López Obrador: ¿transformación que no enraíza…?
En el umbral de su quinto año no encuentro indicios sólidos de que ahí donde transcurre el México real la trasformación esté tocando fondo
Eliazar Velázquez Benavidez
México.- Derrumbando los vaticinios de opinadores cortesanos y a contrapelo de las preferencias de poderosos grupos económicos, la noche del primer domingo de julio 2018 ya se perfilaban las sorprendentes tendencias que rebasaban las expectativas más optimistas de los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador.
De un total de poco más de 89 millones de votantes, participaron en las elecciones 56 millones. El tabasqueño obtuvo 52.96 %. Le siguió el candidato de la derecha con 22. 49 %. El PRI sufrió su peor debacle en casi 100 años, obteniendo apenas 16.40 % También el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) obtuvo por primera ocasión gubernaturas relevantes y márgenes muy favorables en las cámaras de diputados y senadores. Se trató de un incontenible tsunami. Fue un mensaje muy contundente de un electorado que pasó por encima de todo el aparato de estado y de los poderes fácticos que durante dos décadas habían tratado de evitar ese giro en nuestra historia. Una mayoría avasallante expresó con su voto la crítica más demoledora de la historia reciente a un gobierno en turno.
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Pero además de la perseverancia personal del ahora presidente, ¿qué propició ese resultado? Ese domingo concentró más de medio siglo de historia durante el cual hubo infinidad de pequeñas y grandes luchas en todas las regiones, ciudades, pueblos y comunidades de México, ellos edificaron la reacción social que se manifestó en las urnas. Y no sólo habían sido obra de la izquierda la propia derecha representada principalmente por el Partido Acción Nacional (PAN) tuvo tiempos de mucha decencia y congruencia. Sin esa raíz no hubiera sucedido que se confabulara la tenacidad de López Obrador y los impulsos de la historia para que, a sus 65 años, en ese hombre se personificara el fin y principio de un ciclo.
Uno de los aprendizajes de esa jornada electoral es que, desde el dogma y el sectarismo, la izquierda en México nunca habría dejado de ser marginal, ni hubiera podido tejer estructuras y socializar su discurso con esa amplitud. Aunque también es cierto que un altísimo porcentaje de ese 52 por ciento del electorado que lo favoreció no lo hizo estrictamente por razones ideológicas, sino por el hartazgo y la búsqueda de una solución. Pensar que con esos votos la mayoría de la población de México mostró ser de izquierda no tiene sustento, como igualmente es falso afirmarlo ahora solo porque Morena llene plazas y tenga en sus manos 21 gubernaturas, y es que ese partido en su pragmatismo ha dado cabida a lo largo y ancho del país a políticos y personajes no necesariamente de izquierda, ni con trayectorias honorables, se ha dedicado a reciclar muchos de los estilos y métodos clientelares del viejo PRI.
El pueblo idealizado…
Hay una frase atribuida al experimentado y longevo político mexicano Porfirio Muñoz Ledo (por cierto, en tiempos recientes muy delirante): “hay un mundo de la política que sucede entre el suelo y las nubes, eso es lo que ve la mayoría de la gente. Pero el verdadero mundo de la política es el que sucede por encima de las nubes, sólo que ese muy pocos lo ven y lo conocen”.
Quienes en el país se dedican a la política siguen teniendo a su favor que gran parte de la población sólo mira lo inmediato, y no avizora más encima, ahí donde se mueve un ajedrez oculto y se manipulan las emociones sociales.
Sin embargo, parte de la fortaleza de López Obrador, a mi ver se debe a que mucha gente lo siente cercano y lo percibe como alguien que no hace componendas por encima de las nubes como todos los políticos convencionales, su estrategia de consultar a la sociedad las grandes decisiones apuntalan esa idea.
Y de ahí se desprende otro gran tema relacionado con el modo como concibe lo que llama el “pueblo”.
Desde sus batallas previas, y ahora en sus conferencias mañaneras, ha sido frecuente oírlo decir que el “pueblo” mexicano es sabio y tiene grandes reservas de dignidad. Igualmente, desde su toma de posesión, en un evento posterior al protocolo formal, pidió textualmente: “no me dejen solo…”
Pero ¿dónde empieza y dónde termina ese “pueblo” mexicano?
En lo que va del sexenio López Obrador ha confirmado que con esa expresión invoca un México sacralizado y puro, lo cual es una percepción riesgosa y carente de objetividad. Somos un crisol maravilloso de raíces milenarias y uno de los de mayor diversidad cultural en el mundo; sin embargo, otorgar a esa abstracción llamada “pueblo” una grandeza inamovible y cualidades casi divinas, sesga peligrosamente el enfoque de la realidad, porque por ejemplo, la corrupción, la delincuencia y otros cánceres que se padecen en toda la república también están incubados a pie de calle, en la entraña de barrios, poblados, en comunidades rurales…
Observo en López Obrador honestidad y congruencia con lo que ha manifestado en tantos años de lucha, igualmente como ciudadano le agradezco y admiro su decisión de entregarse al país a esa edad con tanta pasión y perseverancia, pero desde el comienzo de su mandato pensaba que por mucho empeño que él ponga nada profundo sucedería si ese primero de julio no se convertía también en un espejo donde la misma sociedad se viera con sentido autocrítico. También observaba que en su sexenio algo podría empezar a cambiar pero sólo si esta nueva circunstancia generaba en cada región, en cada microcosmos comunitario, en cada familia, en cada persona, un ejercicio ético, por pequeño que fuera, que a ras de tierra reencauzara nuestro porvenir. Decía el presidente que barrería de arriba hacia abajo, pero siempre me ha hecho falta oírle que “si la escoba no se agarra también abajo, barrer sólo desde arriba será insuficiente”.
Desde los primeros días comenzó a cambiar muchos de los símbolos que usaba el poder buscando volverlo terrenal y quitarle oropeles, excesos, privilegios que ya eran ofensivos, eso al mediano plazo impactará para bien en nuestros usos y costumbres.
También, en el ámbito más frontal y estructural, ha mandado muchas señales significativas desde aquella primera al abordar el tema del robo de combustible.
Sin embargo, en el umbral de su quinto año —realmente el último del sexenio porque 2024 será desbordado por lo electoral— no encuentro indicios sólidos de que ahí donde transcurre el México real la trasformación esté tocando fondo. Suele decir el presidente que “México ya cambió”, yo tengo serias dudas.
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Con su arribo a la presidencia en 2018 emergió un horizonte y una puerta al futuro que no se había abierto quizás desde Lázaro Cárdenas, pero el que Morena el 2023 siga ganando elecciones y pintando de marrón todo el territorio no significa que esta sacudida histórica esté llegando hasta la raíz. O solo el tiempo lo dirá…
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JRP