Domingo, 12 Enero, 2025

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Imagina que nadie pega a los niños

Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

La mejor manera de luchar contra la violencia

consiste en evitar el maltrato infantil.

Eduardo Punset

¿Puedes imaginar cómo sería nuestra sociedad si en nuestra infancia hubieran respetado nuestro cuerpo, si nunca nos hubieran dado una nalgada, chancletazo, cintarazo, pellizco, coscorrón…? Hoy seriamos adultos convertidos en padres/madres para quienes resultaría impensable golpear el cuerpo de sus hijos, docentes que no considerarían los castigos para educar, hombres a los que les resultaría impensable agredir el cuerpo de su pareja y prostituir el de cualquier otro ser humano, la gente se tendría mayor consideración, compasión, respeto y cuidado por el prójimo… ¿Utopía? No. En algunos países ya gozan de los beneficios de los buenos tratos recibidos en la infancia.

En esos países ya existen personas adultas que llevan en su memoria huellas de consideración y respeto experimentado desde su niñez, esa etapa donde las experiencias quedan tatuadas con alta valencia en el cerebro límbico.

Mientras que nosotros, en nuestros países donde la crianza sigue teniendo el sello del autoritarismo se siguen tatuando heridas de maltrato en lugar de huellas de amor y consideración, padeciendo, por lo mismo, consecuencias reflejadas en altos montos de todo tipo de violencia –física, psicológica, sexual, económica, política, religiosa–, en todos los entornos –familiar, comunitario, escolar, laboral, deportivo, etcétera–, en todas sus dimensiones, desde la indiferencia hacia las necesidades del prójimo hasta el feminicidio y serios actos de crueldad que traen como consecuencia múltiples asesinatos diarios, pasando por el castigo corporal, el acoso hacia las mujeres, etcétera.

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Décadas de estudio permiten concluir que la condición para erradicar la violencia que nos aqueja es comenzar por respetar el cuerpo de las niñas y niños desde la más tierna infancia.

Estudiosos en el tema como White y Straus (2002), concluyen que el castigo físico siembra las bases de la legitimidad normativa de todas formas de violencia.

Pero aun si no contáramos con evidencias estadísticas de lo anterior, bastaría con observar la actitud de las personas que en su infancia no padecieron la transgresión de su cuerpo. Son personas que encuentran tan extraño enterarse que una persona abusa de su poder agrediendo a otra incluso de menor peso y talla como puede serlo su hijo.

Mientras comían, José, alumno del primero de secundaria, les contaba con sorpresa a su padre y a su madre que uno de sus compañeros de clase se había puesto a temblar al enterarse que había reprobado dos materias en los exámenes parciales, pues pronosticaba que le iría muy mal al llegar a casa. “Santiago me decía que le iban a pegar por haber reprobado y yo no lo podía creer”, relataba sorprendido José. “¿Pero por qué te van a pegar? ¿Qué tiene que ver el que hayas reprobado con que te peguen?, no se me hace lógico, nadie te debería pegar”.

“¿Por qué hacen eso los papás?”, le preguntaba José ahora a su padre y a su madre, él que nunca había padecido tales medidas disciplinarias se mostraba desconcertado, y en su momento, altamente compasivo y solidario con su amigo.

José no lleva la transgresión de su cuerpo en su memoria, de ahí que no lo considere una posibilidad. De ahí su sorpresa al enterarse que un compañero suyo lo padece. José no legitima ni valida la violencia interpersonal porque no tiene registro vivencial de tal cosa, por lo que la probabilidad de que utilice el castigo corporal u cualquier otro estilo disciplinario humillante con sus hijos el día de mañana –si es que decide tenerlos– será mínima o nula. ¿Tendrá conflictos en sus relaciones interpersonales, con su pareja, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo, etcétera? Sí, pues el conflicto es propio de las relaciones humanas. Lo que no utilizará será la violencia como recurso para la resolución de dichos conflictos, debido a que tal cosa no está en su registro sensorial, en su memoria profunda y temprana. Si a esto le suma habilidades para la resolución de problemas y conflictos, definitivamente no tendrá que recurrir a la violencia.

La erradicación del castigo corporal y demás medidas disciplinarias y prácticas de crianza, humillantes y desconsideradas, trae como consecuencia mejores ciudadanos, por lo tanto, disminución de la violencia.

Si queremos una sociedad donde la paz sea la constante, necesitamos que los niños y las niñas la experimenten en cada una de sus células para que lo legítimo y natural sea eso, la paz y no la violencia.

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