Los balazos
Si echamos un vistazo a cualquier sitio de noticias en México, nos daremos cuenta de que todos los días se están reportando temas de balazos. Un día sí y el otro también, en este noble país, se truenan balas en todo sitio y a cualquier hora. Así, vemos que políticos y funcionarios de gobierno caen muertos porque los alcanzó una bala; a los ciudadanos también les llegan. Es más, un proyectil te puede alcanzar mientras llevas a tus hijos a jugar al parque o cuando estás documentando tu equipaje en la Terminal 1 de la Ciudad de México. Es decir, en la soledad de un jardín o en uno de los sitios más vigilados por la Guardia Nacional pasa lo mismo: detonan las balas.
Cualquiera podrá cuestionarse, ¿dónde está la novedad? Ya son años en los que los mexicanos estamos conviviendo con la violencia. Es cierto, pero parece que hemos estado agitando el avispero y por más que nos quieran convencer de otra cosa, los niveles se sienten más altos y más cerca. Todos conocemos a alguien que ha sido víctima de un delincuente si no es que nos ha tocado vivirlo en primera persona. Y, como si desde la vida en Palacio Nacional no se pudieran ver ni entender estos sucesos y como si la distancia que se marca por una gira presidencial bastara para tapar el sol con un dedo, en la cumbre sobre temas de narcotráfico en Cali, Colombia el presidente López Obrador y su homólogo colombiano, Gustavo Petro, hablan del amor y la familia como una especie de remedio edulcorado que lo cura todo en forma milagrosa.
Claro que hablar de amor y familia es referirse a altos valores y baluartes de la sociedad, pero no estoy segura de que eso vaya a ser una estrategia efectiva contra los traficantes de drogas. Parece más bien un recurso romántico y facilón, una manera de ir a dorar la píldora a base de lugares comunes que no sirven para nada si no se encuadran en un plan formal, profundo y de largo plazo para luchar contra el crimen organizado. Esas palabras se las lleva el viento al rincón oscuro del olvido.
Seamos serios. Todos sabemos que no existe una planeación conjunta para garantizar seguridad y plantarse a las organizaciones criminales que tienen operaciones en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, casi todo el territorio de Centroamérica y México. Estas células criminales son verdaderas asociaciones logísticas y estratégicas que tienen lazos comunes, saben coordinarse, trabajan con sus respectivas redes y son tan eficientes que pueden darles clase a las grandes corporaciones transnacionales.
Mientras el crimen se organiza, nuestras autoridades exhiben una ingenuidad romántica que plantea contradicciones irracionales que se nota que están profundamente divididos —que muchas de esas divisiones son fracturas que se forjaron con egos extra inflamados—. Frente a la eficiencia de los delincuentes, los liderazgos latinoamericanos como que no alcanzan estatura.
No tenemos la exclusividad, si López Obrador sigue en la necedad del abrazos y no balazos —más por la imposibilidad de aplacar al criminal que por otra cosa, me temo— el presidente Petro, insiste que en Colombia los cárteles actuales de su tierra son parte ya de los de Sinaloa y Jalisco. Parece que están jugando al tío Lolo y siguen con el afán de ignorar el problemón que estuvo sentado en centro de la sala durante toda esa reunión: el hijo Nicolás (Petro) está detenido por la fiscalía de Colombia, ha aceptado su participación en esos hechos y ésa fue su declaración pública. Tal vez por eso, pida amor y familia. Con familiares así, ya sabemos.
Así no se combate al crimen organizado. Eso más una declaración caserita que una estrategia de seguridad nacional. En ese vaivén nos estamos moviendo y los riesgos de que los países de la región pasen de la ingenuidad a la brutalidad del crimen es una posibilidad que enfrentamos todos los días. No sé si se pueda combatir al crimen organizado con fuerza sin tener que agarrarlos a besos, y sin darles abrazos. No se va a acabar con este fenómeno de un día al otro, no se va a restituir el tejido social con buenas intenciones y mejores voluntades, eso lo sabemos todos o eso creo. Sabemos seguirá existiendo, no sólo el narcotráfico sino la podredumbre social con la que infecta el crimen.
Si ante esta tragedia, nuestras únicas respuestas son fortalecer el amor, los abrazos, los lazos familiares, las causas profundas de la violencia seguirán fluyendo no por otra cosa sino porque basta ver que esos grupos criminales no entienden lo que es amor, no les importa destruir familias, se ríen de abrazos y se hacen cada día más poderosos. Por eso, siguen los balazos.