Un recorrido histórico de la adolescencia
Se dice que lo que no se nombra no existe. Pues bien, la adolescencia no siempre fue nombrada en la historia de la humanidad, es decir, no siempre existió. Y a partir de su enunciación la sociedad le ha otorgado diferentes características y atribuciones a través del tiempo.
Con base a los estudios de la investigadora y consultora en temas de adolescencia y juventud, Dina Krauskopf, podemos ver que hasta el siglo II, a.C. en Roma, la vida estaba dividida en tres fases: niñez, edad adulta y vejez. Krauskopf señala que aún hoy en día, en cierto modo, se mantiene esta periodización de la vida al invisibilizarse la adolescencia y juventud. Hablamos de tercera edad para la vejez, por lo tanto, las otras dos edades son la niñez y la adultez.
A partir del siglo II a.C. se postergan los derechos del púber, se reconoce la madurez social a partir de los 25 años, se fundamenta con la inexperiencia la prohibición de involucrar a los menores en negocios y se limita su participación en cargos públicos. Es así como se genera una nueva clase de edad, en semi-dependencia de los adultos, que es la que conocemos hasta hoy en día como periodo adolescente.
En Europa, antes de la Edad Media y en la época preindustrial, a partir aproximadamente de los 25 años, se producía la independencia por el matrimonio y la herencia.
Fue con la industrialización que apareció la adscripción de la escolaridad a periodos de edad especializados por niveles.
En el siglo XIX la división de la vida en estadios o etapas es ya evidente, se consolidan las clases de edad y de pertenencia al grupo social. Se establecen los grados de estudio en escuelas infantiles y universidades. Los jóvenes con escasos recursos económicos, que no asisten a la escuela y no encuentran trabajo, comienzan a asociarse en bandas contraculturales.
Paralelamente emerge también la preocupación por la delincuencia juvenil. Se crean tribunales especiales y centros de reeducación para adolescentes que afectan especialmente a los jóvenes de clases populares.
En la primera mitad del siglo XX el énfasis estuvo en lo biológico y lo endopsíquico. No se hablaba mucho de la adolescencia femenina. No se reconocía mayormente la influencia del medio y se le daba a cada estadio del desarrollo sentidos y funciones específicas. Los valores de la adolescencia eran de clase media.
A mediados del siglo XX, estudiosos del tema como Peter Bloss (1962), presenta la adolescencia como un periodo óptimo para el desarrollo pleno de la personalidad, valoriza la vida sentimental en esta etapa (amistades, amor platónico, los diarios de vida) y se ocupa de las diferencias entre los sexos.
En las últimas décadas del siglo XX, los jóvenes comienzan a reconquistar las libertades perdidas. Existe menos autoritarismo familiar y mayor confianza en los grupos informales, las organizaciones juveniles pasan a mixtas y los anticonceptivos facilitan la libertad sexual. Los movimientos políticos y sociales impulsan a los jóvenes a integrarse al mundo adulto y ocuparse de problemas que apelan a su capacidad de abstracción, valores y compromiso.
En las proximidades del siglo XXI, comienza la llamada “sociedad del conocimiento”. La informática y la imagen pasan a ser relevantes en el acontecer social. La modernización y la globalización incrementan la necesidad de las y los adolescentes y jóvenes de encontrar los elementos para organizar su comportamiento y dar sentido a su relación con el entorno en las nuevas circunstancias que los rodean. Ser resiliente se torna una necesidad cada vez mayor.
La situación actual de la población adolescente vive circunstancias diversas y en nuevos contextos de oportunidad y riesgo aun extremos, que las generaciones precedentes no conocieron, por ejemplo, el goce de los avances de la ciencia y la tecnología, el enfoque de derechos, la pandemia de COVID-19, respectivamente, etcétera.
Este sector de la población vive claroscuros intensos. Por un lado, son reconocidos como sujetos de derecho y se crean leyes y algunas políticas públicas que potencien su sano desarrollo.
Por otro lado, y al mismo tiempo, mantienen un nivel de invisibilización y padecen niveles de violencia significativos, confirmando que cambian primero los discursos que las prácticas de protección, cuidado y garantía de derechos.
Por un lado, se les reconoce como sujetos creativos, críticos y proactivos. Al mismo tiempo que se sostiene el estigma hacia ellas y ellos: rebeldes, egoístas, individualistas, Ninis, Generación de cristal, flojos, peligrosos, drogadictos, etcétera. Etiquetas que sirven para culpabilizarlos de las debilidades o falencias de la sociedad.
El conflicto entre el mundo adulto y el adolescente es parte de la historia. Por momentos pareciera que las brechas generacionales se acortan y en otros momentos se vuelven a alargar. Ojalá el diálogo y la interacción intergeneracional se sostenga para que adultos y adolescentes puedan crecer juntos, gracias al beneficio derivado de compartir las respectivas perspectivas de vida.