Sábado, 11 Enero, 2025

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Retorno a las aulas, dilema del ser o no ser

Opinión

Leon Ruiz - La mesa del rincon

“Tenemos qué correr ciertos riesgos, como todo en la vida”… Bajo este sofisma levantado para un engaño colectivo muy simplista, más tendiente a motivar el falso imaginario de que el riesgo es inevitable, el presidente deslizó con el cinismo característico la disposición de que el regreso presencial a las aulas ya es un hecho. Posteriormente pidió que le pusieran la canción de la Tropa Vallenata Los caminos de la vida, como si la decisión de lanzar a nuestros niños, niñas y adolescentes al encuentro del ser o no ser, fuera una broma o una sátira existencial propia de un chiste.

Así, cual desafortunada política pública surgida de la ocurrencia y la negligencia gubernamental resuena, cual sentencia lapidaria sobre la salud y vida de nuestros menores, la frase presidencial de que el 30 de agosto ‘llueva, truene o relampaguee’ se reabrirán las escuelas para volver a la educación presencial. Ciertamente que ya se ha prolongado mucho la batalla contra un virus incesante, pero también es cierto que los gobernantes deben escuchar las voces de la comunidad académica, científica y médica, para una toma de decisiones asertiva.

Ahora nos quedan muy bien como referentes históricos los datos anecdóticos de las pandemias registradas en el pasado, de donde se sabe que la Peste negra agobió al mundo por largos seis años provocando, sin precisión, una cifra de entre 80 y 200 millones de muertos, o la Gripe española que mezclada con la primera guerra mundial azotó al mundo por cerca de tres años y un estimado de 40 millones de fallecidos. Hoy deberíamos saber leer la historia y aprender de ella, ya que a pesar de la ausencia de crónicas específicas en rubros como la reactivación de la vida en sociedad y en los modelos educativos, nos heredó un caudal de experiencias para no caer en los mismos errores del pasado.

Alertar hoy, con cierta insistencia, sobre los grandes riesgos de un retorno a las aulas sin las condiciones idóneas para garantizar la bioseguridad y preservación de la vida de nuestros menores, no es asunción de posturas conservadoras o liberales, chairas o fifis, sino en atención al llamado bíblico de actuar cual perro vigilante para advertir de un peligro inminente y no caer cual perros tontos en la indolencia y el reposo criminal y negligente.

Advertir sobre la seriedad del peligro, es una obligación ética que debemos asumir como vigilantes del devenir histórico de nuestra sociedad, pues precisamente ahora el nivel de riesgo ha aumentado al volver a la saturación de los servicios médicos por la tercera ola pandémica que registra más de veinte mil contagios diarios y un promedio entre 400 y 600 muertes en el país. Que a este día la población que no ha sido vacunada es precisamente la comprendida en edad escolar de la educación básica.

Que las condiciones de infección y padecimiento por el virus han cambiado, que no son las mismas que prevalecieron cuando se piloteó la muestra circunstancial y que a la fecha hay registros de infección por covid-19 de más de 60 mil 928 niños y adolescentes, con un reporte de 613 de ellos fallecidos por esta causa, razón por la cual se deben extremar precauciones.

Que la educación es un motor detonante de condiciones de alta movilidad urbana, de activación muy dinámica del comercio popular, de la algarabía e interacción social. Que cansados del confinamiento, hemos relajado las autodefensas resignándonos al destino y a la suerte, que hemos reducido los cuidados sanitarios y la capacidad de asombro.

Que si ya debemos reabrir las escuelas, creo que sí, pero extremando medidas sanitarias y previendo salidas protectoras oportunas, sin caer en la resignación irresponsable que enfrente a nuestros estudiantes con el ser o no ser, como la cuestión de vivir o morir, sino como el deber de proteger la vida, de cuidar a nuestros niños.

El gobernante está obligado a actuar bajo principios de preservación social, no del capricho de una visión personal.

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