Miércoles, 12 Marzo, 2025

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Esperanza: su última batalla…

Opinión

Eliazar Velázquez

Desde su niñez Esperanza Mendieta Benavidez fue instruida por sus papás Ángela y Macario en la vida decente, en los saberes del trabajo, en las sabidurías de la tierra, en la honestidad más estricta, en un firme sentido de la justicia, en un profundo amor a la naturaleza. Tenía apenas 44 años cuando enviudó pero nunca se arrodilló ante el dolor o la adversidad. Con sudor, lágrimas y tenacidad sacó adelante a sus hijos.

Siempre fue una férrea defensora de “sus cerros” -como ella decía refiriéndose a la serranía-, cuando eran ultrajados su rostro se encendía de indignación. En su natal Xichú alentaba toda lucha que fuera justa. En los noventas la causa del EZLN la entusiasmó, viajó hasta la selva lacandona y también se sumó a alguna de las grandes manifestaciones que en esos años hubo en la Ciudad de México. En 1999, cuando la gira de delegados zapatistas por el país promoviendo la Consulta Nacional Indígena, en su casa acogió y protegió una noche a dos milicianos chiapanecos que visitaron su pueblo. En años recientes valoraba mucho los esfuerzos de López Obrador por terminar con la corrupción, pues ella misma había padecido en carne propia esos ultrajes.

 

 

 
Doña 'Pera'. Foto: Especial

La ejidataria…

Esperanza contaba con su certificado parcelario perteneciente al ejido Misión de Santa Rosa, aunque consideraba que no le debía a ese núcleo agrario tener donde sembrar maíz, cosechar nueces, ciruelas, aguacates, pues sus terrenos aunque quedaron bajo ese régimen provienen de sus ancestros, cuyas raíces entroncan en una de las familias más antiguas del municipio. Sin embargo, asumía su condición de ejidataria con seriedad y valor, tanto en su empeño de trabajar la tierra lo cual hizo hasta sus ochenta años, como participando en las asambleas, de las que seguido salía decepcionada por la cobardía, deshonestidad y lo convenenciero de muchos comuneros.

Ya había cumplido 92 años cuando en noviembre de 2020 la asamblea ejidal, al renovar su mesa directiva la nombró secretaria. Ella aceptó con la condición de que por su edad la representara en las reuniones y los trabajos quien esto escribe, y en mi ausencia otro de mis hermanos mayores. Quedó asentado en el acta ese acuerdo, bajo su supervisión comenzamos a invertir tiempo y energías para dar mejor cauce a los procesos internos del ejido. Pasando los meses se fueron viendo frutos, a pesar de las resistencias de grupos de interés acostumbrados a manejar sin transparencia los recursos, a especular y corromperse, por ejemplo, con la donación de lotes o también a expedir documentos sin suficiente rigor legal. Ella nos anticipó que dejáramos esa colaboración al primer asomo de irregularidad, no quería que su nombre y nuestra familia estuvieran colaborando junto a personas sin escrúpulos.

Aunque desconocía la magnitud, yo tenía algunas nociones de que en los cerros más altos de ese ejido, precisamente donde las lluvias anidan el agua que luego alimenta los ríos, desde hacía varios años se venía realizando una tala indiscriminada para producir carbón; también el único comisariado ejidal honrado que en ese rumbo he conocido, don Santiago Jiménez, antes de morir me había relatado las amenazas de que fue objeto por denunciar esos destrozos a Profepa y a los encargados de la Reserva de la Biosfera, quienes timoratos como siempre han sido no lo respaldaron.

 

Doña Pera. Foto: Especial

El reportaje…

Al transcurrir el 2021, comencé a visitar una comunidad llamada El Revolcadero debido a que ahí viven los actuales presidentes del comisariado y del consejo de vigilancia. Para mi desconcierto, al recorrer sus caminos interiores en cada visita escuchaba ruido de motosierras, entre la espesura se observaban las humaredas de los hornos y en los patios había grandes cantidades de leña para venta. Poco a poco fui armando las piezas del rompecabezas, no tarde en toparme en algún paraje con decenas de costales de carbón a la espera de ser transportados furtivamente, pronto supe que uno de sus destinos principales era los negocios de pollo asado de toda la región, al contrario de antaño cuando se elaboraba para autoconsumo, ahora ya estaba estructurada toda una amplia red de distribución que implicaba también la producción intensiva.

Enterada de esa grave realidad, y como faltaba documentar las evidencias, una madrugada la bella Esperanza hizo café y me dio la bendición para comenzar una incursión a pie por cerros muy altos, acompañado de un hombre y una mujer valientes que decidieron compartir la travesía. Todo parecía normal, pero al ir llegando a las alturas de pronto nuestros ojos se conmocionaron al ver un enorme y joven árbol despedazado sin piedad. Seguimos andando y en otra área comenzamos a mirar pequeños fragmentos de carbón en la vereda, ese rastro al poco andar nos condujo hasta varios hornos todavía con las cenizas calientes, los carboneros al pernoctar habían dejado un tiradero de botellas de plástico. Alrededor se observaban los troncos de los árboles talados.

Cuando Esperanza vio las fotos y videos no cabía en su tristeza, porque era evidente que esa destrucción ya no se hacía por falta de opciones laborales, sino por ser una manera fácil de sacar dinero. Luego vendría una segunda incursión en los cerros que me permitió documentar hornos clandestinos en activo situados en terrenos de uso común y a poca distancia de la casa familiar de las autoridades ejidales.

Ya teniendo todas las vertientes de la historia, una mañana de enero 2022 le pregunté qué hacíamos con la información, se trataba de un asunto de interés público y mi deber ético era proponer el tema a los editores de este periódico. Contestó que debíamos denunciarlo, hacerlo público, pero por cuestión de honor había un paso previo, como ella en ese momento también formaba parte de la mesa directiva consideraba necesario encarar al comisariado y al del consejo de vigilancia para saber si contemplaban detener esa destrucción.

Cumpliendo su encomienda, a los pocos días de frente y con franqueza, les expuse la situación y pregunté si pensaban dejar esas prácticas ilegales. Su respuesta fue decepcionante: “nosotros solo vamos a dejar de hacer eso si el gobierno nos da un sueldo todo el año…”.

En ese momento los caminos se separaron, Esperanza nos pidió redactáramos su renuncia al cargo que le había otorgado la asamblea argumentando que ella no podía ser omisa ante ese atropello a la vida, iba contra sus principios. Ya trascurrido ese trámite, alentó fuera divulgada la investigación pues resultaba claro que esas personas acostumbradas a la impunidad y a recibir protección de las autoridades locales, no dejarían de lastimar la naturaleza tan fácilmente.

Pidió leer el reportaje antes de su publicación, me hizo observaciones, y posterior a eso fue como los lectores de este diario pudieron conocer el pasado 22 de marzo la pieza periodística.

 

 

 
Doña Pera. Foto: Especial

A sus 94 años esa fue su última y decidida batalla por cuidar “sus cerros”.

Falleció este 7 febrero, nació y murió en martes. Todavía hace semanas, como era su costumbre, al amanecer barría, cocía sus frijoles, procuraba sus plantas, daba consejos para el buen vivir, comentaba apasionada los sucesos del día, al atardecer leía Correo y libros. Hasta el último suspiro fue digna, fuerte y aguerrida.

Antes de irme a buscar las historias para Divisadero y para los reportajes me daba la bendición en la intimidad de la casa, decía en su oración que para protegerme de todos los peligros. “Cuídate mucho hijo”. Ya luego salía a la puerta a bendecirme a lo lejos mientras me alejaba en el auto.

Sé que me seguirá protegiendo y guiando desde algún lugar.

Gracias mamá Esperanza. Besos con infinito amor.

JRP

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