Viernes, 10 Enero, 2025

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Seguir después de las pérdidas

Opinión

Gaudencio Rodríguez Juárez

Estar vivo implica estar expuesto a las pérdidas y al dolor que de ellas se deriva. Perdemos a personas queridas que fallecen; perdemos relaciones humanas significativas por múltiples razones; se nos caen proyectos emprendidos y con ellos ilusiones, expectativas y sueños; perdemos facultades y capacidades antes fuente de fortaleza, rapidez, lucidez, belleza.

          Algunas pérdidas son más dolorosas que otras. Esto no depende de la pérdida en sí, sino del significado que tiene para la persona en cuestión. Y la posibilidad de seguir adelante estará determinada por la capacidad de elaborar el duelo por aquello que se fue, aquello que ya no es, así como por el apoyo que ofrezcan las personas del entorno. Sólo de esta manera podremos seguir adelante.

          Pero tenemos que asumir que después de una pérdida significativa no seremos los mismos. Nuestra vida no será la misma. No podremos seguir de la misma manera. La escritora argentina Laura G. Miranda lo expresa con claridad y sensibilidad en su novela Tierra en los bolsillos (2022) al decir que podremos “seguir, pero no como antes, no como si nada o pretendiendo que sea un continuar parecido al pasado. No lo es. no puede serlo. No será. Porque una pérdida, de cualquier naturaleza, que ha dolido, implica cambios que al principio atropellan lo que queda de nosotros y lo arrastran a un proceso ciego, sin tiempo ni esperanza”.

          Sólo después de elaborar o superar el duelo podremos seguir, seguir de esta manera, de acuerdo con Miranda:

Seguir, más fuertes y más solos.

Seguir, aliados de lo que hemos perdido, si fue importante, y alejados de su alcance emocional, si ha sido para nuestro bien.

Seguir, a pesar de sentir la injusticia en la vida de tantas personas que no merecen lo que les es dado.

Seguir, batallando contra las suposiciones de lo que hubiera sido.

Seguir, aunque el mundo duela y crecer le haya quitado brillo a la paleta de sentidos de la vida.

Seguir, aunque los colores del futuro sean otros.

Seguir, siendo uno con lo nuevo.

Seguir, reconociendo que la perfección no existe.

Seguir, sin poner expectativas en lo que no se puede controlar.

Seguir, y acercarse a quienes han estado allí, testigos del dolor porque nos aman, aunque quisieron ayudar a su modo y no como nosotros necesitábamos.

Seguir, intentando la empatía más y mejor.

Seguir, sabiendo que lo peor de las pérdidas es su catálogo inevitable.

Seguir, a pesar de las leyes de la vida que no son de piedra.

Seguir, a pesar de que las cosas no cuadres.

Seguir y dominar e idioma de la resiliencia.

Seguir, en medio de una revolución de sentimientos donde está todo permitido para recuperar los latidos, aunque nunca hayamos dejado de respirar.

Seguir, bien lejos de las personas tóxicas que auguran el robo de nuestra valiosa energía.

Seguir, sin dar explicaciones a quienes ya decidieron entender lo que quieren.

Seguir, sin perder el tiempo.

Seguir, haciendo todo con la mejor intensión.

Seguir y se amable con la vida, aunque las cosas no salgan como esperamos.

Seguir, sabiendo que nadie nos salvará de nada, porque ese lugar nos corresponde a cada uno por derecho y amor propio.

Seguir, mirando al sol de frente para que las sobras queden detrás.

Seguir, porque la luna tiene un lao oscuro, pero también otro luminoso.

Seguir y asumir riesgos, porque pese a toda adversidad, los momentos de felicidad justifican nuestra existencia.

Seguir, y descubrir que volver a reír es una medalla olímpica que nos hemos ganado al interpelar a nuestro ser y darle permiso para estar mal, porque estar mal está bien, es el cimiento para construir nuestra historia desde el capítulo siguiente.

Seguir, un día a la vez.

Palabras de Miranda altamente pertinentes en una época en que las pérdidas, sobre todo de seres queridos, son altamente dolorosas por la manera en que su vida cesa.

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