El dinero y sus dilemas
Cecilia Durán Mena
Es curioso, pero si nos damos cuenta, pocas personas tienen una relación saludable con su dinero. Están los que viven endeudados hasta el tope, los que lo guardan debajo del colchón y lo acumulan sin usarlo jamás, los que ahorran y ahorran, pero no les alcanza para lo que querían comprar, los que gastan sin ton ni son o los que se lo acaban antes de recibirlo. El dinero, no cabe duda, tiene sus dilemas. En tiempos de bonanza, nos da por pensar que es ilimitado y en los de escasez ya no sabemos ni de donde sacarlo.
Se nos vienen tiempos complicados, o eso es lo que nos vaticinan las variables económicas y las reacciones no se hacen esperar. Por un lado, las grandes empresas globales, en especial las que se ubican en Silicon Valley despiden empleados a diestra y siniestra. China enfrenta la fragilidad de su economía, Europa padece los embates de una guerra que no ve cuándo terminará, los países del resto del mundo batallan entre el autoritarismo o el populismo y todos luchamos por estar en un lugar mejor.
Si los mandatarios, los economistas y los bancos centrales buscan cómo reactivar la economía mundial, las personas de a pie nos preguntamos qué hacer con nuestro dinero: cómo conseguir más, dónde invertirlo, de qué forma hacerlo rendir mejor. Y, entre el optimismo o el pesimismo de cada uno, entre las matemáticas y lo que oímos todos los días, dudamos qué camino tomar. Primero, antes de actuar hay que entender para tomar las mejores decisiones.
El dinero es un medio legal de pago. Es ese vehículo general de intercambio que sirve como un auxiliar para darle un valor de conversión a las necesidades que las personas tenemos para adquirir bienes y servicios. Es eso y no otra cosa. Lo curioso es como le hemos asignado valores adicionales, casi mágicos.
Creemos que el dinero nos da clase, educación, nivel social, que cumple todos los anhelos, alivia todos los males, consigue lo que sea y no, no es así. En esta condición, el dinero se transforma en lo que no es y se usa en forma inadecuada. Si lo utilizamos para comprar amistades, amor, belleza, fiesta, conocimientos, vamos a estar pagando por algo que no recibiremos.
Lo peor es que creemos que a base de monedas y billetes podremos encontrar lo que el dinero no nos dará. Hay que entender lo que es para saber cómo usarlo. Creemos que se le puede conjurar con amuletos, quinielas, billetes de lotería, apuestas y ese camino no es muy seguro.
El pragmatismo del dinero nos enseña que gastar más de lo que hay nos lleva al desastre, que los billetes no se multiplican por generación espontánea, que las tarjetas de crédito se tienen que pagar lo mismo que los abonos a meses sin intereses. El dinero es finito, tiene límites y si los traspasamos nos metemos en problemas.
El optimismo excesivo en las inversiones bursátiles y la idea ingenua de que la prosperidad es inevitable ha hecho que muchas personas, especialmente los más ingenuos e inexpertos vayan tras los grandes unicornios con la promesa de enormes ganancias sin hacer muchos sacrificios. No, así no es. Es cierto, hay golpes de suerte. Pero, son contados los casos. La recomendación es poner los pies en la tierra, recordar que el vínculo entre riesgo y rendimiento es inevitable y alejarse de las fórmulas mágicas o de los conceptos que no entendemos.
No hay nada mágico, el dinero es pragmático. Sean monedas físicas o virtuales. Es igual. Entenderlo es la fórmula para sabernos relacionar con este medio de intercambio de la mejor forma. El dilema siempre es el mismo, o lo gasto ahora o lo gasto después, o ahorro hoy para mañana y conseguir algo que voy a necesitar o me endeudo y lo tengo de una vez. La forma en que nos relacionamos con el dinero es una seña de identidad y pocos lo sabemos. O somos ahorrativos o gastalones, o somos codos o generosos, o ingresamos más dinero del que sale o sale más que el que entra. Hay personas que se lo gastan y no saben en qué.
El afán fantasioso en las inversiones y la idea ingenua de que la prosperidad es llega por decreto —ya me ví— ha hecho que muchas personas crean esa promesa falsa de enormes ganancias sin hacer muchos sacrificios. Así llegan los descalabros. Lo mejor es hacer cuentas, entender cómo funciona el dinero y llevarnos bien con nuestra cartera. No hay que pedirle peras al olmo ni creer en espejismos ni ponerles a los billetes más dilemas de los que tiene.
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