Carroña electoral
Cuando alguien come algo que se encuentra en estado de putrefacción, le provoca malestar estomacal, dolores y todo tipo de padecimientos. Lo podrido cae mal, a menos que se trate de animales carroñeros a que les gusta el sabor de lo pútrido. Dice el dicho que el león cree que todos son de su condición y que el que entre lobos anda, a aullar se enseña. Y, entre el folclor y la política, los mexicanos estamos siendo sometidos a un bombardeo mercadológico que, a juzgar por la evidencia, ni dice mucho ni convence. Me temo que el modelo se está desgastando y se les está echando a perder.
Los políticos de todos los partidos creen que los ciudadanos compartimos su condición. Nos lanzan carroña electoral con la autosugestión de que nos tragaremos todo lo que nos dicen. Además, asumen que estaremos dispuestos a aplaudir y agradecer verlos actuar como monos de cilindro haciendo todo lo que sus asesores de imagen les piden. Evidentemente, hay muchos que aplaudirán. Unos lo harán por conveniencia, otros por agradecer a quien les regaló una torta y un refresco —a algunos hasta les toca gorra y playera— y otros lo harán por devoción. A todos les hará daño tragarse algo que está echado a perder. Insisto, lo podrido cae mal.
Al final, si analizamos los discursos que se dan en los mítines, o si vemos el nivel de las arengas que nos recetan en los medios, nos daremos cuenta de que hay mucho ruido y pocas ideas; hay quejas, denuncias, señalamientos y hasta los más osados se atreven a poner el dedo en la llaga. Los más elocuentes podrán llegar a hacernos creer que se está retomando el camino. Y, en realidad, si analizamos bien la situación actual, seguimos viviendo entre corrupción e impunidad.
El punto de inflexión al que están llegando las campañas es lo más lamentable de esta democracia. Los candidatos y sus partidos retratan la desvergüenza unilateral, alegre y carismática —aunque, a veces ni tan carismática— de próceres que sabe que cuanto más se distancien de la inercia general, más posibilidades tendrán de ganar. Mejor criticar que proponer, preferible aventarle piedras al opositor que plantear soluciones. Si el árbitro electoral hace su trabajo, será desairado.
Y, en medio de la carroña electoral, el presidente López Obrador despliega sus alas, se enfrenta a la audiencia y dice y se contradice, dependiendo del humor con el que se haya levantado esa mañana. Lo vemos siempre al límite del reglamento, con el afán de desconcertar a sus adversarios, que deben apuntarse a la discordia venenosa porque en un clima político tan tóxico argumentar es inútil e incluso contraproducente.
Al clima tóxico contribuyen la impotencia y la frustración, que en México se encarnan en el estancamiento crónico de cualquier consenso pensado para aliviar la emergencia permanente. Es un estancamiento democrático, es esa inacción, ese atarantamiento que nos afecta a todos por igual. Nos enferma. Escuchar y ver tanta carroña política nos tiene inflamados, afectados y enfermos. Nos tiene aletargados.
No creo que el fin justifique los medios. Es más, creo que el uso tan desaseado que se está haciendo de los medios está generando peores resultados. Caras de plástico, promesas de aire, personajes acartonados que representan mal el papel que les exige su asesor de imagen. Mucha forma y poco fondo. Y como música de acompañamiento, podemos escuchar el zumbido de las moscas panteoneras, esas que son negras, grande y tienen las patas peludas, revoloteando.
Pero, está en nosotros dejar de consumir tanto material que está dándonos evidencia del terrible estado de putrefacción. Está en nosotros escuchar, poner atención y decidir si queremos seguir optando por lo que está echado a perder o no. La tarea es dura, hay que espulgar mucho. Porque en la caja de manzanas podridas, es difícil, pero se puede encontrar alguna que esté bien, al menos, bien todavía. Hay que fíjarse: los buitres se concentran en lo que ya se pudrió.