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Un virus recorre México

Opinión

Juana Adriana Rocha Luna

Sería interesante descubrir si los niños están listos para nuevas maneras de aprender. Pero esta posibilidad ni siquiera ha sido contemplada en medio de las descalificaciones y el rechazo a lo nuevo y desconocido, rechazo que en pleno siglo XXI quiere llevar libros a la hoguera, y en otros tiempos condenó al fuego también a sus autores.

El 14 de septiembre de 1968, siete personas fueron linchadas en San Miguel Canoa. El motivo: se les acusó de ser comunistas.

Entre las víctimas se encontraban montañistas trabajadores de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el propietario de la casa donde se hospedaron.

Cuatro personas murieron a golpes y machetazos; tres sobrevivieron para relatar la angustia que enfrentaron al verse en manos de una turba enardecida, instigada por el cura del poblado, Enrique Meza.

¿Por qué citar esta tragedia? porque 55 años después, la palabra ‘comunismo’ resurge como una amenaza, en un contexto que involucra a los niños de México.

Los libros de texto elaborados por la Secretaría de Educación Pública (SEP) han sido motivo de controversia a lo largo de la semana que culmina, ya que presuntamente buscan implementar este pensamiento. Entre los argumentos referentes al tema, pocos son contundentes, algunos ni siquiera sensatos, pero todos lograron polarizar al país.

El lenguaje y sus trampas

En 1975 el director Felipe Cazals presentó ‘Canoa’, película basada en los hechos del 68. Este es el discurso que dentro del guión pronuncia el sacerdote del poblado: “El demonio anda suelto. Son los nuevos Judas, los que traicionan a dios, nuestro señor, y que ven con agrado cómo ya se levantaron los comunistas que incendian camiones, destruyen comercios, ultrajan a la gente. Ya pusieron una bandera, roja como el infierno, negra como el pecado. Se la pusieron a las autoridades, eso es una burla, es una grosería, la pusieron en la Catedral”.

A continuación, las palabras del periodista Javier Alatorre para abordar el tema de los libros en su noticiero: “Es un asunto serio, porque México está en peligro por un virus que se creía erradicado, el virus comunista. Su resurgimiento está en la educación comunista que la Secretaría de Educación Pública busca imponer a los niños de México. Estamos ante una conspiración fraguada por comunistas trasnochados”.

En el primer caso, el comunismo se asocia a fuerzas demoniacas. En el segundo, anuncia una amenaza difusa, pero muy peligrosa. ¿En qué coinciden ambos discursos? Buscan infundir miedo.

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, versa el inicio del manifiesto del Partido Comunista, presentado en 1848; el documento resume las ideas de Marx y Engels. Con el término ‘fantasma’ se alude a una especie de sombra que acecha al sistema capitalista. Alatorre eligió la palabra ‘virus’, oportuna luego de que el mundo se viera azotado por una pandemia que nos sumió en la incertidumbre y el temor.  Asociamos ‘virus’ a esas emociones negativas, a la destrucción.

Y tal como los fanáticos religiosos de Canoa asociaron los colores de la bandera de huelga con el infierno y el pecado, aquellos que no se preocupan ni siquiera por investigar la definición de ‘comunismo’, le dan una connotación negativa y peligrosa.

¿Qué nos dicen los libros?

Abolir las clases sociales y la propiedad privada no son temas que se incluyan en los libros de texto, mucho menos como adoctrinamiento.

Las acusaciones de la oposición han sido objeto de memes y burlas en redes sociales. Los niños mexicanos no se organizarán en sindicatos ni culminarán la educación primaria blandiendo la hoz y el martillo.

Hablemos de lo que sí hay en los 30 volúmenes, cinco para cada grado escolar. Los textos se dividen en ‘Proyectos de aula’, ‘Proyectos comunitarios’, ‘Proyectos escolares’, ‘Nuestros saberes’, y ‘Múltiples lenguajes’ (que incluye ciencia, arte y literatura).

Internautas que se tomaron la molestia de conseguir estos materiales, celebran que se dé prioridad a la comprensión lectora y la conexión integral de las asignaturas habituales (matemáticas, biología, historia, civismo, etc.). A través de ejercicios se fomentan el debate y el pensamiento crítico. En pocas palabras, se obliga a los estudiantes a pensar más allá de la memorización a la que estamos habituados.  

Otra cuestión que ha generado controversia es el presunto uso del lenguaje inclusivo. En los libros se explica qué es y cómo se utiliza, pero no impone. Y ya que mencionamos la inclusión, existe un apartado en el que se describen los diversos tipos de familia, se habla del autismo y la discapacidad, de lenguajes como el braille.

Sería interesante intentar, descubrir más allá de la discusión, si los niños están listos para nuevas maneras de aprender. Pero esta posibilidad ni siquiera ha sido contemplada en medio de las descalificaciones y el rechazo a lo nuevo y desconocido, rechazo que en pleno siglo XXI quiere llevar libros a la hoguera, y en otros tiempos condenó al fuego también a sus autores.

Lo superfluo: desinformar sobre una ideología (campaña que abrazaron la oposición y medios de comunicación) es tan peligroso como difundirla en libros de texto (acusación lanzada contra la SEP que no se sostiene).

Lo profundo: el verdadero problema es implementar un método de enseñanza drásticamente distinto, de forma abrupta y frente a un significativo rezago educativo tras la pandemia por Covid-19. En medio de la controversia, el tema queda en segundo plano.

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