Vencer el bien con el mal, la educación de Ovidio Guzmán
Cecilia Durán Mena
Después de la parafernalia que se desató por la captura de Ovidio Guzmán López, uno de los narcotraficantes más buscados del mundo, las fotografías de su captura, de su persona, del lugar en que lo atraparon, de las escenas y los datos de su vida empezaron a inundar los medios y las redes. A mí me llamó la atención enterarme de que El Ratón, como se le conoce al hijo del Chapo Guzmán, tuvo la oportunidad de ser educado en escuelas de inspiración católica con valores cristianos. ¿Qué falló?
La imagen del narcotraficante ha cambiado. Ya no es nada más ese hombre bragado de campo que se dedica a labores agrícolas, anda a salto de mata, es ignorante y no sabe ni hablar ni leer ni escribir. Ahora, o al menos ese fue el caso de Ovidio Guzmán, tienen acceso a las aulas de las mejores escuelas del mundo donde se educan los que serán esos lideres que conducirán empresas, políticos que tendrán poder, científicos que descubrirán los portentos del progreso, intelectuales que generarán ideas. Con ellos y con otros estudiantes, unos burros y otros no tan brillantes, estudió Ovidio Guzmán. Estudió con la crema y nata de la sociedad.
Yo que he estado próxima a esta educación. Estudié con monjas franciscanas y con jesuitas, sé del esfuerzo diario que hacen por forjar personas de bien. Yo misma, como profesora, busco dejar en mis estudiantes herramientas teóricas para la vida e ideas para que se conduzcan con rectitud, honradez y bondad. Es una labor diaria. Estoy segura de que Ovidio Guzmán y sus compañeros escucharon de sus maestros todos los días palabras que buscaron forjarlos como buenas personas.
Dicen que para educar a un niño se necesita un pueblo entero. ¿Qué falló? El lema de los Legionarios de Cristo es “vencer el mal con el bien”. Si Ovidio lo aprendió, ¿por qué no lo aplicó? La reflexión puede parecer ingenua y tal vez lo sea. Sin embargo, me parece pertinente. Al final, el destino de los que eligen mal el camino es la fatalidad. Fatalidad que se viste de muerte, de balas, cárceles, de andar a salto de mata huyendo de la justicia. Fatalidad que, lo confiesen o no, los lleva a vivir cuidandose todo el tiempo, en desconfianza perpetua, ansiosos y perturbados.
Los panegíricos que se escriben para elogiar labores delictivas, ensalzan virtudes falsas y antivalores. Se les olvidan los dolores, los pesares, el miedo, la culpa. Hay anhelos que ni con todo el dinero que generan podrán tener. No habrá una fiesta entre amigos ni reunión familiar en la que no teman esas traiciones que les quiten lo que tanto aprecian. El derrotero de tantos personajes a los que se les canta en los narcocorriodos no es el de las series romantizadas que vemos en la televisión. Al final, la mayor parte de ellos pagan un precio caro y el destino los alcanza tarde o temprano.
Antes, las bandas de narcotráfico eran organizaciones con gente burda, ruda y poco educada. Hoy son empresas trasnacionales que tienen una logística fina y estrategias de personas que están entrenadas para planear. Es decir, los directivos de estos cárteles son personas que se han preparado y saben lo que hacen. Tuvieron la opción de estudiar, escucharon teorías, tal vez, leyeron y estuvieron en contacto con ideas y gente de bien.
¿Qué falló en la educación de Ovidio Guzmán? Fallamos todos como pueblo y falló él en su elección. Tuvo oportunidad de ser educado en las mejores aulas. La inspiración católica y los valores cristianos no entraron en ese corazón. Optó por un camino pedregoso. Hace falta seguir venciendo al mal con el bien. Insistir, perseverar.
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