Gritos
Ni hablar, no se puede tener todo en la vida. Andrés Manuel López Obrador vio materializar su sueño más anhelado: es presidente de México. Creo que uno de los grandes momentos presidenciales es cuando el mandatario sale al balcón del Palacio Nacional, portando la banda tricolor, recién recibida la bandera y se enfrenta con la muchedumbre que junto a él vitorearán a los héroes que nos dieron patria. Pero a López Obrador no se le ha dado ese privilegio que sus antecesores tuvieron, al menos no a cabalidad.
Salir a gritar con el Zócalo vacío es triste. Debe ser desesperanzador eso de salir y ver la plancha sin gente. Los ¡Viva México!, no saben igual en soledad. Desgañitarse acompañado por nadie, es desolador. Con lo lindo que es que la muchedumbre estalle de gusto ante la mexicanidad y el orgullo patrio. Porque hasta esos que se sienten extranjeros, esos que reclaman sus raíces foráneas, esos que presumen sus linajes de otras tierras, —y que de repente reniegan de su mexicanidad— andan encantados de la vida con sombreros y rebozos; sacan sus sarapes veteados, se echan sus tequilas de un trago y se andan radiantes de la vida festejando a los héroes que nos dieron patria y libertad.
Sí, ser mexicano es hermoso, más en septiembre. Ser presidente debe ser maravilloso, más el día quince. Pero a López Obrador le tocó vivir tiempos duros. La envestidura del ejecutivo no te hace inmune a la desgracia. La época de la pandemia nos ha pegado a todos y nos ha quitado mucho; hasta la ceremonia del grito. Nada de festejos masivos, nada de multitudes. Tantos enfermos, tantos muertos. Los contamos una y otra vez. Triste. El presidente debió sentirse triste al salir al balcón y verse acompañado por un hueco que debió estar lleno del pueblo bueno que votó por él y le cumplió su gusto.
Aunque, visto bien, lo que sucedió en esta ceremonia del grito fue una metáfora. Fue, sin quererlo, un homenaje a todos los que gritan y gritan sin ser escuchados. Fue una forma de que sintiera lo que tantos clamores han reclamado sin ser escuchados. Es, cómo dicen las voces populares, sentir en carne propia lo que experimentó el chivito. Tantas mujeres que han gritado sus abusos, tanta gente que grita por sus familiares desaparecidos, cuántos migrantes que le gritan a sus compañeros que se perdieron en el camino, cuántos pueblos que gritan desesperados porque no pueden continuar con la vida porque las balas vuelan por los aires, tantos padres de familia que insistieron en esperar el regreso a clases hasta que hubiera vacunas para sus preadolescentes, tanta gente que espera una vacuna, no sólo contra el Covid, ya no hay dosis para el sarampión o para la triple, tantos niños que se quedaron esperando su medicina para remediar el cáncer y nada.
Vacío de sus reclamos, nadie los oye. Y, así como a quien se denominó a sí mismo la “esperanza de México”, se le apachurra el corazón al ver como uno de los días más emocionantes que puede vivir un presidente en México, así se les arruga el alma a los que no encuentran a alguien perdido. La incertidumbre es el peor de los sentimientos, la amargura es un acicate terrible. Ni modo, son tiempos duros que golpean fuerte.