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Miguel Hidalgo en Cuajimalpa y Aculco: entre la gloria y el fracaso

Opinión

Artemio Guzmán - Consumación 2021

El desaliento de muchos y las deserciones en masa fueron las primeras consecuencias del repliegue; pues, sin conocer los detalles, se apreciaba como un fracaso. Para otros, la imposibilidad de saquear la ciudad de México le restaba atractivo a la campaña y desistían de seguir adelante. En el colmo, el encuentro imprevisto con la milicia de Calleja en las inmediaciones de San Jerónimo Aculco causó la desbandada de aquellas tropas bisoñas.

La derrota del ejército realista en el Monte de las Cruces trató de ocultarse a los habitantes de la ciudad de México, presentando como un triunfo lo que se negaba en el aspecto y ánimo de los soldados que regresaban de la contienda. Bastaba con ser observadores para darse cuenta de la realidad: la capital estaba indefensa ante el tumulto popular y sólo un milagro de la Virgen de los Remedios – cuya imagen había sido sacada en peregrinación– podría salvarla.

Otra representación de María, la madre de Cristo, encabezaba a los 80 mil rebeldes que bajo la dirección de Miguel Hidalgo acampaban en la Venta de Cuajimalpa y sus alrededores. La Virgen de Guadalupe, la María india y humilde, ondeaba en el estandarte tomado de Atotonilco, y hacía lo propio para inclinar la balanza a favor de los desposeídos. Una batalla terrible se presagiaba.

El 31 de octubre de 1810 una comisión formada por Mariano Abasolo y Mariano Jiménez a bordo de un carruaje con bandera blanca y escoltado por varios jinetes, transitó el camino de Cuajimalpa a Chapultepec. ¿Su encargo? Entregar la carta de intimidación al virrey Francisco Javier Venegas.

A trasmano, el virrey recibió y abrió la correspondencia de Hidalgo; pero la regresó sin respuesta y amenazando de muerte a los comisionados en caso de no retirarse de inmediato. Al volver éstos al campamento insurgente se efectuó una perentoria “junta de generales” y se examinó la situación:

1. Atacar y apoderarse de la ciudad de México era decapitar al gobierno imperial, que por cierto preparaba ya su traslado a Veracruz con apenas lo indispensable.

2. Sin embargo, varios factores hacían temer el fracaso de la operación; entre ellos:

•La indiferencia mostrada por la clase popular capitalina que no se unió a los insurgentes; como sí sucedió en otras ciudades.

•La proximidad de los ejércitos de Félix María Calleja y Manuel Flon que apuraban el paso desde Querétaro.

•La escasez de municiones después de la batalla del Monte de las Cruces, que fue el argumento más divulgado por el propio Hidalgo.

•Y quizás también, como sugiere el historiador José Manuel Villalpando, el temor a las represalias en la familia; pues la cuñada de Hidalgo, la viuda de su hermano Manuel, y sus hijos, eran rehenes de las autoridades virreinales.

Sin quedar clara la responsabilidad del cura en la decisión final, el 2 de noviembre de 1810 el ejército insurrecto dejó sus posiciones e inició, para sorpresa de los capitalinos, una retirada estratégica hacia Toluca o tal vez Querétaro. Nadie podía imaginar entonces que una oportunidad similar para asestar el golpe definitivo al régimen no se repetiría sino en 1821, cuando el movimiento trigarante consumó la independencia.

El desaliento de muchos y las deserciones en masa fueron las primeras consecuencias del repliegue; pues, sin conocer los detalles, se apreciaba como un fracaso. Para otros, la imposibilidad de saquear la ciudad de México le restaba atractivo a la campaña y desistían de seguir adelante. En el colmo, el encuentro imprevisto con la milicia de Calleja en las inmediaciones de San Jerónimo Aculco causó la desbandada de aquellas tropas bisoñas.

Al respecto, escribe Pedro García en su Memoria sobre los primeros pasos de la independencia: “Los unos dejaron los hatajos a medio cargar, abandonando las mulas y los grandes intereses que conducían. Los otros abandonaron los carruajes, dejando uncidas las mulas. Las gentes que ocupaban los coches vagaban a pie buscando el camino. En tan críticos momentos, se ordenó que se rompieran los sacos del dinero, ya para que tomaran los soldados lo que pudieran y ya también para que los enemigos tuvieran en qué entretenerse, en caso que intentaran la persecución”.

A raíz de la escaramuza de Aculco que ocasionó pocos muertos y heridos; pero la desintegración casi total de la fuerza amotinada, sobrevino el distanciamiento de sus máximos caudillos: Hidalgo y Allende.

A pocos días de tocar la gloria en Cuajimalpa, se hacía evidente la gran equivocación que los había llevado a Aculco y los había dejado casi sin seguidores, en una amarga derrota que ni el clérigo ni el militar querían asumir.

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