstancias en las que verán disminuida su capacidad económica, al menos en un principio. Muchos se van con el espejismo de un salario mayor, pero olvidan que sus gastos también se incrementarán. La preocupación en la cumbre de la OTAN gira en torno a la vulnerabilidad de estos seres humanos que han partido a la aventura de la esperanza y el trato político que se les está dando a los problemas que enfrentan los que llegan y los que reciben.
Los discursos de odio son tan dañinos como las palabras populistas dado que no ofrecen soluciones. Una estrategia de fronteras cerradas a piedra y lodo es tan eficaz como una que plantea puertas abiertas. Ambos casos plantean soluciones fallidas que lo único que generan son más problemas, que causan miseria, desesperación. Es por ello que urge una política migratoria sensata. Tratar de tapar el sol con un dedo ha contribuido al desorden general.
Los oportunismos políticos han sido un fertilizante para el caos. En los discursos de los líderes mundiales se escuchan tendencias de tolerancia y apertura, pero también de todo lo contrario. Hoy, la gente expresa con libertad lo que siente, a mucha gente en los países anfitriones no les gusta tener un campo de refugiados frente a sus hogares, no les encanta que los recién llegados quieran imponer sus costumbres, enraizar sus ritos, construir sus modos. Los que llegan, no quieren renunciar a lo suyo.
Cada quien debe hacer lo que toca: los países anfitriones han de clarificar las formas legales para dar la bienvenida a la gente, ya que las necesitan y las contratan, si no, no se irían; los países de paso, deberán revisar sus políticas para la apertura de fronteras a la gente que va a cruzar su territorio; los países que expulsan a sus paisanos han de promover políticas de desarrollo, armonía y seguridad para sus nacionales. Nadie deja su casa por gusto si no es por ir detrás de una ilusión. México sabe del tema lo vive, lo disfruta y lo padece a diario.