La importancia del vínculo
Existen muchas formas de influir en la formación de los hijos e hijas. En un extremo se puede encontrar los métodos rudos, irrespetuosos, tales como castigos, gritos, críticas, amenazas, humillaciones, los cuales tienen su fuerza en el miedo que infunde el abuso de poder.
En el otro extremo de la disciplina encontramos los chantajes, los premios, el condicionamiento del afecto: “Yo que me esfuerzo tanto y tú incapaz de cumplir con tu única responsabilidad: la escuela”, “Si haces X obtendrás Y”, “Si sigues así, mamá (o papá) ya no te va a querer”.
La tradición del estilo autoritario hizo pensar que el objetivo final de la educación es el logro del buen comportamiento del niño. De ahí que dichos métodos tengan como fin último la modificación del comportamiento. Ambos métodos consiguen tal fin, modifican el comportamiento, no cabe duda. El problema es a qué costo y qué alcance tienen en la formación humana.
Es claro que el costo es alto. Los métodos rudos generan sentimientos no gratos (miedo, tristeza, rechazo, soledad, resentimiento…) y pensamientos nada constructivos (soy un inútil, no doy una, nunca hago nada bien, te odio…) que llevan a comportamientos inadecuados. Es decir, refuerzan el comportamiento que pretenden erradicar.
Los chantajes, premios y otros tipos de condicionamiento detonan sentimientos de culpa, inseguridad, etcétera y pensamientos que atentan contra la autoimagen y la autoestima del niño, niña o adolescente (soy un mal agradecido, no merezco lo que me dan…), lo cual se traduce en malas decisiones en el tiempo. En el momento pueden frenar el mal comportamiento inadecuado por la fugaz motivación que genera obtener el premio prometido, o por la culpa del chantaje; el problema es que no contribuye a aprender habilidad alguna.
Existe una tercera vía para la formación de los hijos e hijas, la cual no tiene su fuerza en la rudeza ni el chantaje, sino en el vínculo. Su fuerza no está en la generación de miedo o culpa, sino en el amor y el respeto.
Queda claro que esta tercera vía no tiene costos para la salud mental de los hijos, pues el trato amoroso y respetuoso detona sentimientos gratos: seguridad, confianza, dignidad, tranquilidad, paz, alegría… y pensamientos constructivos —“me equivoqué pero a todos nos pasa”, “puedo aprender de lo sucedido”, “cuento con mis padres aun cuando obro mal”, “me quieren más allá de lo que haga”—, lo cual a mediano plazo se traduce en comportamientos adecuados derivadas de buenas decisiones, gracias a la seguridad emocional que aporta la actitud benévola de papá/mamá.
Pero para contar con un buen vínculo se requiere dedicación, tiempo y atención constante que se traduce en conexiones emocionales que construyen un fuerte lazo. Cabe aclarar que no se requieren medidas extraordinarias para construir un vínculo sólido; no hay que llevar a los hijos a Disneylandia ni a cualquier otro lugar espectacular. En realidad el vínculo se crea con base a pequeñas cosas cotidianas, momentos breves pero significativos, actividades sencillas pero sostenidas en el tiempo.
El doctor estadounidense Ron Taffel (citado por García Hubard), como resultado de miles de entrevistas con cientos de niños, encontró que los mejores momentos para conversar y buscar conectar son los siguientes: la hora de dormir; de camino a la escuela o de regreso a ella; en el coche, cuando los viajes son cortos (digamos de unos 15 a 30 minutos); mientras se entretienen en un juego de mesa; al realizar tareas juntos; en las comidas que realizan juntos; antes o después de ver una película o en los anuncios de un programa de televisión; al sentarse a trabajar cada quien en lo suyo en la misma mesa (claro, siempre y cuando el adulto esté listo y dispuesto a hacer pausas en su trabajo cada tanto y escuchar al niño o niña).
Son muchas las oportunidades para construir un vínculo: al practicar algún deporte; un momento especial de un día de la semana para tomar un helado; el abrazo y el beso previo a acostarlos para dormir; a la hora del baño del niño pequeño; mientras leen un cuento, pintan o juegan, etcétera.
Quien tiene un vínculo con su hijo, tiene todo para realmente educarlo. Quien carece de vínculo no le queda más que castigar, amenazar o chantajear, lo cual, quedó dicho, no educa, no forma, sólo modifica comportamientos de manera pasajera, fragiliza la identidad y destruye la relación parento-filial.