Sábado, 14 Diciembre, 2024

17 ℃ Guanajuato

Un presidente en Nueva York

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

El silogismo podría armarse así: Nueva York es una ciudad extranjera muy estresante. Al presidente le estresa estar en el extranjero. Luego entonces, el presidente se siente estresado en Nueva York. La lógica diría que, dado que el López Obrador ha declarado que no le gusta salir del país, entonces prefiere placearse en casa para recibir los vítores del pueblo bueno que está fascinado con su figura ya que teme que en el extranjero pase desapercibido. Bueno, pues la lógica no funcionó así. Nueva York recibió a AMLO con gritos de júbilo, con mariachi, mañanitas y de todo.

Pues parece que la excepción que hizo López Obrador al abordar un avión con rumbo a Nueva York y animarse a hacer su segunda gira internacional en casi tres años de gobierno le resultó, le trajo aplausos fuera de su territorio. A lo mejor ya se arrepintió de la decisión de permanecer en la Gran Manzana justo lo indispensable para dar un discurso en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas y tomar su vuelo comercial en categoría económica y regresarse a dar su mañanera desde Palacio Nacional. Tal vez, le habría gustado disfrutar del AMLOfest neoyorkino que le organizaron a todo bombo y platillo.

Y, es que, ¿quién se habría podido imaginar que la ciudad que nunca duerme le daría trato de estrella a un personaje como López Obrador? Ni su súper secretario que parece vicepresidente, el canciller Marcelo Ebrard, ni su embajador de lujo, Juan Ramón de la Fuente, o tal vez fueron ellos los que organizaron semejantes fiestas, con esos boatos para distraer la atención de la gente y llevarla al tono celebratorio que al contenido de lo que dirá el mandatario. Y, es que, palabras más o palabras menos, independientemente de la estética de su expresión verbal o de la belleza del discurso que le hayan escrito, está la contundencia de los hechos.

Es posible que caiga en la autoalabanza, en presumir los grandes logros que ha tenido en términos de lucha contra la corrupción, el éxito para recuperarle a las calles los niveles de seguridad perdidos en los años pasados, en como a vencido la desigualdad, en la forma magnífica en la que se abordó la crisis sanitaria de la pandemia, en las maniobras económicas excelentes que se han implementado para activar la economía y en tantas otras fantasías como las que se platican en las mañaneras desde el estrado presidencial.

Según sabemos, el presidente López Obrador aprovechará la oportunidad de estar frente al pleno de la Organización de las Naciones Unidas para abordar a los dos temas que le llenan la mente y el alma de obsesiones: corrupción y desigualdad. Me imagino que el presidente habrá pedido que le escribieran un discurso en el que dará sus argumentos en contra del neoliberalismo y sus efectos terribles para México y el mundo. Casi lo puedo ver reclamando a los ricos por la concentración de la riqueza, yendo en contra el privilegio y perorando que son resultado de ese modelo económico y también el despilfarro y la corrupción que, en todo el mundo, han hundido al planeta en una colección de desigualdades.

Es fácil, porque señalar los problemas es sencillo. Es fácil, porque los discursos de división y encono encienden los ánimos y sabemos que López Obrador es muy bueno haciéndolo. Es fácil, porque al apuntar se dejan las propuestas a un lado, se pueden disimular los resultados, se puede distraer a las audiencias. Es por eso por lo que la retórica ha sufrido tanto al ver como se usan las palabras. El presidente de México, como lo hicieron sus antecesores, irá a la Organización de Naciones Unidas y dirá lo que ha preparado. Y, a decir verdad, me imagino que cuenta con la distracción de su audiencia. Hoy, casi nadie pone atención. Le aplaudirán, se sentirá complacido, sonreirá, agradecerá y se regresará.

Pero, mientras avance rumbo al aeropuerto, a tomar su vuelo rumbo al país, verá a tantos compatriotas aplaudiéndolo, vitoreándolo y tal vez, se lamentará por no haber planeado una estancia más larga. Me imagino.

Temas

  • Cecilia Durán Mena
  • Las ventanas
Te recomendamos leer