La buena suerte de Dávalos se ve trastocada “cuando al soltarle los brazos que le ataron con un portafusil, un granadero percibió en la vuelta de la manga de la chaqueta un papel que le sacó y presentó a uno de sus jefes: este papel era una cuenta relativa a la fundición de cañones de que Dávalos estaba encargado, lo que dio motivo a su reaprehensión.El 23 de noviembre de 1810, en plena campaña contrainsurgente, el ejército de Félix María Calleja se ubica en las inmediaciones de la ciudad de Guanajuato. Luego de derrotar a los insurrectos en Aculco y de provocar su desbandada, el jefe realista se apresta a atacar el mineral en persecución de Ignacio Allende y sus compañeros militares.Al recorrer las alturas de Jalapita, las tropas de Calleja reciben una nutrida descarga de artillería desde Rancho Seco, lo que provoca que el ataque de los realistas se apresure. Dirigido por Manuel Flón, un numeroso contingente avanza desde Yerbabuena hasta el cerro de San Miguel; mientras el propio Calleja parte de Marfil y por el camino a Santa Ana se posesiona del mineral de Valenciana. Allí decide pernoctar, aplazando para el día siguiente el asalto al centro urbano.Aun antes del amanecer las dos secciones del ejército español inician el descenso al interior de la cañada. Pronto Calleja es informado de la retirada del enemigo, y de la huída a galope de Allende y sus oficiales por la Sierra de Santa Rosa. Más le conmueve una segunda noticia: aprovechando la anarquía, el populacho había asaltado la Alhóndiga de Granaditas y linchado a más de doscientos españoles que se encontraban allí como prisioneros.Lleno de furor y con el remordimiento de haber podido evitar aquella tragedia de no haberse detenido a pernoctar, Calleja decide castigar a los guanajuatenses ordenando el degüello general. La valiente intervención del fraile José María de Jesús Belaunzarán y lo inútil de la disposición ante las calles y plazas desiertas, hacen que la represión se posponga.Lleno de furor y con el remordimiento de haber podido evitar aquella tragedia de no haberse detenido a pernoctar, Calleja decide castigar a los guanajuatenses ordenando el degüello general. La valiente intervención del fraile José María de Jesús Belaunzarán y lo inútil de la disposición ante las calles y plazas desiertas, hacen que la represión se posponga.El mismo día se difunde un bando exigiendo la entrega de armas y municiones, los tejos de oro y plata productos del saqueo y la delación de quienes hubieran favorecido a los insurgentes. También en el documento se impone el toque de queda, se prohíbe toda reunión que exceda de tres personas y toda conversación sediciosa.La captura de los líderes involucrados inicia con José Francisco Gómez, nombrado intendente por el cura Hidalgo, y continúa con otros, quienes –escribe Lucas Alamán– “cometieron la temeridad de no fugarse u ocultarse, sin que se pueda atinar qué razón tuvieron para tan necia confianza, habiéndola llevado don Rafael Dávalos hasta el grado de andar en la calle entre la tropa, la que lo prendió, y había tenido la buena suerte de que lo volvieran a dejar en libertad”.Sin embargo, la buena suerte de Dávalos se ve trastocada “cuando al soltarle los brazos que le ataron con un portafusil, un granadero percibió en la vuelta de la manga de la chaqueta un papel que le sacó y presentó a uno de sus jefes: este papel era una cuenta relativa a la fundición de cañones de que Dávalos estaba encargado, lo que dio motivo a su reaprehensión.Se ignora el lugar de origen del citado Rafael Dávalos; pero se sabe que ingresa al Colegio de Minería en 1800, donde cursa durante el siguiente lustro la carrera de ingeniería de minas. Luego abandona la ciudad de México para hacer sus prácticas profesionales en el Real del Monte, en cuya mina de “Morán” el prestigiado ingeniero Andrés del Río tenía planeado colocar la máquina de columna de agua diseñada por Le Chausé y Taburis.Sin embargo, una grave enfermedad le obliga a abandonar el clima de Pachuca y acepta la invitación del intendente Juan Antonio Riaño para impartir clases en el Colegio de la Purísima en Guanajuato, mineral donde podría además concluir sus prácticas.El inicio de su labor docente se da en mayo de 1806, cuando sustituye en la cátedra de Matemáticas al controvertido José Antonio Rojas, y se prolonga hasta 1810. Según el testimonio de Agustín Lanuza: “Dávalos, con todo empeño y patriotismo, formó y fundió veintidós cañones que le sirvieron a Allende para fortificarse en esa ciudad, pues no contaba sino con unos cuantos fusiles, por lo que aprovechó los cañones que Dávalos tenía concluidos y listos, mandando emplazarlos en la entrada de Marfil y encomendando a Dávalos, Chowell y Fabié que practicaran mil quinientos barrenos en la cañada de Marfil, comunicados con una sola mecha, para que simultáneamente fueran disparados al pasar por allí los realistas.” No obstante, esta celada fue frustrada por la delación que hicieron de ella algunos vecinos ante el general Calleja.Una vez recapturado al encontrársele la nota incriminatoria, Dávalos es conducido al campamento de Jalapita, donde enfrenta la ira de Calleja. Pasa la noche atado y en el amanecer del 26 de noviembre de 1810 es llevado a la Alhóndiga de Granaditas, donde se le fusila.Así, el joven profesor de Matemáticas llega al final de su vida terrena y penetra en el corazón de los guanajuatenses, principalmente de los universitarios, que todavía recuerdan su heroísmo.