"Nuestros ojos son el bastón, los oídos y el olfato": invidentes piden ayuda en el centro de León
León, Guanajuato.- Ernestina, Marco Antonio y Minerva, tienen diferentes historias pero la misma condición: son invidentes. Los tres adultos venden dulces en la calle 20 de enero, en el centro de León. Relatan cómo perdieron la vista, así como las carencias de infraestructura para transitar por la ciudad.
Los han señalado de mentirosos, les han quebrado el bastón, los han discriminado, pero también les han ayudado económica y moralmente, así se han portado los leoneses con tres invidentes que todos los días venden dulces frente a la Delegación de la Cruz Roja, en la calle 20 de enero. Entre el ir y venir de coches, ellos aprovechan los semáforos para vender.
Vivir con esta condición ha hecho que desarrollen diversas habilidades, así como sus sentidos, pero lo que ellos anteponen en sus peticiones son tres cosas: respeto, trabajo y la infraestructura adecuada para andar por la ciudad.
Minerva fue diagnosticada con miopía alta a los 4 años. Su caso empeoró hasta que perdió la vista.
"Me llevaron con un doctor particular pero solo me cambiaba la graduación de los lentes, entonces yo me caí una vez de las escaleras y me sangró el ojo izquierdo. Mi mamá me llevo rápido a urgencias y me hacen varios estudios. Yo nací con una catarata en el ojo izquierdo, me operaron a los 11 años, una vez, dos veces, tres veces, hasta que se deshizo la retina y me lastimaron el nervio óptico, ya no tengo remedio", cuenta la leonesa a Correo.
Siendo una adolescente, Minerva decidió no ser dependiente de sus padres, pues la bañaban, cambiaban y hacían sus labores, pero ella se levantó un día y supo que si su vida sería así, tendría que aprender a adaptarse. Así que desarrolló las habilidades suficientes para sobrevivir , y ahora incluso ha caminado por las calles sin bastón, guíandose con una aplicación para invidentes, que le indica el camino.
Marco Antonio perdió la vista a los 32 años. Él es ciego total. Le detectaron retinosis pigmentaria cuando ya era un adulto. Esta enfermedad es poco común, que entre sus síntomas están la pérdida de visión en la oscuridad o pérdida de la visión lateral. Como sus ojos aparentemente se ven bien, la gente cree que miente para ganar dinero.
En la escuela de braille, Marco Antonio conoció a Ernestina, de 47 años, con quien hizo pareja y viven juntos en la colonia La Piscina.
Ernestina dejó de ver a los 19 años. "Tengo 30 años ciega" dice. A ella le dió el síndrome Vogt Koyanagi Harada, que causa el desprendimiento de retina. Esta enfermedad "rara", como le llama Ernestina, no tuvo explicación ni origen genètico.
Adaptados a su condición de vida, y con la esperanza de tener una mejor calidad de vida, los amigos invidentes insisten en que la sociedad, primero, los debe respetar, y después, ofrecerles trabajo. Buscan demostrar que desarrollan talentos como cualquier persona, con la ayuda de una capacitación. "Solo que no nos tienen paciencia, por eso no nos quieren contratar", dice Minerva.
Parte de la inclusión, esa que promueve su aceptación en la sociedad, sería darles una oportunidad laboral a los invidentes.
Otras de sus peticiones son mejorar la infraestructura de la ciudad para que puedan transitar con facilidad. Aunque usan una aplicación para llegar a sus destinos, tipo Google Maps, las guías en el suelo son de gran ayuda para caminar con sus bastones. En este sentido piden al Municipio mejorar las condiciones, agregar más guías en las calles, mientras que a la gente le piden ser conscientes y empáticos con su condición.
"Nuestros ojos son el bastón, los oídos y el olfato", insiste Marco Antonio.