Desacuerdo en la disciplina de los hijos e hijas
¿Qué es un niño? Es un misterio. Jaime Barylko
No siempre resulta fácil ponerse de acuerdo para educar a los hijos e hijas. El estilo de cada miembro de la pareja está determinado en gran medida por la propia historia de crianza, el aprendizaje que pudo realizar cada uno sobre el tema a través de libros, cursos, charlas con otros padres…, la propia personalidad y las circunstancias en que ocurre la formación de los respectivos hijos e hijas.
Al venir de dos familias diferentes, las experiencias de crianza tendrán su propio sello, pudiendo coincidir en algunas cosas y diferir en otras. Las coincidencias facilitarán el consenso. Son las diferencias las que constituyen un reto, un reto que puede ser superado con un diálogo permanente, asertivo y respetuoso.
“En mi caso, mis padres sí fueron de los que con una nalgada querían enderezar ciertas conductas lo cual a mí me creó rencor en su momento; y ahora me da orgullo comentarte que por nada del mundo lo he hecho con los hijos, ni en mis pensamientos está; estoy aprendiendo a ser mamá”, me compartió una lectora de este espacio.
Su dificulta estaba relacionada con la discrepancia con su pareja: “Tengo un poco ‘difícil’ mi situación, por un lado yo trato de poner límite acorde a mi criterio, sin embargo, mi marido viene a darle al traste a mi trabajo puesto que lejos de enseñarle eso a mi hija, considera que hay que dejarla libre porque sólo así ella aprenderá, y no comparto su manera de ver las cosas, él considera que debe saber las consecuencias que sus actos y esto la llevarán a madurar; yo a veces siento que eso es bueno y otras no, sobre todo por su corta edad”.
Esta suele ser una situación recurrente en las parejas. Las cuales, dicho sea de paso, suelen armarse con miembros de personalidades diferentes, con temperamentos muchas veces opuestos, lo cual complica el consenso.
Hace casi un siglo, Sigmund Freud habló de tres funciones imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. “Los padres pretenden la primera” dice el psicoanalista Alberto Siniego “respecto a la cual no han de plantarse como si lo supieran, sino como algo que se irá sabiendo. Es un trabajo que en última instancia busca la posibilidad de darle vida a un sujeto original y responsable, su hijo”.
Al ser la educación una función humana, lo único garantizado es el error. De ahí que no se trata de pretender hacerlo a la perfección, sino de hacerlo lo mejor posible. Para lo cual, la condición indispensable es llevarla a cabo con la mayor conciencia posible. La humildad y la honestidad son piezas fundamentales para tal fin.
Papá y mamá debemos partir del hecho de que no nacimos sabiendo serlo, sino que lo iremos aprendiendo junto con el hijo, con la hija. ¿Quién tiene la razón respecto a la medida a tomar ante la conducta del niño? Ninguno de los dos la tiene, por lo menos no a priori. El niño, la niña es un misterio. Nosotros podemos, desde nuestra empatía, conocimiento de nuestro retoño y del desarrollo infantil, hacer una hipótesis sobre lo que motiva la conducta inadecuada, desorganizada o desbordada del niño y con base a ella tomar una acción. Pero el efecto de dicha acción ni el mismo niño lo sabe sino hasta que ocurre. Es él quien interpreta lo vivido y decide qué hacer con ello. Pretender tener la razón a priori sugiere omnisapiencia, soberbia.
De ahí que lo mejor que puede hacer una pareja es sumar su observación y análisis de la conducta de su hijo o hija a la de la pareja, construir juntos la hipótesis y tomar una medida compartida, responsabilizándose ambos del resultado.
Cuando existe la apertura al diálogo, el desacuerdo resulta una fuente de enriquecimiento al analizar una situación. Los hijos y las hijas necesitan a sus padres haciendo un buen equipo para guiarlo y para irle ayudando a integrar una sana personalidad, en lugar de un equipo que confunde e imposibilita la adquisición de una personalidad sólida.