El cristal sigue provocando muertes y alcalde encubre narcomenudeo (los xichulenses sólo rezan…)
Hace pocos días, en una localidad de la sierra gorda xichulense otro joven se quitó la vida como consecuencia del consumo de drogas. Otra batalla más pérdida ante los mercaderes de sustancias ilícitas, quienes sin mayor obstáculo operan confiados en el manto de impunidad que les tienden las autoridades locales, actualmente encabezadas por el alcalde Francisco Orozco Martínez, de oficio comerciante y camionero, que está en su segundo periodo de gobierno. Como sucede en esos casos, el desenlace trágico se fue fraguando paso a paso, hasta consumarse una mañana de noviembre.
El lamentable hecho sucedió en un caserío localizado en la cima de altos cerros desde donde se observa el imponente cinturón montañoso que apunta hacia los límites con el estado de San Luis Potosí y más allá, con el golfo de México. No es un lugar cualquiera, desde tiempos ancestrales esa comunidad con poderoso arraigo y vastos saberes campesinos, fue manantial de los mejores alabanceros y alabanceras, que se desencaminaban a cantar en velorios y velaciones; también ha sido tierra de talentosos músicos, poetas y regazo para la vida errante de virtuosos huapangueros que, en la medianía del siglo pasado, en ese lugar encontraron amigos, techo y comida.
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Esta muerte injusta debe cargarse a la cuenta de las autoridades omisas ante la delincuencia, las que con una sonrisa cínica han propiciado un pueblo sin ley y no son capaces (ni parece importarles) de hacerse cargo de la parte que les corresponde para propiciar espacios, alternativas, estímulos, que conduzcan las energías de las nuevas generaciones hacia territorios vitales, más fértiles. Este suceso, y otros del mismo tipo cada vez más frecuentes, exhibe cómo la población de la Sierra Gorda se insensibiliza ante ese envenenamiento colectivo que, con particular crudeza indistintamente del estrato económico, trunca el futuro de muchos niños y jóvenes, hundiéndolos en un oscuro tobogán sin retorno.
Y es que ya nadie escapa. A propósito de que se avecina la famosa fiesta y topada de año nuevo, en la propia tradición del Huapango Arribeño, que da identidad al mundo serrano, persiste un memorial de músicos y trovadores vencidos por el alcohol, tanto en la franja de los más anónimos, como entre los más legendarios; algunos acabaron sus días tocando “sonecitos” en cantinas a cambio de un trago, pero hoy en día, además de la bebida, ya no es extraño que incluso los más jóvenes consuman cocaína o cristal durante su compromiso, con la justificación de soportar largas jornadas laborales, casi siempre nocturnas.
A pesar de que son evidentes los síntomas de la crisis de salud pública desencadenada por las adicciones relacionadas tanto con sustancias ilícitas, como con el alcohol, la mayoría de la población adulta está en la resignada actitud de quien ve derrumbarse su casa sobre la cabeza, pero ni aun así reaccionan. La única respuesta que tiene la mayoría de la gente, es hacer coro, golpearse el pecho, asentir cuando los sacerdotes en los templos dedican alguna oración a esa problemática o sumarse vestidos de blanco a procesiones por la paz promovidas por la Diócesis queretana de tendencia conservadora, sin pensar que reducir su accionar a gritar en las calles “viva el amor”, sin aterrizajes en la vida cotidiana, solo lleva a la tibia y cómoda postura de quien traslada a las fuerzas divinas tareas que corresponden a las personas en la tierra.
También hay casos de familias campesinas golpeadas por ese dolor, como la del joven recién fallecido, que en medio de sus carencias materiales, no escatiman esfuerzos para enfrentar la desgracia de ver a sus seres queridos atrapados por el monstruo de la drogadicción: su lucha se vuelve solitaria, frágil, adversa, porque la población en general no está en la sintonía de hacer un frente común valiente, sólido y lo peor, tampoco la autoridad, de ningún nivel de gobierno, hace todo lo que podría para evitar esas tragedias, que por el tipo de sustancias que actualmente se están consumiendo cada vez más desembocan en la muerte, como el caso que motivó esta columna.
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¿Los nuevos ediles seguirán encubriendo?
Habrá que observar si las y los integrantes del nuevo cabildo de Xichú (Ma. Gabriela Díaz, Sindica. Regidor/regidora: Zeferino Camacho, Nubia Villa, Eleucadio Ramos, Ana Rosa Jiménez, Efraín Díaz, Claudia Alvarado, Florina Zarate, Alfredo Ruíz) se proponen impulsar acciones trascendentes en esa materia o terminan alineados a la postura del alcalde Francisco Orozco, de encubrir el narcomenudeo fingiendo que no sabe cómo funcionan sus redes en el territorio que gobierna, ¿o será que estos ediles, como tantos habitantes de Xichú, también pretenderán contener solo con rezos católicos ese flagelo destructor de vidas y familias?
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Dicen que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, por lo que no se descarta que busquen evadir su responsabilidad argumentando lo que en su sexenio Diego Sinhué Rodríguez puso de moda en Guanajuato “es competencia federal”. Sin embargo, nada los exime de su deber público frente a todo lo que aqueja a la comunidad que les paga altos salarios. En relación al narcomenudeo y la delincuencia, muy bien le hará a las y los integrantes del nuevo ayuntamiento consultar la definición que la Real Academia Española da a la palabra “encubrir”: ocultar algo o no manifestarlo. Impedir que llegue a saberse algo. Sinónimos: ocultar, esconder, tapar, callar, solapar.