Migración, olvido y soledad
Me sorprende y me complace mucho venir a participar a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. El desarrollo de este evento ha sido sorprendente y en treinta y ocho años ya está posicionada como el evento editorial más importante del planeta. Ella goza de plenitud en su madurez. Insisto en la sorpresa de que un evento de tanta ralea y nivel se dé en un país que, nos han dicho, se caracteriza por no ser buen lector. No obstante, al ver en los pasillos a tantos jóvenes entrando a los stands a curiosear y llenando bolsas de libros, no queda más que tener esperanza de que algo bueno se está orquestando. Hay que ser capaces de hablar sin miedo de lo que estamos haciendo bien.
Migración, olvido y soledad son los temas que ocupan las mentes de quienes vienen a presentar sus libros, de aquellos que han dado ponencias y conferencias magisteriales. El acelerador literario se estimula al retratar sin miedo la realidad que nos rodea. El tema de la Humanidad a casi un cuarto de siglo de haber estrenado milenio es entender las razones que llevan a una persona a abandonar la tierra que lo vio nacer.
El que se va siempre tiene una razón que lo hace irse. Ese motivo se puede clasificar en dos grandes grupos: parten porque buscan un mejor horizonte de vida o porque están huyendo. No es lo mismo salir con esperanza de encontrar un porvenir superior que irte con miedo. Sea como sea, la persona que parte irá acompañada de la incertidumbre. Nadie tenemos el futuro en un puño. Hasta en la migración hay clases y formas: es muy distinto salir de tu tierra a estudiar en el extranjero que ser expulsado por una guerra. La verdad es que ninguno tenemos asegurado el porvenir y puede que quien fue desterrado por una situación insostenible vaya a toparse con lo mejor de sus días y que otro se dé contra la pared por haber perseguido espejitos. Entre el refugiado y el exiliado hay un arco diferenciador cruel.
Enfrentar el olvido es entender que hay palabras que quisiéramos lanzar al barranco, días que selectivamente desearíamos borrar. Qué lindo sería tener la capacidad de tomar la voluntad y someternos a un recuerdo selectivo. No siempre es posible, como tampoco lo es permanecer en el recuerdo de quienes quedaron atrás. La vida continua y la cotidianidad va borrando aquello que no vemos, no por falta de cariño, sino porque así es la vida.
El olvido es esa cicatriz que escuece, aunque no se vea. Es un dolor sordo al que no sabemos atribuirle una razón consciente. Pero, en el bajo fondo de nuestro ser está. Nos olvidan y olvidamos. También hay cierta redención en la desmemoria. Y, aunque luchemos contra el comecocos de los recuerdos, llegará el momento en que la cotidianidad nos lleve a pensar en otra cosa, en alguien más. Porque, para recordar hay que estar atentos y vivimos en un momento histórico en el que cualquier cosa acapara nuestros pensamientos. Nos dejamos atrapar por una pantalla que nos consume y que no nos deja en paz. Muchas veces, ese aparatito brillante sustituye nuestra capacidad de recordar.
En esta Feria Internacional del Libro he escuchado la preocupación de que la Humanidad le ceda la memoria a una máquina inteligente, que sea más rápida para calcular y más eficiente para pensar. Y, al confiarle a un programa que haga nuestras tareas nos olvidemos de lo que es relevante y le deleguemos el rumbo de nuestros destinos. Y, en esa distracción nos olvidemos de cuál es el sentido de nuestras vidas y quiénes somos los responsables de llegar a nuestro destino. Sería triste darnos cuenta de que olvidamos por qué nos fuimos y a dónde queremos llegar. Peor, si en esa condición de distracción, para recordar necesitamos preguntárselo a esa máquina.
La soledad parece la consecuencia que nos toca vivir por la modernidad. El aislamiento que nos dejó como herencia la pandemia nos ha lanzado a la conquista del trabajo en casa, de las compras en línea, del entretenimiento en el sofá. Ya no vemos a los amigos ni hablamos con ellos, les mandamos un mensaje y ya está. Nos obnubilamos por las tareas diarias y nos clavamos a un artefacto. Dejamos de ver a nuestros semejantes. Nos aislamos.
Y, en medio de todas estas reflexiones profundas y pertinentes, ríos y ríos de jóvenes que entran al recinto ferial en Guadalajara. Van curioseando por los stands. Los veo con bolsas de libros. Entonces, sin remedio, me lleno de esperanza. Hay que ser capaces de hablar sin miedo de lo que estamos haciendo bien.