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Salvando a la Humanidad

No siempre las cosas han sido como ahora. Vivimos tiempos extraordinarios. Esto no significa que esto que vivimos sea bueno, tampoco que sea malo. Simplemente esta fuera de lo que consideramos ordinario.

 ¿Y qué es lo que consideramos ordinario, común y de todos los días? Eso es algo que debemos reflexionar y detenernos por un minuto para pensarlo.

Hoy es ordinario comunicarnos con cualquier persona en el mundo al instante, tener acceso a información y contenidos especialmente elegidos para nosotros e incluso pedirle a un robot que haga algo tan trivial  como barrer el piso de la casa.

Hoy lo extraordinario se ha vuelto normal, ordinario. Y esta afirmación aplica para otras cosas que antes eran extraordinarias y con el tiempo han perdido valor; como ejemplo ¿podríamos considerar extraordinario el aleteo de una mariposa o los colores en un atardecer? La respuesta la tiene cada uno en lo particular, pero lo que deberíamos preguntarnos es ¿cuándo fue la última vez que desvié la mirada de mi teléfono para disfrutar unos cuantos minutos de ese momento donde el sol desaparece en el horizonte? Trata de recordar la última vez que viste una mariposa llena de color atravesar tu camino.

La naturaleza más que nunca requiere que volteemos a verla nuevamente con ojos de asombro y con un deseo incontrolable de preservar su belleza y equilibrio.

Uno de los primeros en voltear a ver a la naturaleza cómo algo tan extraordinario como divino, fue un escritor y filósofo llamado Ralph Waldo Emerson. Emerson tuvo gran influencia en varios escritores del siglo XIX, como Walt Whitman,  o Henry David Thoreau.

Emerson tenía ambición. Su personalidad era como un sol que resplandecía en las montañas y los valles que representaban el espíritu de sus amigos escritores. Fue un gran activista y motivó cambios en el pensamiento de su sociedad, cambios que entonces eran extraordinarios y ajenos de ese tiempo.

Hoy cuando los océanos comienzan a invadir las ciudades de la costa y la creciente temperatura  del planeta termina con el colorido extraordinario de los arrecifes de coral y la magnificencia de los glaciares, debemos pensar si hemos puesto nuestra ambición como humanidad en el lugar correcto.

Por lo menos parece que un hombre en Silicon Valley tiene claro hacia dónde apunta su ambición, Elon Musk.

Así como Emerson hace casi doscientos años veía el gran aprendizaje y sabiduría que podía obtenerse de una gota de rocío, Musk hoy contempla su misión en la vida con pasión y determinación. Salvar al planeta Tierra de su destrucción.

El creador de la compañía espacial SpaceX y del coche eléctrico Tesla tiene una visión del mundo clara y al mismo tiempo extremadamente compleja, reflejando un pequeño toque de locura que le permite aspirar a algo más grande que cualquiera de nosotros.

La ambición como la definía Aristóteles podía considerarse buena si estaba en equilibrio, si era excesiva o estaba lejos de la virtud, era algo que podía consumir a una persona. Sin embargo, si la ambición era virtuosa podía transformar la realidad.

En una época donde estamos aprendiendo a vivir con nuevas reglas del juego, hemos sido capaces de valorar nuevamente algunas experiencias que considerábamos ordinarias, como un abrazo, observar un atardecer o encontrarnos con una mariposa.

Tal vez sea tiempo de dejarnos guiar por la ambición y  contemplar posibilidades de cambio, cuidar nuestro entorno y preservarlo para la siguiente generación.

Meses de aislamiento social, cientos de miles de muertos, además de un gran deterioro económico y social deberían ser suficientes para que la humanidad se dé cuenta que algo debe ser diferente respecto a nuestra relación con la naturaleza. Debe ser suficiente para que nosotros hagamos algo distinto.

No necesitamos el dinero o la visión de Elon Musk para comenzar un cambio, solamente necesitamos algo de ambición virtuosa para regalarle a nuestros nietos un atardecer extraordinario.

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  • Mauricio Mokarzel
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