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Idiotismos hispano-mexicano

Opinión

Enrique R. Soriano Valencia

Supe por primera ocasión del libro de Melchor Ocampo Idiotismos hispano-mexicanos cuando era estudiante. Me pareció entonces una barbaridad el nombre del libro. Lleno de prejuicio y carente de información suficiente para evaluar tan solo el título, me incomodó saber que un personaje histórico de relevancia calificara de idiotismos voces propias de sus contemporáneos.

Don Melchor Ocampo –abogado, científico y político liberal michoacano– con este libro pretendió dejar un registro del léxico mexicano de mediados del siglo XVII. En la presentación del documento, manifiesta claramente ese propósito, de ninguna forma califica como incorrecto, inapropiado o torpes las voces compiladas. Un pensamiento francamente muy moderno.

Mi prejuicio se debe a que la actualidad la palabra idiota se aplica principalmente como un insulto para aludir a la capacidad intelectual de alguien, cuando no se trata de una verdadera incapacidad. Esta voz se emplea para referirse a «… una deficiencia muy profunda de las facultades mentales…». Sin embargo, el propio Diccionario de la lengua española precisa que en lingüística se entiende como «Giro o expresión propios de una lengua que no se ajustan a las reglas gramaticales; por ejemplo, a ojos vistas». Interesante lo divergente.

En mi colaboración en este mismo espacio, el pasado 30 de junio comenté respecto de la etimología de la palabra idiota, por su relación con las elecciones: «su origen se remonta a los inicios de la democracia. Para el concepto griego, los ciudadanos estaban obligados a votar por sus representantes en el Senado. Quien no lo hacía era un egoísta, alguien que no se preocupaba por las decisiones que afectarían a la sociedad en su conjunto. Si alguien no participaba era calificado de idiota. La raíz idio- significa propio. Por ello, la encontramos en vocablos como idioma (que es la lengua propia de un grupo) o idiosincrasia (que implica una forma de pensar propia). [Entonces] El idiota solo veía por los asuntos propios».

Ahora, a principios de siglo XX, Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna. Su propósito fue calcular el coeficiente intelectual. En su estudio, inventaron una nomenclatura para los adultos que tenían menos de 70 puntos en su escala. Si la persona presentaba una edad mental menor a tres años, la clasificación fue de idiota; si estaba entre los tres y siete, era imbécil; y si se comportaba entre los siete y diez, era débil mental. El estudio tuvo repercusiones tales que empezó a usarse en procesos legales y psiquiátricos. Así el uso moderno de idiota procede de un estudio científico.

Por supuesto, esta publicación fue muy posterior a la obra de don Melchor Ocampo. De ahí que su texto deba interpretarse como mexicanismos de origen hispano. Ocampo recurre a la palabra idiota con la acepción que le correspondía, acorde con el diccionario oficial, entonces de la Real Academia Española.

El documento es una hermosa colección de vocablos de uso casi exclusivo de México y permite conocer y reconocer la evolución del español en nuestro país. He ahí lo importante de contextualizar –histórica y socialmente– el uso de las palabras.

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