El mensaje de Pascua
La tradición cristiana fija el domingo de Pascua como el día más importante en el calendario eucarístico. Es el día de la gran noticia: ¡resucitó! Es la celebración sobre la cual gira la fe de los seguidores de Cristo. Es el momento de gran felicidad y en el que los corazones de los que comparten la fe en el Nazareno se llenan de alegría. No obstante, el mundo de hoy nos arraiga a muchas preocupaciones que no nos permiten esta explosión de contento.
Ponerse feliz no es tan fácil cuando tenemos motivos que nos mortifican. Sería absurdo salir sonriendo a caminar por las calles cuando nos sentimos inseguros, cuando no encontramos una solución a nuestros problemas, cuando nos damos cuenta de que no le vamos a heredar a nuestros hijos un mundo mejor y a nuestras hijas, menos. Me sorprendió que el Papa Francisco hiciera suya esta reflexión en el mensaje que dio esta Semana Santa.
El pontífice reflexionó sobre la necesidad de “la compunción y las lágrimas”. La alegría que desestima el dolor es frívola. Francisco pide a los miembros de la Iglesia Católica que reconozcan esa necesidad de tomar esa tristeza en serio y que si hay necesidad de llorar, que se haga. Dijo: “quien se compunge de corazón se siente más hermano de todos los pecadores del mundo, sin un atisbo de superioridad o de aspereza de juicio, sino con el deseo de amar y reparar”.
En su mensaje, el Papa Francisco señala que hay bondades en reconocer ese compungimiento ya que “otra característica de la compunción es la solidaridad, pues un corazón dócil, liberado por el espíritu de las Bienaventuranzas, se inclina naturalmente a hacer compunción por los demás; en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pecados”.
El gran sentido humano de este mensaje de Pascua que emitió el Papa Francisco nos hace reflexionar en la frivolidad del que todo lo ve o lo quiere ver de color de rosa, del que imagina que todo es miel sobre hojuelas y que desde su visión todo es perfecto. Es frívolo porque carece de empatía, porque se reúsa a observar la realidad. Aquel que no es capaz de ver el sufrimiento propio está loco y si no logra ver el ajeno es una persona con un punto ciego tan amplio que no le permite ver más allá de la punta de la nariz.
Y, esto empieza desde nosotros mismos —que es el mejor lugar para iniciar cualquier reflexión— y abarca todos los niveles sociales. Incluye a los profesores y a los estudiantes, a los jefes y a los subordinados, a padres y madres junto con sus hijos e hijas, a gobernantes y gobernados. Especialmente, a aquellos que aspiren a representarnos en cualquier puesto de elección popular y vayan a dictar nuestros rumbos y destinos.
El Papa Francisco se dirigió a los sacerdotes, pero sus palabras nos pueden llegar a todos por igual, más allá de credos y filiaciones religiosas: “Queridos hermanos, a nosotros, sus Pastores, el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados. Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia”, agregó.
En verdad, este mensaje de Pascua es para tener el corazón dispuesto. Es abrir las posibilidades de entendimiento para la realidad de nuestro tiempo. Hoy, cada uno de nuestros corazones alberga motivos de alegría y de preocupación. Es una de las característias de la vida. Las meditaciones del Papa Francisco nos ayudan a entender que si nos ponemos en contacto con lo que habita en nuestro ser, con aquello que nos intranquiliza y nos agita el alma y somos capaces de contactarlo en vez de juzgarlo, si somos capaces de tocar esas sensaciones estaremos más próximos a la alegría verdadera.
Somos semillas de alegría en una tierra desgarrada. Esta felicidad no deja de ver lo que esta en trizas, lo que no es correcto. Por el contrario, con toda profundidad y desde esa perspectiva, decidimos ser chispas que enciendan luz a pesar de la oscuridad. Y, en esa convicción, ser intensamente dichosos: ¡Felices Pascuas de Resurrección!