Tiempo de calidad con los hijos e hijas
Al ser altamente dependientes los hijos e hijas cuando nacen, requieren de sus padres, madres o personas cuidadoras alta inversión de tiempo para prodigarles cuidados. Sin embargo, y paradójicamente, en la actualidad hay menos tiempo para dicha labor. Y no siempre porque estos no quieran prodigarles más tiempo a aquellos, sino porque la manera en que están organizadas las sociedades no deja lugar para la crianza.
Ante este escenario, una expresión que ha emergido es aquella que dice que “con los hijos más vale tiempo de calidad que de cantidad”. Pero, ¿es esto verdad? ¿Es más importante la calidad que la cantidad? ¿O se trata de una afirmación para sacarse o evitar la culpa derivada de no poder estar más tiempo con los hijos e hijas en su proceso de desarrollo?
La verdad es que no puede haber tiempo de calidad si este no contiene la cantidad suficiente. Llevar la expresión al extremo de referirse a “tiempo de calidad” a media hora al día con el bebé es insostenible. Dedicar el mismo tiempo a un hijo o hija enfermo que cuando está sano, deviene en tiempo con falta de calidad pues el cuidado de un enfermo requiere más tiempo (y más atención, y sensibilidad, y calidez).
Tal vez tendríamos que empezar por identificar qué es tiempo de calidad, cuáles son sus componentes o características.
Desde mi punto de vista, el tiempo de calidad en la crianza es aquel que garantiza que todas las necesidades de desarrollo infantil sean cubiertas (fisiológicas, vinculares, afectivas, cognitivas, etcétera). Importante dejar claro que para tal fin no es suficiente con una sola persona cuidadora a cargo. La crianza debería ser una función comunitaria donde la suma de los cuidados que otorgan más de una persona consigue cubrir las mencionadas necesidades de desarrollo de manera no perfecta ni milimétrica, pero sí suficiente.
La crianza será de calidad si el tiempo invertido en ella lo es. Pero, ¿cuáles son las características del tiempo de calidad? Seguramente existen muchas. Yo sólo compartiré cinco que considero muy importantes.
La primera quedó anunciada renglones arriba, es decir, es de calidad si destina una cantidad suficiente en función de la edad, etapa de desarrollo, temperamento, características de personalidad y circunstancias de vida del niño o niña. A menor edad mayor dependencia, por lo tanto, mayor tiempo de cuidado requerido.
La segunda es la conexión emocional. El papá, mamá o persona cuidadora se dispone con todos sus sentidos a la interacción, dejando de lado todo distractor posible: teléfono, tecnología, trabajo, etcétera, para conectar de corazón a corazón, para lograr intimar con su hijo/hija y hacerle sentir su afecto y buenas intenciones, para hacerlo sentir sentido. Hablamos de una conexión humana donde los gestos, las risas, el tono y ritmo de voz dicen más las palabras mismas.
Una tercera característica del tiempo de calidad es la sensibilidad del papá, mamá o persona cuidadora para identificar la necesidad del niño o niña y responder en consecuencia. Es decir, para lograr ver si su papel ha de ser el de una figura que calma, consuela y proporciona seguridad a un niño o niña estresado, atemorizado, ansioso ante una situación que se le presenta, o el de una figura que alienta, se entusiasma, ofrece información o ayuda solicitada por un niño o niña que se encuentra feliz y entusiasmado aprendiendo, explorando, curioseando, asumiendo un reto medido.
Una cuarta característica es la actitud del padre, madre o persona cuidadora para seguir al niño, tal y como sugería la pedagoga, médica y filósofa, María Montessori. Es decir, para seguir sus necesidades, intereses y ritmos en lugar de pretender que sea él o ella quien se adapte a los de la persona adulta.
Quinta: es de calidad si hay juego, pues jugar es fundamental para el sano desarrollo, por eso es un derecho humano de niños, niñas y adolescentes.
No perdamos de vista que no es suficiente con estar al lado del niño o niña, tampoco intervenir por intervenir, sino que es necesario leer la necesidad infantil que se pone en juego. De lo contrario podremos intervenir convirtiéndonos, aun involuntariamente, en obstáculo y no en facilitador del sano desarrollo.
Gaudencio Rodríguez Juárez
Psicólogo / [email protected]