Sábado, 11 Enero, 2025

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Violencia en el deporte

Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

Podría ocurrir que un odio poderoso a la muerte surtiera al menos un efecto: quitarle al hombre por fin las ganas de matar.

Elias Canetti

Ya pasaron casi dos meses de la tragedia en el Estadio Corregidora durante el partido de fútbol de la Liga MX entre Querétaro y Atlas, cuando se desató un motín entre aficionados de ambos clubes, y las imágenes de hombres golpeando, pateando, amagando, amenazando, azotando, desnudando a las víctimas mientras se burlaban de ellas, no se salen de mi cabeza.

Desafortunadamente, los disturbios en los deportes son un fenómeno mundial y ocurre con una frecuencia desalentadora. En la mayoría de los encuentros deportivos observamos personas –sobre todo hombres– que pierden la cabeza en mayor o menor grado ante la evolución del partido.

Las ciencias sociales tienen identificados los factores subyacentes a los disturbios o motines en los deportes. Son del orden situacional, sociales, cognitivo, personalidad, etcétera.

Pero en la tragedia del partido Querétaro-Atlas hubo un factor en el que no dejaba de pensar: el género. Los protagonistas de la violencia en el estadio eran varones. Hombres golpeando sobre todo a otros hombres, aunque hubo un punto en que la violencia resultó indiscriminada.

Al ver las imágenes las preguntas me asaltaron: ¿Qué pasa con la empatía, respeto y compasión de esos hombres? ¿Por qué no se detienen? ¿Por qué sonríen con aires de triunfo ante el otro caído? ¿Acaso no ven los rostros de miedo de las personas simpatizantes del equipo visitante? ¿Por qué no se compadecen ante la sangre y el dolor del prójimo? ¿Cómo fue que se convirtieron en ese tipo de personas, capaces de alcanzar tales niveles de destructividad, brutalidad y saña? ¿Cómo y de quiénes lo aprendieron?

“Toda persona violenta tuvo un comienzo, una infancia, una crianza, un aprendizaje, uno o muchos modelos y maestros de la violencia”, escribí hace algunos años en el libro de mi autoría: Cero golpes.

La Doctora en Antropología, Rita Segato, llamó pedagogías de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. Y, de acuerdo con la antropóloga, “la masculinidad está más disponible para la crueldad porque la socialización y el entrenamiento para la vida del sujeto que deberá cargar el fardo de la masculinidad lo obliga a desarrollar una afinidad significativa entre masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, entre masculinidad y distanciamiento, entre masculinidad y baja empatía.

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Esos adultos victoriosos ante su despliegue de violencia en el Estadio Corregidora son el resultado de un largo proceso de socialización donde la crueldad y el abuso del poder estuvo legitimado y naturalizado, trayendo como resultado personalidades carentes de empatía, habituados a la disecación de lo vivo y lo vital.

Urge la construcción de nuevas identidades masculinas. Necesitamos una contra-pedagogía de la crueldad, la cual, de acuerdo con Segato, “tendrá que ser una contra-pedagogía del poder y, por tanto, una contra-pedagogía del patriarcado, porque ella se contrapone a los elementos distintivos del orden patriarcal: mandato de masculinidad, corporativismo masculino, baja empatía, crueldad, insensibilidad, burocratismo, distanciamiento, tecnocracia, formalidad, universalidad, desarraigo, desensibilización, limitada vinculación”.

La habituación a la crueldad comienza desde la tierna infancia, cuando al niño se le genera sufrimiento con los métodos de crianza y disciplinarios autoritarios y perjudiciales con los que se le pretende educar, al mismo tiempo que la sociedad valida dichos métodos. Después, los medios masivos de comunicación contribuyen al sostenimiento de crueldad. De ahí la importancia de la práctica de una pedagogía del amor, del respeto, la ternura y el buen trato que traiga como consecuencia la desnaturalización y aborrecimiento de la violencia, pues, parafraseando a Canetti, podría ocurrir que un odio poderoso a la crueldad surtiera al menos un efecto: quitarle al hombre por fin las ganas de violentar.

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