Viernes, 10 Enero, 2025

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Un delincuente confeso en la Ciudad de México

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Emilio Lozoya Austin es un delincuente confeso. A nadie le espantan estas palabras, es conocido por todos que este sujeto fue funcionario de alto nivel en el sexenio de Enrique Peña Nieto y que estuvo involucrado en actos de corrupción. Tanto es así, que él mismo suscribe los hechos por los que el brazo largo de la justicia lo alcanzó en el extranjero, lo capturó, lo sometió a prisión en territorio español y lo trajo de regreso a México. Vamos, admite, no trata de esconderlo. Lo curioso es que desde que puso el pie en suelo nacional, en vez de ser tratado como un forajido, se le da confianza de gente decente. Nos han intentado explicar la conveniencia de tomar a Lozoya como testigo protegido, nos han contado que esa es la forma de ir por peces más gordos, nos quieren hacer entender que es un eslabón maravilloso para llegar al meollo de la corrupción y ahora sí darle el golpe mortal a la putrefacción que era la práctica de uso diario en el ejercicio del poder. Nos tratan de convencer de que la 4T es tan distinta que logrará acabar con el pudridero que heredaron. Lo cierto es que más allá de declaraciones grandilocuentes, la transformación de la que habla el partido en el poder se ve muy igual a lo que sucedía en el pasado. No hay novedades bajo el sol.

Siempre me irritó pensar en la idea de que a Emilio Lozoya Austin lo están consintiendo de más. Me llenaba de indignación imaginarlo con pantuflas y bata de seda, entreteniéndose con alguna serie de televisión, tomando café en un sillón reclinable, mientras otros padecen en la cárcel por fechorías ínfimas. Dicen que la justicia es ciega y tal vez por eso no alcanza a ver estos motivos de irritación. Pero los niveles de comodidad del señor han ido aumentando, ya no sólo se queda en casa a gozar de sus privilegios, ahora sale a disfrutar de una comida entre amigos en restaurantes de la Ciudad de México.

Lo exhibieron, los mexicanos sentimos que el estómago se nos revolvió —y yo creo que la Interpol también— al ver la fotografía de un delincuente confeso disfrutando con un grupo de amigos, luciéndose en un restaurante, feliz de la vida, como si se tratara de un personaje prominente y respetable de la vida social del país y no de un pillo de alta envergadura. Verlo así rompe con tanta mentira y nos deja ver la cruda realidad de la impartición de justicia. Yo creo que al fiscal Gertz Manero también se le ha de haber arrugado la panza al ver como su testigo maravilla se pasa de cínico al exhibirse y exhibirlo de esa manera. ¿Y la diferencia, y la transformación?

Me cuenta mi suegra, que hace algunos años estaba cenando en el San Angel Inn en la Ciudad de México, cuando entró José López Portillo del brazo de Sasha Montenegro. Los comensales lo identificaron y empezaron a hacer ruidos similares a ladridos para mostrar su indignación. Era una referencia clara a aquella promesa incumplida de que defendería al peso como un perro. El expresidente tuvo que abandonar el lugar. No se toleró su presencia en el sitio. Frente a la justicia selectiva, hubo un desprecio social que dejó claras las fronteras entre lo decente y lo que no lo es.

En tiempos de la 4T, en los que la justicia dejaría de ser selectiva, seguimos viendo las mismas prácticas consentidoras. Seguimos bailando al son del que no tranza no avanza, como dijera Germán Dehesa. La impunidad que presume Lozoya es un botón de muestra. Es una desilusión. Si esa es la esperanza de México, con razón hay tanta decepción. Nos están endulzando el oído con palabras que no tienen sustento. Nos convocan a participar en encuestas para ver si queremos llevar a juicio a personajes de la política. ¿Para qué? Mejor que se pongan a preparar un buen procedimiento para que delincuentes confesos reciban su merecido.

La aspiración de todo individuo y de todo estado es progresar. Lo de Lozoya cenando en un restaurante de la Ciudad de México es un ejemplo de que vamos como los cangrejos caminando para atrás. Esto es un retroceso.

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