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Ciberdesinhibición

Opinión

Ciberdesinhibición

Los seres humanos nacimos con el potencial para la empatía. Las neuronas espejo son el recurso biológico que permite la conexión e imitación del otro. Pero la biología no es suficiente per se. A ella se tiene que sumar la posibilidad de ejercitarla, las oportunidades para que dichas neuronas se pongan en acción, donde el recurso fundamental es la otredad, es decir, la presencia del otro con el que se pueda interactuar.

Los neurocientíficos afirman, con evidencia, que la naturaleza concibió el cerebro social para la interacción cara a cara, no para el mundo virtual. Por consiguiente, ¿cómo se relacionan los cerebros sociales cuando miramos un monitor y no directamente a otra persona?, se pregunta el psicólogo, Daniel Goleman.

Para dar respuesta a la pregunta, el renombrado psicólogo hace referencia a los mensajes ofuscados o flaming, que se envían cuando la persona se altera un poco (o mucho) y la amígdala (estructura cerebral que detecta la amenaza y el miedo, preparando al cuerpo para reaccionar en clave de sobrevivencia: atacando, huyendo o congelándose) toma las riendas de la situación, con lo que se escribe arrebatadamente y se hace clic en Enviar sin haberlo pensado bien. Y a continuación ese producto del secuestro amigdalar aparece en el buzón de entrada de otro individuo. El término técnico más adecuado sería “ciberdesinhibición”, porque se ha comprobado que la desconexión entre cerebro social y la pantalla libera el control que suele tener sobre la amígdala las zonas prefrontales, más razonables.

El también periodista científico Goleman, explica que en los mensajes ofuscados en Internet el cerebro social no recibe información: a no ser que se hable cara a cara vía teleconferencia, los circuitos sociales no ven nada. No saben cómo está reaccionando la otra persona y no pueden guiar nuestra respuesta (no pueden decir: “Haz eso, no lo otro”), como sucede de modo automático e instantáneo en las comunicaciones cara a cara. En lugar de funcionar como radar social, el cerebro social enmudece, lo que da rienda suelta a la amígdala para enviar mensajes ofuscados si sufrimos un secuestro.

“Cuando nos sentamos en el teclado”, continúa el neurocientífico, “escribimos un mensaje que consideramos positivo y hacemos clic en Enviar, lo que no comprendemos neurológicamente es que nadie recibe nuestros impulsos no verbales (expresión facial, tono de voz, gesticulación, etcétera)”.

Es sabido que el mensaje verbal o escrito constituye sólo un tercio del mensaje total, el resto está en la expresión corporal. De tal modo que cuando una persona envía un mail, ni emisor ni receptor pueden leer los gestos y demás comunicación corporal, perdiendo así, información altamente valiosa para un cerebro de naturaleza social.

Además, los investigadores han encontrado que el correo electrónico tiende a la negatividad, lo cual significa que cuando el que lo manda cree que ha escrito algo positivo, el que lo recibe acostumbra a considerarlo neutro. Cuando al primero le parece neutro, el segundo suele verlo un tanto negativo. Esto como una tendencia general que tiene una excepción que aparece cuando los dos, emisor y receptor, se conocen bien; ese vínculo salva la tendencia a la negatividad.

Durante la pandemia de COVID-19 muchas de las comunicaciones tuvieron que virar a lo virtual, limitando sobremanera el contacto cara a cara presencial, muchas relaciones no pudieron ser cuerpo a cuerpo, sino cuerpo a dispositivo móvil, a través del cual se enviaban mensajes verbales o escritos, sin poder ver la reacción de quien recibe el mensaje para calibrar el próximo envío. Lo cual tuvo su riesgo, pues así no fluye la empatía, pues aun cuando la comunicación sea a través de teleconferencia y podamos ver el rostro del otro, siguen faltando estímulos: la tridimensionalidad, el olor, las dimensiones reales y el cuerpo completo del prójimo.

“La empatía es el componente esencial de la compasión. Tenemos que darnos cuenta de qué le pasa a otra persona, qué siente, para que se despierte la compasión”, dice Goleman. Y para ello lo necesitamos de cuerpo presente, y completo. Si no lo tenemos así, realmente frente a nosotros, será más fácil ser insensibles y hasta déspotas. Es la posibilidad de leer el rostro de afectación, dolor o sufrimiento del otro lo que puede activar nuestros circuitos inhibitorios de la agresión. Cuando no hay tal recurso, la desinhibición hace su aparición. Tal vez esto explica por qué es frecuente ver expresiones de rabia y furia incontenible de una persona a otra a través de las redes sociales. Por este medio la empatía no aflora, por lo tanto, la compasión tampoco.

Cuidémonos de la ciberdesinhibición que puede llegar a ser muy cruel.

JRP

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