Domingo, 12 Enero, 2025

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Herramientas para adolescentes

Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

Los jóvenes, aunque no lo crean, queridos padres, están tristes. Por eso reclaman diversión, histeria, alcohol y hasta drogas.

Jaime Barylko

La adolescencia es la etapa entre la infancia y la adultez donde se adquieren las habilidades necesarias para el acceso a una vida independiente, responsable y libre. Es una “moratoria psicosocial”, en términos del psicoanalista Erik Erikson, un periodo de experimentación que incluye el “ensayo y error”, a través del cual el Yo se fortalece y se encuentra la propia identidad, lo mismo que el sentido de vida.

También es una etapa de duelo porque, en palabras del psicoanalista, Juan David Nasio, el joven tiene que abandonar la infancia sin dejar de quererla en su fuero interno y encontrar nuevas referencias para afirmar su identidad.

Además del logro de la independencia material y emocional, los siguientes son algunos importantes signos afectivos que, según Nasio, dan testimonio del final de la adolescencia y de la entrada en la edad adulta: ser adulto sin temor de jugar como un niño; ser apto para reconocer las propias imperfecciones y aceptarse tal como se es; estar cómodo consigo mismo, y por ende, disponible con los otros; y, haber aprendido a amar al prójimo y a amarse a sí mismo de otra manera que cuando se era niño o niña

Por lo arriba mencionado, algunas herramientas de suma utilidad que nuestros hijos e hijas deben adquirir a través del proceso de formación humana son:

1) Responsabilidad, que incluye la capacidad para evaluar y asumir las consecuencias de sus actos.

2) Fortaleza yoica, reflejada principalmente en la tolerancia a la frustración.

3) “Adaptación activa a la realidad” que, en términos de PichonRivière, implica enfrentar los obstáculos de la vida de manera creativa y constructiva, abordando y resolviendo los problemas y conflictos en la medida que aparecen, lo cual se relaciona además con la capacidad de aprender y de insight, así como con la capacidad de adecuar el nivel de aspiraciones a su status real, que es el que condiciona las posibilidades de un proyecto viable.

La promoción de dichas herramientas exige dedicación y tiempo. Desafortunadamente, el ensayista Mauricio Bares denuncia que, históricamente, los niños y niñas (también los adolescentes) de hoy son quienes han pasado más tiempo solos, entre ellos, lejos de los adultos.

Hemos llegado a un punto, en el cual, muchos hogares ―sobre todo de las grandes ciudades― no hay tiempo para el otro, para los otros, para la convivencia, para la interacción, para la vinculación, para el intercambio.

No nos engañemos pues, con afirmaciones del tipo: “Con los hijos más vale tiempo de calidad que de cantidad”. Los hijos e hijas siempre necesitan calidad y cantidad adecuada. La fórmula puede ir cambiando en función de su edad, momento y circunstancias de vida, pero la necesidad de presencia y vínculo parento-filial, no.

Muchas de las conductas de riesgo de las y los adolescentes están relacionadas con este tipo de orfandad, y sus actos destructivos o autodestructivos sólo son denuncias de su malestar.

Las y los adolescentes necesitan protección y flexibilidad por parte de sus padres y madres. Pero no sobreprotección ni hiperpermisividad.

Para no caer en la sobreprotección, es conveniente que los padres y madres tengan siempre a la mano un proyecto personal (y de pareja, si cuentan con una), un proyecto que le dé sentido a su propia existencia pero que vaya más allá del rol paterno o materno. De lo contrario, evadirán la responsabilidad de dotar a sus hijos e hijas de las herramientas necesarias para la autonomía, imposibilitando así, su salida de casa; todo con tal de mantener el nido lleno y evitar la soledad, depresión y sinsentido, con lo que reactivarán e intensificarán, aun sin pretenderlo, la tristeza, la angustia, el miedo y la rebeldía del hijo o hija que pretende dejar la adolescencia para convertirse en adulto.

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