Pocas cosas son lo que parecen
Recientemente, recibí como regalo el libro de Umberto Eco “Como viajar con un salmón” que no es otra cosa que una selección de las mejores columnas que el maestro publicó en el famoso periódico romano “Il Corriere de la Sera”. ¿Me pregunto si el regalo fue una sugerencia?, lo cierto es que pocas cosas son lo que parecen. Algunas cosas que parecen inocentes, en realidad tienen jiribilla y otras que parecen bolas ensalivadas, resultan ser producto de la inocencia. A las pruebas me remito.
Últimamente, eso de tener tos se ha convertido en algo despreciable que confina a quien la padece al grupo de apestados que deben de comprobar que no son agentes de contagio del mal que aqueja a la Humanidad en la segunda década del siglo XXI. Una simple comezón en la garganta es motivo para recibir miradas de terror y si acaso alguien se atreve a declarar que tiene la voz rota o siente ganas de toser será víctima del desprecio popular. Carraspear parece que ha pasado a ser pecado mortal.
Pocas cosas son lo que parecen, Umberto Eco se refirió a este tema en el lejano 1988, cuando la tos era una cosa tan trivial que si un niño tenía la garganta irritada se le daba un té con gordolobo, se le enrollaba una bufanda y se le mandaba a la escuela a que fuera a clases. Sólo los flojos se perdían las clases por un cosquilleo o por un resfriado, hoy traer los ojos irritados parece ser una evidencia tosigosa.
Y, si decides quedarte en casa —especialmente en estas fechas—, todos te ven con suspicacia. Pero, si sales a cumplir tus deberes, la gente se aleja como si les fueras a pegar los piojos o peor, como si estuvieras infectado con Covid-19. Ya nadie se puede enfermar de algo simple como un recargón del estómago, porque te miran feo y eres sospechoso de lo peor; ni tener una alergia estacional por el cambio de clima, o traer los ojos llorosos ni esas cosas que antes pasaban desapercibidas porque recibirás la condena del desprecio.
Entonces, surgen los consejeros circunstanciales. Todos se convierten en virólogos expertos que te mandan a hacer la prueba para que les demuestres que tu cuenta viral no detecta ningún virus mortal. Me parece que tal como lo expresa Umberto Eco, este tipo de consejeros que parecen bien intencionados “…corren el riesgo de no comunicar nada porque dicen demasiado”. En muchos casos, se trata de una hoguera que alimenta la vanidad de las personas o su conveniencia.
Estas sugerencias, aparentemente bien intencionadas, que las emiten personas que te ponen buena cara y engolan la voz como si estuvieran leyendo un cuento de hadas, en realidad están destilando el veneno que ha nos ha dejado esta pandemia. Hay miedo. Nos llegan noticias sobre nuevas cepas y sobre confinamientos en otras partes del mundo. Se entienden las actitudes miedosas. Pero, también existe una actitud primitiva que busca generar una presión social específica: anular al semejante.
Estos consejeros simulan su necesidad de control bajo los velos de la preocupación y se atreven a dar consejos que no les han sido solicitados. Así, si un compañero de trabajo llega con la nariz roja, es fácil recomendarle que se vaya a hacer una prueba mientras están frente al jefe o, si algún envidioso anda por ahí, mete la cuchara para que el que llegó con los ojos irritados sea retirado del área de influencia, no debemos confundirnos.
La abundancia de situaciones en las que, con elegancia o sin ella, alguien se pasa de listo y te manda a la región del desprecio es de llamar la atención. La sabiduría milenaria de aquellos que sabían que un resfriado no es para causar alarmas, se ha obnubilado frente a una alucinación colectiva producida por una especie de espejo mágico en el que se reflejan nuestros miedos más ocultos y también nuestras conveniencias.
Es responsabilidad de cada uno llevar agua a su molino. Por lo tanto, si te topas frente a uno de esos consejeros circunstanciales que de pronto muestran una entusiasmada preocupación por la salud de quien estornuda, tose o se siente mal del estómago, cuidado. Pocas cosas son lo que parecen. Hay que abrir los ojos. Insisto, lo más inocente puede tener jiribilla y las bolas ensalivadas pueden tener buena intención. Entre que son peras o manzanas, yo agradecí el libro que me regalaron recientemente, aunque me sigo preguntando si el regalo fue una sugerencia. No sé, tal vez toda está reflexión llega mientras siento cierto picor en la garganta.