Lo que aprendemos con el caso de Damar Hamlin
Cecilia Durán Mena
Era un lunes por la noche, un Monday night football, como lo conocemos los aficionados al futbol americano. Millones de personas vimos una escena aterradora desarrollarse en tiempo real. Damar Hamlin, un safety de 24 años que juega en los Buffalo Bills, colapsó y sufrió un paro cardíaco después de hacer lo que parecía ser un tackle de rutina en un juego de la NFL televisado a nivel nacional contra los Cincinnati Bengals. De la emergencia médica de Hamlin, cuyos detalles no se han hecho públicos por completo, podemos conseguir varios aprendizajes valiosos, el primero y el más apreciable fue la protección que los jugadores en el campo le dieron a la privacidad de un enfermo y a la dignidad de una persona. No, no todo es publicable en redes sociales.
El caso de Damar Hamlin puede haber sido un evento raro y desafortunado. Pero en un deporte donde las colisiones a alta velocidad son una característica, no un error, existe el riesgo de lesiones graves en cada jugada. El deporte es violento y una simple cuestión de física, la combinación del tamaño y la velocidad de los jugadores de fútbol profesional significa que la fuerza de sus colisiones puede ser similar a la de un velocista de clase mundial que se estrella contra una pared de ladrillos, por ejemplo.
La National Football League —NFL—se ha esforzado para hacer que el juego sea más seguro, particularmente en la última década. Los cambios en las reglas desalientan las tácticas peligrosas en el campo, hay profesionales médicos en los juegos para responder a lesiones o emergencias. No obstante, el alcance de estas medidas, sin embargo, muestra cómo los peligros del deporte solo pueden mitigarse, no eliminarse.
El colapso de Damar Hamlin es un recordatorio de lo rápido que pasamos de la sorprendente violencia en la liga deportiva más popular de Estados Unidos. En el mismo campo hace apenas tres meses, el mariscal de campo de los Miami Dolphins, Tua Tagovailoa, fue sacado en camilla después de que su cabeza se estrellara contra el césped. Se perdió los siguientes dos juegos con una conmoción cerebral. Días antes, había sufrido otro golpe en la cabeza. Luego, en un juego del día de Navidad contra los Green Bay Packers, sufrió otra lesión cerebral.
Lo que sucede en la NFL se amplifica más que en casi cualquier otra institución cultural estadounidense por la popularidad del deporte. La emergencia médica de Hamlin fue noticia de primera plana. El impacto fue de amplio espectro, se inició una colecta que ha recibido más de 200,000 donaciones desde el lunes, recaudando casi $ 7 millones. El presidente Biden, habló con los padres de Hamlin.
Se le preguntó al mandatario si pensaba que la NFL se había vuelto demasiado peligrosa. Él dijo que no. Claro, el deporte es un gran negocio y un generador de riqueza.
A pesar del horror en vivo del colapso de Hamlin, el poder de permanencia de la NFL no parece estar en cuestión. Los socios de medios de la liga pagan colectivamente alrededor de doce mil millones de dólares por temporada para mostrar juegos porque atraen audiencias tan grandes.
Los espectadores seguimos viendo los partidos. Sintonizamos porque sabemos que podemos ver hazañas atléticas que nos sorprendan y nos emocionen. Nos gusta y disfrutamos de un arco de redención o un regreso que desafía las probabilidades. Pero, en esas hazañas, es Igual de plausible, que un jugador se lesione gravemente. De vez en cuando, como el lunes por la noche, se nos recuerda esa incómoda dualidad. Y luego, la máquina NFL sigue adelante, y cuenta con que los espectadores la acepten.
Lo que aprendemos con el caso de Damar Hamlin es que hay solidaridad que trasciende al deporte, a los equipos rivales, a la violencia de una práctica. Eso nos hace humanos. Aprendemos que vale más la dignidad de un ser humano que el oportunismo de publicar algo escandaloso en las redes sociales.
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