Un balazo en el pie
La política es un terreno apasionante en el que se avanza mejor cuando se tiene la cabeza fría. Por supuesto, entre políticos hay simpatías y antipatías, pero lo que más hay son conveniencias. Es el mundo de los acuerdos y las alianzas, en las que se busca de manera inteligente compensar las debilidades, forjar fortalezas, justipreciar riesgos y aprovechar oportunidades. Vamos, en política la gente se mueve en un tablero de ajedrez y hay que ser un estratega, de otra manera, el que se deja llevar por sus pasiones, sus antipatías, sus odios y recelos se está dando un balazo en el pie.
Yo creo que el presidente López Obrador es un hombre astuto que sabe como se mueven las piezas en el tablero, de otra manera no habría llegado a la presidencia de la República. También creo que fue un mejor estratega cuando era candidato que ahora que está despachando en Palacio Nacional. Se le notan sus filias y fobias, no disimula sus quereres y no tiene empacho en dar a conocer sus antipatías. Imagino que lo hace basado en la confianza que tiene en la popularidad que mantiene entre sus seguidores que le son sumamente fieles. Además, tampoco tiene asesores que le hagan ver un punto de vista distinto y eso tiene cnsecuencias.
Expresar sentimientos y actuar conforme a ellos es un signo de congruencia, me dirán algunos y tendrán razón. El problema es cuando las pasiones obnubilan la razón y se dejan de justipreciar los efectos de decisiones que más que entendimientos parecen bolas ensalivadas. Ahí es cuando el balazo se desvía y cae en el pie del que dispara. Es de todos conocido que al señor presidente el Instituto Nacional Electoral no le cuadra y que muchos de sus consejeros no le son simpáticos. Entonces, al no gozar del cariño presidencial tampoco disfrutan de ciertas canonjías y si de presupuestos se trata, el dinero va a las dependencias que le son queridas al presidente y a las que no, no.
El balazo simbólico se desvía y llega al pie presidencial cuando uno de sus proyectos más queridos debe ser gestionado por instituciones que le son realmente antipáticas. Así, su acariciada consulta de revocación de mandato que debiera llevarse a cabo por el INE se posterga por falta de recursos. Y, así como en las caricaturas vemos a Elmer Gruñón saltando de dolor cuando en vez de que el disparo le llegue a Bugs Bunny le atina a su propio pie, así mismo han de estar los brincos en Palacio Nacional. Y, es que hubo un mal cálculo en la estrategia de restringirle el presupuesto al instituto encargado de organizar su amada consulta.
¿O, qué pensaba el señor presidente? Cuando uno de la de palos a un perrito que tiene dientes, tarde o temprano va a morder. La oposición y los seis consejeros del INE que votaron a favor de aplazar la consulta de revocación de mandato era un strike cantado, para hablar en términos beisbolísticos que tanto le gustan a López Obrador. El juego presidencial, la discusión de lo ridículo, el encono que se provoca entre la cantera de sus fanáticos nos lleva a una serie de sinsentidos que él mismo se infligió. Al son de no hay dinero, se pulveriza un proyecto muy cercano al corazón del presidente.
Además, se pone en la mesa una discusión que el propio Andrés Manuel quería evitar: la frivolidad y lo innecesario de gastar tanto dinero en un gusto presidencial. ¿No que eran diferentes? La cuestión en torno a la consulta de revocación es que resulta un desperdicio de recursos que urgen para muchas otras necesidades en el país. Entre tantos frentes abiertos, ¿qué necesidad habría para preguntarnos si de verdad son necesarios tres mil ochocientos millones de pesos para llevarla a cabo? El presidente calculó mal. Se le olvidaron las reglas con las que se mueven las fichas en el tablero de la política. Habría sido mejor hacer las cosas por pasos: primero esperar a ver si realmente se juntaban las firmas necesarias que obligan al INE a su realización y entonces discutir si se aplazaba o no la consulta por falta de recursos.
Es cierto, la decisión del INE terminará por darle un gran pretexto al presidente para seguir atacando a la institución y mermar su credibilidad. Entrará al uso de las reglas populistas que maneja muy bien, porque ya se sabe que a López Obrador le gusta ganar y si no lo logra ve la forma de llevarse el empate. Llorará frente al respetable.
Al final, esta batalla puede costarle a México. A largo plazo, perder la guerra a favor de la democracia es una desgracia en la que perderemos todos los mexicanos. A corto plazo, este error presidencial fue un balazo en el pie. Es lo malo de tener asesores que en vez de advertir de los riesgos sólo saben decir: Sí, señor presidente.