Fernando VelázquezLeón.- En el templo suenan los acordes de «Solo le pido a Dios», esa canción que escribió León Gieco para que el dolor no le fuera indiferente.Con paso lento, decenas de familias rotas por la desaparición de uno de los suyos entran a la iglesia ubicada en la plaza principal de la ciudad. La Parroquia del Sagrario, le llaman.Al frente muestran lonas rectangulares con la foto de la hija, del hermano, del padre que un día salió de casa y ya no volvió.Afuera, el cielo nublado de la tarde advierte que la lluvia está por llegar.La misa oficiada por el sacerdote jesuita Alexander Satilka es el punto final de la marcha que inició en el Arco de la Calzada.Fotos: Cristina MuñozAhí, alrededor de setenta personas formaron una alfombra con sus lonas, en donde ponen las señas particulares y la edad de sus desaparecidos. Aquello parece página de clasificados, pero en lugar de fotos de autos o casas, hay rostros que hace tiempo se dejaron de ver.Del Arco de la Calzada caminan hacia la plaza principal por la calle Madero que se inunda con gritos de esperanza y fuerza, pero que también esconden tras de sí frustración, desesperación y cansancio.“¡Únete, únete, que tu hijo puede ser!”, “¡Hijo, escucha, tu madre está en la lucha!” y “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, son algunas de las consignas que el contingente grita al unísono.Algunos comerciantes curiosos dejan de atender sus negocios para asomarse a la calle y ver al pequeño pero ruidoso grupo de personas que, ante la omisión de la autoridad, han tenido que convertirse en peritos criminalistas, antropólogos o agentes ministeriales. Todo por encontrar a su familiar.Fotos: Cristina MuñozPor eso ahora van de ciudad en ciudad, de baldío en baldío, preguntándose por qué desaparecieron porque pareciera que un día, simplemente a esa persona que buscan se la tragó la tierra.“Yo lo que quiero es encontrar a mi hija, sea como sea, viva o muerta, porque es lo peor que le puede pasar a uno; la incertidumbre, la duda, el no saber es lo que a uno lo consume día a día”, lamenta Laura, madre de María Cristina Sánchez Torres, joven de 22 años desaparecida desde el 2017.Después de unos minutos, llegan a la plaza principal e ingresan de a poco a la parroquia, en donde el padre Satilka les muestra admiración por la prueba de amor que profesan a diario: “te busco porque te amo, te busco porque te quiero y no voy a descansar hasta encontrarte”.Afuera la prometida lluvia llega. Personas corren al árbol o negocio más próximo. Otros optan por refugiarse en la entrada del templo, que solo por hoy, luce confesionarios arropados con lonas, y en donde quizás, pocas veces se ha rezado con tanta fe como la que muestran hoy los familiares al buscar a sus desaparecidos. Y de paso, pedirle a Dios y a la autoridad, que su dolor no les sea indiferente.LC