La inteligencia emocional de los padres
Recientemente publiqué en mi página Facebook la siguiente advertencia del médico Daniel Siegel y de la pediatra Tina Payne: “Dejar de lado a un niño en plena pataleta es una de las peores cosas que podemos hacer, pues cuando un niño se muestra tan disgustado, es que realmente está sufriendo. Se siente abatido”.
Una lectora de la página escribió en respuesta: “¿Y qué hacer si uno no se puede regular durante la pataleta de su hijo?”
Mi respuesta fue la siguiente: “Pues aprender a regularse, no existe otra opción. Para criar a un niño existen habilidades fundamentales sin las cuales no se puede llevar a cabo dicha función. No contar con la habilidad para regularse es como pretender ser enfermera y no saber inyectar. Se requiere aprender. La buena noticia es que al tratarse de una habilidad se puede adquirir”.
La función parental exige un mínimo de habilidades sin las cuales resulta imposible cumplir con eficiencia. La capacidad de regular o gestionar adecuadamente las propias emociones es una de ellas.
Los humanos nacimos emocionales y a través de los años, la formación y el cuidado recibido a través de los años va creando las estructuras de la corteza cerebral que permitirán el acceso a la razón y demás habilidades necesarias para lograr funcionar con un cerebro integrado, es decir, que logre sentir y pensar sin disociarse, “sentipensar”, decía el escritor Eduardo Galeano.
Esto significa que si pretendemos cumplir con el rol de educadores de niñas y niños, seres emocionales por naturaleza, necesitamos contar con una inteligencia emocional suficiente.
A menor edad, mayor predisposición a desbordarse. Esto es normal y esperado, pues su cerebro reflexivo no posee los recursos para organizar las experiencias emocionales. Por lo que la capacidad para tolerar y manejar adecuadamente la frustración, el miedo, el enojo y demás sentimientos es muy limitada.
Sus desbordes suelen traducirse en comportamientos disruptivos que a su vez afectan el estado anímico de los padres. Es aquí donde se espera mayor capacidad para el autocontrol, pues se espera que el adulto ya cuente con un cerebro pleno, maduro.
Claro está que no se trata de no sentir enojo, frustración, desesperación y hasta impotencia con los comportamientos inadecuados y a veces temerarios de los niños. De lo que se trata es de no desbordarse, sino de procesar la experiencia emocional para quedar en condiciones de ayudarle al niño con la situación, haciendo de ese momento una oportunidad de aprendizaje, de habilitación en aquello que el niño aún no consigue manejar bien.
El niño o niña de dos, tres o cuatro años tiene licencia para hacer pataleta. Quiero decir que su estructura cerebral en construcción impide tolerar y manejar adecuadamente la frustración experimentada ante la negación de sus deseos. Entonces se verá rebasado y su reacción será desorganizada, pues se encuentra abatido
Quien no tiene licencia para reaccionar desde la desesperación y el enojo sin haberlo procesado antes, es el adulto.
La habilidad para regular las emociones es eso, una habilidad, que debió adquirirse en el proceso de desarrollo infantil para poder enfrentar de mejor manera el momento hormonal de la adolescencia y poder, en la adultez, ayudar a las nuevas generaciones a hacer lo mismo, a los hijos, a los sobrinos, a los alumnos, a los vecinos con los que entremos en interacción.
Sin embargo, los adultos de hoy aún somos una generación que creció educado con métodos autoritarios. Los cuales tenían como finalidad conseguir niños obedientes y dóciles. El miedo generado por dichos métodos posibilitó la modificación de comportamientos. No obstante, cada acto de autoritarismo fue una oportunidad que se dejó ir para ayudarnos a construir un cerebro pleno e integrado.
Por eso hoy nos cuesta más trabajo entender, empatizar, conectar emocionalmente y ayudar a las niñas y niñas. Pero podemos remontar la función parental. Podemos adquirir la habilidad. Basta con tener la motivación y ejercitarnos. Hoy existe mucha información para aprender y fortalecer la inteligencia emocional. Hay que ir a su encuentro.