¡Ya es tres de enero!
Las manecillas del reloj no paran, corren sin descanso y para muestra está el botón: ¡ya es tres de enero! Es verdad que en ocasiones quisiéramos que el tiempo pasara más rápido y ¿para qué mentir?, hay otras en las que quisiéramos atrapar el segundero entre los dedos, aprisionarlo para impedirle que se mueva. Hay ciertos momentos en los que quisiéramos sostener el aliento y que todo se detuviera. Sin embargo, el titán Cronos tiene sus movimientos calculados y va a la velocidad que le viene en gana.
Así, muchos tenemos la pluma suspendida en el aire pensando si será buena idea hacer una lista de propósitos de año nuevo o no. Y, mientras estamos en esa reflexión, Gran Bretaña ya dejó de ser parte de la zona Euro y la vida en aquellas latitudes cambia al haberle arrancado la última hoja del calendario al año viejo. China encabeza la revolución comercial más grande de la Historia al ser el destino de preferencia cuando los compradores buscan adquirir algo en línea. Una mujer que está inscrita en el partido gobernante en México ya recibió una carta en la que le avisan que ya tiene cita para recibir la preciada vacuna contra el Covid-19 y su hijo que no pertenece a esa institución, no.
El mundo sigue sus giros rotatorios y de traslación, vamos subidos en un planeta que no se queda quieto. El bitcoin arranca el año con movimientos al alza y la efervescencia en los nuevos modelos de negocio efímeros se encienden y se apagan como los foquitos que adornan las series que iluminan el arbolito de Navidad. Pero ya nos cenamos el pavo, ya brindamos por la prosperidad del 2021 y nada más nos falta partir la rosca para regresar. ¿A qué vamos a regresar?
Nos dicen que el lunes cuatro de enero será la fecha en que el semáforo rojo cambiará de color, cualquier cosa que eso signifique. Los hospitales se colapsaron, no había camas disponibles para enfermos que necesitaran un respirador, se atiende a la gente en carpas, hay que hacer colas de horas para conseguir un tanque de oxígeno, hay gente por la calle que no usa tapabocas y la mayoría de las personas no lo usan adecuadamente, los restaurantes dicen atender en forma limitada y basta salir a caminar para darnos cuenta de que están abarrotados y que la sana distancia es una figura retórica, no una realidad operante. Lágrimas y risas: es la vida, nos dicen.
Así las cosas, ya es tres de enero, ya nos gastamos las primeras horas del año y si no queremos que nos pase lo que a la esposa de Lot que por mirar para atrás se convirtió en estatua de sal, mejor miramos al frente. ¿De que sirve planear? Es la pregunta que se presenta en la imaginación de muchos, si de todas formas, la realidad nos rebasa, si en la lista de cada vez se repiten los mismos conceptos. Sin duda a nadie se nos ocurrió que de un año a otro —de un día para otro, en verdad— todo sería tan distinto. Sí, aunque ponernos en pausa sirve menos que mirar al frente.
Tal vez, la respuesta sea mirar cortito, no en un afán mediocre sino en uno que sea más realista, más aterrizado. ¿Qué queremos lograr este año? Leer, caminar, tomar agua, dejar de fumar se van a convertir en buenos deseos si no teneos una forma de medirlo: es preferible poner: voy a entrar a un taller de lectura, voy a tomar un litro de agua al día, voy a caminar ocho mil pasos diarios, o lo que sea, pero que podamos verificar. Si tenemos la posibilidad de ver donde estamos y a dónde aspiramos estar, es más fácil dibujar una línea que una los puntos. No me refiero a esa postura ingenua que propone que si lo puedes ver ya estás ahí. Más bien, a esa actitud que nos impulsa a caminar para cruzar la meta.
Cuando no tenemos esa meta definida, corremos múltiples riesgos: no llegar porque no conocemos dónde está ni lo que es; llegar y no saber que ya la alcanzamos porque la desconocemos. Nos impide entender el propósito y disfrutar. Nos están entregando un año difícil, no imposible. ¡Ya es tres de enero!